jueves, 13 de agosto de 2015

Venganza y Placer:Capítulo 10

Paula nunca había estado en un apartamento como el de Pedro. Tres paredes estaban pintadas de un rojo intenso y la cuarta era una cristalera tras la que había una espectacular vista de Londres. El decorado era sobrio, con un gran sofá color crema y una silla alta situada junto a la ventana.
Paula  se acercó al cristal y Pedro se le acercó por atrás.
- ¡Qué vista! – balbuceó - ¡No debes aburrirte de verla!
-Te equivocas dijo él en un susurro – ahora mismo me aburre. Prefiero mirarte a tí.
Posó las manos en la cadera de Paula y se pegó a su cuerpo. Paula sintió que se derretía; echó la cabeza adelante y el frío vidrio refresco su mejilla. Pedro el desabrochó el vestido. Paula sintió la caricia del aire sobre la piel antes de encontrarse presionada contra el cristal vistiendo solamente unas braguitas y un sujetador de encaje. Pedro deslizaba los dedos por su columna y aunque Paula abrió la boca para protestar, solo pudo balbucear.
-La ventana… pueden vernos. Pedro le besó el cuello y le susurró al oído:
-A esta altura y sin luces , es imposible – la tomó por los hombros para que diera la vuelta – Solo puedo verte yo.
Sin pensar en lo que hacía Paula levantó los brazos y rodeó el cabello de Pedro acariciándoselo. No había marcha atrás estaba en medio de una tormenta y era hora de aprender a nadar en aguas profundas, con una media sonrisa le dijo:
-¿Estas seguro?
-Siempre lo estoy – dijo él tirando del tirante de su sujetador – Quítate esto.
La arrogancia de Pedro no irritó a Paula, por el contrario, la excitó convirtiéndose en un afrodisíaco.
Sin apartar sus ojos de los de él se desabrochó el sujetador, pero en vez de quitárselo, lo miró pícaramente y dio vuelta, se lo quitó tirándolo en una esquina. Se sentía como una experta stripper. Apoyó las dos manos en el cristal mientras separaba levemente las piernas. Nunca antes se había sentido tan temeraria, tan poderosa.
Pedro dejó escapar un gemido jadeante. En el cristal se reflejaba su rostro inescrutable, pero el brillo de sus ojos dejaba ver su más grande y absoluto deseo. Sus dedos acariciaron la cinturilla de las braguitas de Paula, dibujando círculos por debajo del elástico con lentitud, sin prisa.
Un escalofrío de anticipación recorrió a Paula. Instintivamente arqueó las caderas contra la pelvis de Pedro y pegó su cuerpo al cristal. Pedro posó sus manos sobre su trasero y con un diestro movimiento le bajó las bragas. Como si lo hubiera practicado infinidad de veces, Paula levantó alternativamente sus pies calzados con altos tacones y las retiró a un lado antes de darse la vuelta. Con los brazos en cruz, el cabello revuelto cubriéndole parcialmente el rostro y la respiración entrecortada, susurró:
-Por favor…
Pedro  apenas pudo contener un grito de victoria al sentir un estallido de fuegos artificiales en el corazón. Paula estaba dispuesta a suplicarle. Eso era justo lo que quería lograr. Sin embargo, una vez conseguido, no era suficiente.
Quería poseerla, arrastrarla hasta un éxtasis que ella nunca olvidaría. Apoyó las manos sobre el cristal a ambos lados de ella y agachó la cabeza para besarla. Paula entreabrió los labios al tiempo que tiraba de los botones de la camisa con manos nerviosas. Pedro escuchó una protesta hasta que al fin abrió la camisa y pudo tocarlo libremente. Luego los bajó buscando el cinturón. La fuerza de su deseo y la falta de inhibición, tomó por sorpresa a Pedro. Descubrió que tenía que cogerlo con calma por que si no de solo tocarla se perdería en el paraíso, y eso no era viable ya que debía tomar las riendas en todo momento.
Girándose hacia atrás, tiró hacia sí el taburete que hacía unas horas había sujetado el cuadro. Alzó a Paula por la cintura y la colocó sobre él. El jadeante aliento de Paula lo envolvía como una caricia que alborotaba sus sentidos. Y sus dedos nerviosos recorriéndole la espalda le hacía arder como marcas de hierro al rojo vivo. Se tenía que controlar. Se arrodilló frente a ella y la recorrió con los dedos sus largos muslos. Era tan perfecta que le resultaba doloroso tocarla. Apretó los dientes para que la lasciva que irradiaba lo ahogara y alcanzó con sus dedos la oscura humedad que ocultaban sus muslos. Luego agachó la cabeza y lenta y acariciadoramente, exploró con la lengua sus pliegues. Aferrándose a la silla Paula dejó escapar un grito de total abandono que fue como el golpe de un martillo en el frágil vidrio que permitiría a Pedro contenerse.
-Pedro, por favor – jadeó – ahora.
Pedro ya no pudo esperar. Poniéndose en pie, ignorando las luces que centelleaban en el exterior, ahogándose en la anhelante oscuridad de los ojos de Paula, sacó del bolsillo posterior el pequeño paquete de aluminio que había guardado hacía horas. Impaciente, Paula se lo quitó, lo abrió con los dientes y le puso el preservativo con dedos ansiosos.
Pedro  no tuvo tiempo de desvestirse. La penetró con decisión mientras Paula se arqueaba sobre él, entrelazando las piernas alrededor de sus caderas y echando la cabeza hacia atrás en un mudo éxtasis.
Paula era increíble. Sorprendente. Pedro mantuvo las manos contra el cristal mientras ella se aferraba a sus hombros y lo apretaba entre sus poderosos muslos. Sus labios estaban pegados a la oreja de Pedro, quien podía oír sus gemidos entrecortados, sus deliciosos susurros. Hasta que de pronto se sacudió y Pedro la sintió tensarse. Y sin pensárselo, la abrazó por la cintura y la estrechó contra sí, alcanzando su propio clímax simultáneamente. Había confiado sentir la satisfacción de la victoria. Por el contrario, el desprecio de sí mismo que lo invadió fue una desagradable sorpresa.
- Gracias, gracias.
Agitada y todavía en la nebulosa del placer, Paula susurró su agradecimiento jadeante, al tiempo que apoyando la cabeza en el pecho de Pedro, se decía que era lo más estúpido que podía haber dicho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario