sábado, 8 de agosto de 2015

Venganza y Placer: Capítulo 1

Las olas besando la orilla de una playa de arena plateada… Una brisa cálida meciendo las palmeras… un cielo azul…

No. No era una buena idea. Paula Chaves abrió los ojos y los fijó en una araña francesa que el subastador estaba a punto de adjudicar. No tenía sentido intentar calmar su agitado corazón mientras notara aquellos ojos clavados en ella.
Aunque no le había visto entrar, estaba segura de que aquel hombre no encontraba en la sala de subastas cuando ella ocupó su asiento. A partir de cierto momento, había empezado a sentir un cosquilleo en la piel y un hormigueo en la boca del estómago. Al volverse lo había descubierto. Mirándola.
Le lanzó una mirada furtiva. Seguía apoyado contra la pared y ni siquiera fingía estar interesado en seguir la subasta. Paula clavó la mirada en la lámpara para no mirarlo abiertamente y comprobar si su boca era tan perfecta como le había parecido.
Por un instante pensó que tal ve lo conocía, pero de ser así, estaba convencida de que no lo habría olvidado.
Apretó entre las manos el programa e intentó seguir recordando las instrucciones que la carísima terapeuta que su hermano Gonzalo le había recomendado. Volvió a la imagen de la playa.
El hombre no dejaba de mirarla.
Paula dejó que el cabello le cayera sobre la cara para que la ocultara de aquella escrutadora inspección. Se removió en el asiento al tiempo que abría el programa. Quedaban dos lotes. La araña fue adjudicada con un último golpe de martillo y un jarrón de porcelana ocupó su lugar. Si se inclinaba hacia delante, Paula podía entrever en un lateral a un hombre que portaba un cuadro, el cuadro que en pocos minutos le pertenecería y tras cuya adquisición podría dejar aquella sala, y al inquietante desconocido.
Fijó su mirada en la casa grisácea sobre un fondo verdoso que ocupaba el centro de la imagen. Se trataba sin lugar a dudas, del regalo perfecto para su grandmére, y de no ser por que Paula estaba decidida a dejar de creer en el destino, habría pensado que éste habría intervenido en su favor.
Pero su terapeuta insistía en que debía asumir la responsabilidad de sus propios actos en lugar de culpar a vagas fuerzas fuera de su control, como el azar o el destino. Suspiró. Lo cierto era que no le resultaba sencillo.
El martillo anunció la adjudicación del jarrón y Paula se irguió. Había llegado el momento. Con una renovada determinación, intentó olvidarse de la mirada del hombre moreno y centró su atención en el subastador.
-Lote cuatro, seis, cinco – anunció en tono monocorde, inconsciente de que iba a vender una pieza de la historia familiar de Paula- . Un encantador cuadro amateur de una casa en la campiña francesa. Precio de partida: veinte libras.
Paula como conocedora de arte y experta en subastas esperó el momento indicado.
-Cien libras la una
Paula alzó la mano.
-¿Ciento veinte?
Paula asintió y estuvo a punto de dar un grito de alegría al ver que los demás pujadores se retiraban.
-Ciento veinte a la una..
Paula  metió las manos en los bolsillos de su chaqueta de lino negra y cruzó los dedos. No podía pagar un precio más alto..
-a las dos.. – tras una pausa, el subastador continuó – Por tercera y última… - calló con gesto asombrado - ¿Señor? Justo a tiempo. ¿Ciento treinta?

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