sábado, 15 de agosto de 2015

Venganza y Placer: Capítulo 14

Se hizo un profundo silencio. El aire se electrificó. Con voz amenazadora Pedro dijo:
-¿Imperdonable?
-Sí.
-¿Tengo que asumir que tu familia es perfecta?
-Sabes que no – Paula intentó disimular la angustia que sentía – pero al menos pueden contar conmigo.
-Es verdad – dijo Pedro con aspereza – eres muy leal y muy obediente. Y ése es tu mayor problema. – Paula no lo podía negar, ya que él tenía razón. Se miraron en silencio – querrás subir a tu dormitorio. Te llevaré las cosas del coche.
-Ya voy yo por ellas – dijo ella, apagada.
-No. No quiero arriesgarme a que hagas otras de tus desapariciones.
Solo cuando oyó las pisadas en lo alto de la escalera, se dió cuenta de que Pedro  tenía todo el cuerpo en tensión. Permaneció un momento inmóvil, pensando en lo que Paula le había dicho.
Tuvo que aferrarse a la mesa para contener el impulso de lanzar el vaso de vino contra la pared.


Paula pasó una noche agitada y con pesadillas. Casi al amanecer concilió el sueño. Se levantó azorada y reclamándose el haber bajado la guardia. Se puso inmediatamente las botas y bajó las escaleras. No había señal de Pedro. Cuando fue a la cocina vió que había fuego en la chimenea y la luz del sol penetraba por las ventanas. Pedro se había levantado temprano. Fue a abrir la puerta del patio y recibió una bocanada de aire otoñal perfumado a manzana. Vio un árbol lleno de frutas tanto en el suelo como en las ramas. Había también un pequeño jardín de frutas y verduras cubierta por por un muro de piedras que abría un camino de madrera verde oscuro. Se había equivocado al llamar aquel sitio como primitivo, pues era hermoso. Era como si se hubiese acercado a la realidad de su mente: era un sitio perfecto, un refugio para retirarse. Paula vió un árbol cargado de frutas y que estaba inclinado por el peso de esta, el suelo también estaba lleno de frutos. Cuando se acercó, observó que eran ciruelas y tomó uno. Hizo una bolsa con la falda de la camisa y la llenó de frutas. La calma que la rodeaba se vió rota, asustada se irguió y sujetó la camisa en su pecho. Un caballo atravesó el seto, tan cerca de ella que estuvo a punto de derribarla. Cuando lo vió pararse unos metros delante de ella, se percató que tenía las piernas temblorosas. El jinete desmontó antes de que el caballo se detuviera. El corazón de Paula se aceleró al reconocer que el jinete era Pedro. Su rostro impasible, mostraba ira.
-¡La próxima vez que pienses suicidarte espero que elijas un método menos dramático! No se.. ¿píldoras y alcohol? ¿una cuchilla afilada? Cualquier cosa que no me incluya.
Paula palideció y lo miró horrorizada.
-Lo.. lo siento – susurró con los labios blancos.
Pedro farfulló.
-¿Te has hecho daño?
Paula sacudió la cabeza, parecía apunto de desmayarse. Pedro la sujetó por la cintura y tuvo que apretar los dientes para ignorar la súbita oleada de deseo que lo golpeó al tocar la piel de Paula.
-¿Paula?
Ella logró alzar la mirada hacia él.
-Lo siento. Estoy bien. Solo estaba…
-No pasa nada – dijo él con aspereza.
Se miraron y entre ellos surgió un profundo abismo. Pedro sintió una presión en el pecho, lentamente alzó la mano para acariciar la mejilla de Paula. La retiró rápido como si lo quemara. Se apartó de ella con gesto de exasperación. Sin volverse caminó hacia el caballo y lo montó con destreza. Solo entonces se giró para ver a Paula. Sus mejillas habían recuperado parcialmente el color. Pero sus enormes ojos expresaban infinita tristeza. Un sentimiento de culpa lo atravesó. Culpa, remordimientos, rabia, deseo. Dirigiendo al caballo con brusquedad, lo espoleó y cruzó el prado hasta los establos.
Para un hombre que había dedicado su vida a ocultar y aletargar sus emociones, sentir tantas en tan poco tiempo resultaba casi doloroso.

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