Paula estaba en la cocina cuando Pedro volvió de los establos.
-¿Ese era el caballo de tu padre?
-Sí. – dijo Pedro evitando mirarla – He llamado a los vecinos más próximos esta mañana. Juan, el más cercano, lo encontró pastando con sus vacas. No parece herido.
- Me alegro. ¿ y por lo de esta mañana?
-No ha sufrido ningún daño. – dijo Pedro cortante.
Pero mentía. Quizá el caballo estaba intacto. Pero él no. La expresión de Paula durante unos segundos era frágil, le había provocado una vulnerabilidad en ella y se odiaba por ello. No quería pensar en ello. No quería que Paula le importara. Sentía como su cuerpo reaccionaba al de ella, pero lo más que le preocupaba era como su corazón daba saltos, se aceleraba, solo con verla.
Sacó unos huevos de la despensa y fue al jardín a buscar unos tomillos y le vinieron imágenes muy tristes de él y Horacio comiendo, la atmósfera de abandono y soledad de su infancia. Así que esa era la mirada que había tenido Paula. Apartó ese pensamiento. No podía darse el lujo de pensar así de ella. Tenía que echar a un lado sus emociones… esto… es…. Venganza. No puede haber amor.
Paula ponía la mesa y Pedro cocinaba. Paula miraba los seguros movimientos de Pedro. Todo en el irradiaba seguridad, sexualidad… basta. Pedro se volteó y le entregó un plato con una tortilla perfecta. Ella se sonrojó, ya que Pedro la sorprendió mirándolo. Pedro se sentó frente a ella y empezaron a comer en silencio. Cosas que incomodaba a ambos. Paula decidió romper el silencio.
- Así que… ¿cuándo fue la última que estuviste aquí?
-Me marché hace doce años y no había vuelto, pero está exactamente igual que cuando me fui. – dijo Pedro mirando a su alrededor.
-¿Esperabas ver algún cambio?
-No. Aquí no ha cambiado nada hace más de un siglo. Por eso me fui.
-Hay mucha gente que le gusta que las cosas sean inmutables.
-Todo depende de donde te sitúes. Te gusta si eres quien ejerce el poder, quien toma las decisiones. – dijo en tono sarcástico Pedro.
-¿Qué quieres decir?
-Los pueblos como este siguen siendo feudales. Una minoría acapara el poder y la riqueza, y eso puede causar problemas.
-¿Envidia? ¿Resentimiento?
Pedro la miró con desprecio.
-Supongo que piensas que los campesinos deben saber que lugar ocupan y no tener aspiraciones.
-¡No! – gritó Paula indignada - ¡No he dicho eso! Yo solo creo que la familia debe permanecer unida, que necesitas saber que puedes contar con los tuyos.
-Igual que tú puedes contar con tus padres?
Paula se quedó paralizada, luego alzó la barbilla y llevó los platos al fregadero.
-No es lo mismo – dijo finalmente – mi familia tiene muchas responsabilidades. Es parte de lo que son y han de hacer.
A su espalda, oyó a Pedro reír con sarcasmo.
-¿Muchas responsabilidades? ¿ Quiere eso decir que están tan ocupados con los demás que no tienen tiempo para tí?
-Puede que sí. Estar en el mundo de la política significa tener interés por la comunidad que por uno mismo.
-¿Enserio crees eso?
-Sí. Mira, puedes criticar a mi familia, pero al menos nosotros permanecemos unidos. En cambio tú, has abandonado a tu padre y nunca te has ocupado de él.
-Te equivocas, el que no haya vuelto no significa que no me haya ocupado.
-Ya lo veo. Si no me equivoco, tú eres el millonario y esta es la casa de un campesino.
-Puede que no sea mi casa ideal, pero si es la de mi padre. Ha elegido a vivir así. No quiere marcharse.
-Esta bien. Entiendo que no quisiera marcharse de este espléndido lugar. Pero no te costaría nada introducir, ciertas comodidades.
-No es cuestión de dinero.
-Entiendo. Lo puedes ayudar pero no lo haces.
-¡Ojalá la vida fuera tan simple! – exclamó Pedro.
-¿Qué quieres decir? – dijo Paula tartamudeando.
-Sigues sin entenderlo verdad.. Mi padre no es el dueño, sólo es inquilino.
-¿Y no podrías comprársela?
-Jajaja – rió Pedro con sarcasmo – he perdido la cuenta de todas las veces que lo he intentado. Inclusive ofrecí el doble de lo que vale mi apartamento en Londres. Simplemente no está a la venta.
Paula se mordió el labio, tratando de pensar. Antes de hablar, tenía que asegurarse que sus alborotabas mariposas del estómago se tranquilizaran. Pero eso no ocurrió, ya que Pedro le había echado un mechón de pelo detrás de la oreja, que a su vez, le tocó el cuello. Un ardiente deseo la consumió. Trataba de pensar como lo haría la prometida de Gonzalo.
-Por otro lado – siguió Pedro – el contrato prohíbe cualquier reforma sin permiso, y siempre nos lo niegan.
-No es justo – dijo al fin Paula – sea quien sea el dueño su deber es mejorar las condiciones de la casa. Debe tener una obligación legal.
Los ojos de Pedro brillaban con un destello mientras halaba el cordón del pijama de ella hacia él.
-Yo pienso lo mismo.
Paula no podía respirar bien.
-Deberías quejarte con los dueños.
-Eso estoy haciendo en estos momentos – dijo Pedro en un susurro – la casa es propiedad de St. Lauren, que a la vez pertenece por partes iguales a las familias Schulz y Chaves.
-¡Debes estar equivocado! –dijo Paula casi en un grito, había algo de insolente y siniestro en la voz de Pedro.
-Te puedo enseñar los documentos.
-No, me refiero a que no puedo creer que mi familia…
-¿Qué? ¿se aprovechara de su poder?
Paula intentó reír con sarcasmo.
-No seas tan melodramático. Jamás obligarían a nadie a vivir de una forma tan primitiva – sonrió complacida de haber actuado como lo hubiese esperado Valentina – déjalo en mis manos. Iré a Le Manoir a hablar con mi tío y lo arreglaré todo. Ahora, si me disculpas, voy a vestirme…
Pasó con decisión junto a él, confiando en hacer una salida digna, pero había olvidado que Pedro sujetaba un extremo de la cinta de su pijama. Al avanzar sintió el tirón y su trasero quedó expuesto. Exclamó y se lo subió rápidamente. No sabía que era más humillante que Pedro la hubiera visto o su indiferencia.
-Buena idea – dijo él – salimos en media hora.
-¿No vas a venir conmigo?
-A ver a tu tío no, pero sí a ver a mi padre. No tengo mi auto, así que me tendrás que llevar al hospital, después puedes irte a ver a tu tío.
Media hora después, Paula salió de la casa con una canasta llena de ciruelas y manzanas de las que había recogido por la mañana. El que fuera a ayudar a Pedro no significaba que iba a hacerle las cosas fáciles. A pesar de que en el cielo se acercaban nubes negras anunciando una tormenta, decidió bajar el descapotable, de esa forma el ruido del viento dificultaría una conversación.
Pedro salió de la casa, mirando su Black Berry, cuando vió hacia el auto, vió a Paula con cara de “aburrida” y sin capota.
-¿Estás loca? ¿no has visto las nubes? – Paula lo miró como si eso fuese absurdo – nos vamos a morir de frío – la tasó de arriba abajo – especialmente tú.
Paula pensó que el tenía razón, pero no tenía intención alguna de poner la capota.
-No importa, total, no tengo frío.
Pedro se montó en el carro. En el camino no hablaron, pero Pedro la miraba de soslayo, inclusive con el pelo revuelto por el viento, se veía más hermosa, más sexy, mas… no no no.. el no podía pensar en esas cosas.
Llegaron al hospital y Pedro se rehusó a llevarle la canasta de frutas que Paula había llevado para su papá. Pasó un rato y Pedro volvió a salir con un gesto molesto
-Mi padre te quiere ver.
Cuando iban de camino al cuarto, Pedro le había dicho que no hablara nada de la casa.
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