jueves, 20 de agosto de 2015

Venganza y Placer: Capítulo 23

Cuando Paula despertó era de día, y supo que Pedro no estaba a su lado. Lo buscó en la cama y no lo encontró. Se levantó y bajo las escaleras con el corazón en un puño. Prestó atención a ver si escuchaba algo y nada. Vió una puerta entre abierta y se asomó por la ventana y ahí lo vió, él estaba observando la neblina. Él estaba en vaqueros y sin camisa. Al ver su pecho y espalda desnuda se acordó de la noche que habían pasado juntos en el apartamento de Londres.
Salió y lo abrazó por detrás por la cintura, le dió un beso en la espalda. Él se giró, la abrazó fuertemente y le dió un beso suave en los labios.
-Tengo que ir a París por un asunto relacionado a todo esto.
Pedro buscó algo en una cómoda y se lo enseñó. Era igual que lo que el le había enseñado y por un instante no sabia si estaba viendo a su abuela o a ella misma.
-Es precioso. ¡Que bueno que lo hayas encontrado después de tantos años!
-Es maravilloso, si, pero mas lo fue haberte encontrado en el camino. – la abrazó y le dió un beso.
-Lamento que mi familia les haya hecho tanto daño y los haya hecho sufrir.
-Tú también sufriste, pero todo es parte del pasado.
Paula  se emocionó, quería que él la hiciera suya. Pero él se alejó y se puso una camisa. Paula al verlo con la camisa puesta, sintió como si se hubieran distanciado, como si ya se hubiera ido. Se sentía vacía.
Mientras él se alejaba a toda velocidad, sentía un ardor en los labios del último beso que le había dado a Paula antes de marchar. Apenas había arrancado y quería girar para quedarse con ella, en casa. Nunca había pensado tener ese tipo de pensamiento.
La noche anterior, con Paula en brazos, había atisbado una paz que jamás había sentido antes. Paula le había hecho sentirse bien consigo mismo, con su pasado y con su torturado padre. Ella lo había aceptado con naturalidad y le había hecho sentir lastima de no haberlo aceptado el mismo. Pero gracias a ella ya no se avergonzaba del pasado. Pero, la espantosa contradicción era que la culpabilidad en su consciencia se había multiplicado. Se había propuesto torturarla, y si no paraba el artículo de Verónica Lemercier, lo conseguiría.
En un par de días, el escándalo de los Schulz, el romance, el cuadro, el incendio y el chantaje, seria revelado en la prensa de toda Europa. Su razón queria sacar a la luz lo que habian hecho Felipe Schulz (tío de Paula) y Miguel Chaves, pero pronto su deseo había cambiado: quería proteger a Paula.
Cuando llegó al hospital Horacio estaba despierto, y sintió vergüenza por la manera en que a su padre se le iluminaron los ojos al verlo. Frunció el ceño sin saber como empezar a tender un puente sobre el abismo que los separaba. Le tomó la mano a su padre, era un comienzo.

El sol caldeaba la espalda de Paula cuando detuvo el coche frente a la casa. Estaba felíz, era otro día dorado de otoño y se descubrió sonriendo al abrir la puerta cargada de paquetes.
Miró los paquetes con satisfacción. Después que Pedro se había marchado, ella se vistió y visitó el mercado de antigüedades del pueblo mas cercano. Había conseguido sabanas de lino, maceteros de hierro forjado, unos candelabros preciosos, los cuales serían perfectos para el regalo de boda de su hermano y de su cuñada. Luego vió el mas valioso, un mantón idéntico al que llevaba Olympia. Quizas aquella misma noche iba a sentir la seda rozar su piel desnuda.
Llevándoselo al pecho recordó la noche anterior, en donde Pedro, le hizo el amor con ternura y pasión. A pesar que era “impenetrable” su alma, su cuerpo le había demostrado sus emociones. El dolor era cosa del pasado. Llego el momento de sanación y liberación, y placer…. Mucho placer… todo comenzaría aquella misma noche, cuando el llegara y ella lo esperara con la cena lista.
Lo primero que había que hacer era prender el fuego. Limpió la cenizas, rellenó la casa con leños y buscó periódicos. Los encontró al final de una estantería polvorienta. Sacó el primero, y se detuvo secamente antes de arrancar una página.
Tenía el papel amarillento y quebradizo, vió que era de noviembre de 1954. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo según leyó precipitadamente la portada.
El nombre aparecía en letras grandes: Schulz.
Paula se sentó en los talones con manos temblorosas. Por un momento se quedo paralizada sobre la alfombra que en donde Pedro y ella había hecho el amor anoche. Luego sacó todos los periódicos de la caja y los leyó uno por uno. Una hora más tarde, se levantó con pies inseguros, las nubes habían oscurecido el cielo. Se sostuvo de la estantería en lo que su mente asimilaba lo que acababa de leer. Recogió los periódicos y buscó las llaves del coche. No podía contener la ira. Felipe Schulz había recurrido al chantaje y al soborno para no tener que admitir lo que le había hecho a Horacio, pero ella le obligaría a decir la verdad.

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