martes, 4 de agosto de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 31

Pedro la miró para ver si realmente quería que continuara. Al advertir su expresión de interés, le contó todo lo que podía sobre el caso que estaba atendiendo. Paula lo escuchaba atentamente. El trabajo de Pedro la fascinaba. Pedro en sí  la fascinaba.
El sol todavía brillaba en el cielo cuando salieron a la barbacoa. Paula estuvo haciéndole preguntas sobre los casos en los que estaba trabajando y él contestaba complacido. Cuando las hamburguesas estuvieron asadas y el pan tostado, entraron a buscar la ensalada.
—No he traído ninguna salsa para aliñarla —comentó Paula—, ¿tienes tú alguna?
—No. Pero iré yo mismo a tu casa a buscarla. Supongo que estará en el refrigerador, ¿no?
—Sí, pero puedo ir yo. Al fin y al cabo, ha sido a mí a quien se me ha olvidado.
—No importa. ¿Qué salsa te gusta?
—Ranchera.
Paula extendió mostaza sobre el pan de su hamburguesa, añadió unos pepinillos y miró vacilante la cebolla. Le encantaba. Y si se comportaba con cordura aquella noche, no tendría por qué preocuparse por su aliento. Pensaba permanecer en todo momento fuera del alcance de los brazos de Pedro.
¿Dónde se habría metido Pedro? Estaba tardando demasiado. Miró hacia su casa. ¿No encontraría la salsa? Estaba segura de que estaba en la nevera. Al cabo de unos minutos, se levantó y se dirigió hacia la casa de su tía.
—¿No encuentras…? —empezó a preguntar, pero se detuvo en el marco de la puerta al ver a Pedro  con el diario en una mano y la lista que había preparado para Leticia en la otra. Todavía no había tenido oportunidad de entregársela a su prima.
Pedro  la miró con dureza.
—¿Qué es esto? —preguntó con una voz fría como el hielo.
Incapaz de moverse, Paula lo miró fijamente, sin poder decir una sola palabra. Había dejado el diario en el mostrador. ¿Por qué lo tendría Pedro en la mano? Y la lista ella la había dejado dentro del libro, estaba segura.
¿Por qué no lo habría subido a su habitación? Se aclaró la garganta, tomó aire y contestó:
—El diario de mi bisabuela.
—¿Y esto? —sostenía la lista por una esquina del papel, como si tuviera miedo de contaminarse.
—Sólo una lista —el corazón le latía violentamente. Estaba aterrada y no sabía por qué. Quería quitársela de las manos y romperla en mil pedazos. Pero permaneció donde estaba, incapaz de moverse un sólo centímetro.
—Haz que hable de sí mismo. Eso lo has hecho bastante bien.
—Puedo explicarlo todo. Esa lista es para Leticia.
—¿Que es para Leticia? —preguntó Pedro con incredulidad—. Yo diría que es para ti. El mejor modo de llegar al corazón de un hombre es su estómago. Haz algo que le guste, como una tarta. Otra de las cosas que has hecho perfectamente.
Paula sentía desgarrarse su corazón. Pedro estaba furioso. Y el frío control que mantenía sobre su enfado le hacía parecerlo mucho más. Paula quería decir algo, pero no podía. Estaba aterrada, sabía que no la escucharía y que pronto llegaría a conclusiones que, desgraciadamente para ella, estaban demasiado cerca de la verdad.
—Atrapa a las moscas con miel. ¿Se supone que estás hablando de mí? ¿Acaso soy una mosca? —cerró violentamente el diario y avanzó hacia ella con expresión amenazadora.
—No es lo que tú piensas —¿le daría oportunidad de explicarse? ¿Sería posible que la entendiera?
—Pues yo creo que sí. Creo que has estado practicando cada uno de los consejos que aparecen en esa maldita lista conmigo. Haz algo inesperado. Viste de forma femenina… Pensaba que había sido un cambio natural, pero ahora veo que todo estaba perfectamente calculado, que todo formaba parte de un plan para captar mi atención. ¿Qué era lo que andabas buscando? ¿Matrimonio? Después de todos estos años, ¿has olvidado lo que te dije la última vez? No te quiero, Paula, y estoy tan seguro de ello como de que tu plan para encontrar un marido jamás funcionará. Vuelve a Nueva York. Quizá allí las cosas funcionen de esa forma con los hombres. ¡Pero aquí no! —arrugó la lista y la tiró al suelo.
—Supongo que eso significa que no vamos a cenar —dijo Paula suavemente, sin dejar de mirarlo a los ojos. El dolor se había apoderado ya de su corazón y se extendía por todo su cuerpo. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero pestañeó para apartarlas. Aquella no era más de lo que se merecía. En realidad nada había cambiado. Pedro nunca se había preocupado por ella. Excepto durante aquellas semanas, en las que se había mostrado atento, amable, romántico.
Pero eso no significaba nada.
Lentamente, tomó el diario y subió a su dormitorio. Había perdido el apetito. No quería cenar. No quería hacer nada, excepto olvidar el dolor que la invadía. Ni siquiera era capaz de leer una sola palabra más sobre Norma y Fernando.
Se derrumbó en la cama y clavó la mirada en el techo, aferrada al diario. Durante aquellas semanas, había sido más feliz que en toda su vida. Sin trabajo, sin saber qué iba a ser de su futuro… Y, sin embargo, nada de eso había importado. Se sentía tan cerca de Pedro que todo lo demás no tenía ninguna importancia.
Había sido una completa estúpida.
Pedro  cruzó furioso el patio que separaba sus casas. Miró la mesa, que habían dejado preparada para la cena y deseó tirarla de un manotazo. Pero antes de dar rienda suelta a su furia, prefirió entrar en su casa. El aire todavía parecía impregnado del perfume de Paula.
—¡Maldita sea!
Había pensado que las cosas eran diferentes en aquella ocasión. Se suponía que él era un gran abogado. Pero se había dejado engañar por sus tretas como un idiota. En aquella ocasión, Paula había sido infinitamente más sofisticada en su persecución. Por supuesto, había contado con años para perfeccionar su técnica.
Apretó los puños y caminó por la cocina recordando aquella horrible lista de la que Paula se había servido para manipularlo. Se mostraba tan atenta cuando le hablaba de su trabajo que él estaba orgulloso de su interés.
¡Y todo había sido una farsa!
Se inclinó sobre el fregadero y miró la casa de Paula por la ventana. Quería regresar y gritar, reprocharle el vergonzoso método que había utilizado para engañarlo, acusarla por haber cautivado su atención y su corazón mediante la más sucia treta. Para Paula aquello no había sido más que un desafío. Un juego.
¿Su corazón?
—No, eso jamás —dijo con firmeza.

El viernes por la mañana, Paula se levantó temprano. Había pasado una noche miserable. Las pesadillas no la habían abandonado en ningún momento. Se había pasado la noche corriendo en sueños, intentando encontrar a un Pedro que se empeñaba constantemente en desaparecer.
—No necesito ser una experta para saber lo que eso significa —gruñó bajo la ducha—. ¿Cómo he podido ser tan estúpida? Me pregunto si será genético.

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