Paula parpadeó como si sintiera dolor. Pedro tuvo que desviar la mirada al tiempo que apoyaba la frente en la columna. Y en ese momento supo que todo aquello que le habia importado en su vida no significaba nada. Ni e dinero, ni el respeto, ni la venganza… La lectura concluyó. El pastor bajó del estrado y se produjo un murmullo entre los congregados mientras los testigos acudían a firmar. Paula vió que Valentina se volvía para asegurarse de que estaba bien y que le indicaba que los siguiera hacia más delante de la iglesia hacia la sacristía. O sea, hacia donde estaba Pedro. Bajó la mirada. Llevaba dias anestesiada, intentando no sentir, no pensar. No podia permitirse un atisbo de esperanza.
Pedro se apoyaba en una columna. Era absurdo intentar no mirarlo, tan inútil como pretender no amarlo. Se le secó la boca y se le rompió el corazón al ver su rostro expresando una mueca de dolor. Pedro se separó del pilar cuando los novios pasaron a su altura. Paula vió que Gonzalo miró en su dirección, pero Valentina lo hizo continuar con un gesto decidido al tiempo que le decia algo quedamente. Paula aminoró el paso. Ni ella ni Pedro hablaron. Por un instante, se redujeron a mirarse.
Entonces él dóo un paso hacia ella e, instintivamente, los dos se movieron hacia la sombra del rincón de la nave. Pedro no hizo ademán de tocarla y Paula se sintió aliviada pues sabía que las supuestas defensas que había puesto a su alrededor eran frágiles, que con un solo roce de él, se rompería. Por otro lados, sus manos temblaron de deseo por tocarlos. Para evitarlo, acarició los petalos de las flores y fijó su mirada en ellas.
-Tienes la habilidad de aparecerte cuando menos lo espero. – dijo en un hilo de voz.
- Y tú de desaparecer. - Paula frunció el ceño. La crueldad de sus palabras le hizo desear refugiarse en un lugar seguro donde nadie pudiera lastimarla.
-Lo siento, Pedro. Pero no creo que pueda soportar tu juego de palabras «ni ninguna insinuación de lo que sucedió entre nosotros». ¿A que has venido? Pedro metió las manos en el bolsillo y se encogió de hombros. No sabía por donde empezar.
-Para darte las gracias – dijo precipitadamente. Y rió con amargura – Debes haberme contagiado con tus buenos modales.
En el otro extremo de la nave, Gonzalo y Valentina se contemplaban amorosamente, posando para las fotografías. Para Paula el contraste entre las dos escenas fue insoportable.
-¿Gracias porque?
-Por salvarme la vida. – dijo él como un cable en tensión. Sin darse cuenta, Paula arrancó un pétalo y la mancha roja en su dedo le recordó la sangre en el pecho de Pedro, su corazón sangrando mientras la oscuridad los rodeaba.
- No hice más que lo que me dijiste que hiciera. – dijo ella inexpresiva.
-Pero lo hiciste. Eso es lo que importa. Paula sacudió la cabeza con una sonrisa de tristeza.
-Era lo menos que podía hacer. Después de todo fue el loco de mi tío quien casi te mata, fui yo quien le habló del cuadro. Así que en cierta medida, yo tuve la culpa.
- Eso no es verdad. Fue culpa mía – dijo entre dientes – me lo merecía.
Paula al fin alzó la mirada. El rostro de Pedro no delataba ninguna emoción y en aquel momento, lo odió por todo el daño que le había causado.
-Puede que sí – dijo Paula lentamente – lo merecías. Y tengo que reconocer que, de haber tenido yo el rifle también te habría disparado. ¡Me utilizaste Pedro!
Sus últimas palabras fueron como casi un grito de angustia. Pedro se enderezó y pareció más distante que nunca.
-Tienes razón así fue como empezó todo. Eras una Schulz y quería hacerte daño, quería que él mundo supiera lo que habías hecho. Por eso te seduje – se frotó la cara y rió con amargura – Pero fui yo quien recibió el castigo.
-Sí – dijo Paula enfurecida – Una bala en el mismo pecho es lo mismo que habría recibido yo.
Pedro sacudió la cabeza.
-Ese no fue el castigo; sólo se trató de un accidente. No, mi castigo fue enamorarme de tí – dijo débilmente – y saber que no te merezco ni nunca te mereceré.
En aquel momento los testigos y los novios abandonaron la sacristía y salieron de la iglesia. Paula se quedó paralizada. Luego, caminó varios pasos alejándose de él con expresión concentrada, como si intentara recordar algo.
-Pero estabas enamorado de Verónica – dijo en tono lastimero – Lo sé…
Pedro le bloqueó el paso.
- ¿De dónde sacas eso?
Enderezándose como pudo, y con actitud digna, Paula se concentró en ignorar las manos de Pedro sobre sus hombros desnudos.
-Era su nombre el que mencionabas a cada rato en el hospital, Pedro, no el mío. Era a ella a quien deseabas ver en París y para quien habías comprado aquella preciosa lencería...
Pedro la sacudió con suavidad.
-Mon Dieu… ¡Era para tí! – gimió – la ropa era para tí, porque toda tu ropa es negra – deslizo la mirada sobre el vestido que llevaba en aquel instante – el negro significa infelicidad, falta de amor. Y no quería que volvieras a sentir nunca más ninguna de las dos cosas.
Paula se tapó los oídos para ahogar aquellas maravillosas palabras. Temía estar perdiendo el juicio.
-Pero, ¿y el artículo? – prácticamente gritó - ¡Durante todo el tiempo estabas colaborando con ella para que escribiera un artículo que destrozaría a mi familia!
-Por eso tenía que verla aquel día – Pedro habló muy lentamente. Tomó el rostro de Paula entre sus manos y la obligó a mirarlo – Paula, lo siento. Iba a encontrarme con ella para evitar que publicara el artículo – enredó los dedos en su cabello – Necesitaba decirle que no quería hacer daño a una familia a la que quiero pertenecer.
Las mejillas de Paula se humedecieron. Beethoven sonó triunfal en el órgano, señalando el final de la ceremonia.
-¿Qué? – musitó Paula al verle mover lentamente los labios.
- Te amo – repitió él – Quiero casarme contigo.
Paula no contestó. No pudo, porque sus labios no habían podido resistir ni un segundo más y habían encontrado los de él. Pasó un rato antes de que volviera a hablar. Cuando se separaron, el bouquet estaba en el suelo y el lapiz de labios había desaparecido. Igual que la primera noche, en la Tate, sus labios adquirieron el rojo de los besos. Se separó de Pedro y le sonrió a través de las lágrimas.
-¡Has dicho gracias, lo siento y por favor en cuestión de minutos!
La sonrisa de Pedro hizo que el corazón le diera un salto de alegría.
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