jueves, 27 de agosto de 2015

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 3

—Gracias por ayudar a Valentina. Siento el… malentendido…
Él notó que aquellas palabras le habían dejado un regusto amargo en la lengua porque ella cerró los labios como si hubiera mordido una lima verde.
Pedro, al lado de Agustín, se quedó mirando cómo se alejaban los tres hasta llegar a una furgoneta que estaba aparcada delante de la tienda de Carter.
—Vaya, eso me pasa por ser un buen samaritano.
—Menuda forma de recibir a tus nuevos vecinos —comentó Agustín entre risas.
—¿Vecinos? —Pedro miró a Agustín con perplejidad—. ¿Qué vecinos?
—Esos —Agustín señaló con la cabeza a la mujer y sus hijos—. Van a vivir en Beacham.
—Sabes muy bien que J.C. Vickers alquila ese sitio desde que Alicia murió.
Pedro lo sabía mejor que nadie porque llevaba cinco años intentando subarrendar a J.C. los terrenos que rodeaban la casa. Sin embargo, J.C. era muy cabezota y decía que no quería que un montón de vacas le alteraran la paz y la tranquilidad.
—Efectivamente, lo hizo hasta hace un par de semanas, cuando Paula Chaves, la sobrina de Alicia, le notificó que tenía que marcharse.
Agustín se rio ante la cara de espanto de Pedro. Conocía los trabajos de sus vecinos como conocía el suyo, y sabía lo mucho que Pedro anhelaba esa tierra.
—Podrías hacerle una visita dentro de un rato —Agustín se rascó la barbilla—. Creo que es una divorciada de Houston. A lo mejor es más razonable que J.C. y te alquila las tierras. Seguramente necesite más el dinero que los pastos —Agustín  dio una palmada en la espalda a su amigo—, pero deja en paz a los chicos, no me gustaría detenerte por secuestrador.
Se alejó entre risas y dejó a Pedro plantado y cabizbajo en la acera.
—Hiciste lo que tenías que hacer, Felipe—Paula dio una palmada de consuelo a su hijo—. Sólo querías proteger a tu hermana. Es más, diría que lo hiciste muy bien.
Felipe hinchó el pecho de orgullo y sonrió a su madre.
—Tú también lo hiciste bastante bien.
Paula  se estremeció al recordar el peso y la fuerza del hombre que la había inmovilizado contra el suelo.
—Era muy grande, ¿verdad? —preguntó ella.
—Más grande que un oso y el doble de malo —confirmó Felipe, que no había captado el estremecimiento de su madre.
—A mí me pareció bueno —intervino Valentina desde el asiento trasero de la furgoneta.
Paula miró a su hija por el retrovisor. ¿Bueno? Estaba segura de que tendría un cardenal en el trasero por el golpe que se había dado contra el suelo cuando él la volteó por encima de los hombros. Sin embargo, quería que su hija se sintiera a salvo en Temptation y sonrió al reflejo de su hija.
—Fue una amabilidad que te quitara la espina.
—No se la habría clavado si no se hubiera quitado los zapatos, como le dije —intervino Felipe.
—Mama dijo que siempre iba descalza cuando jugaba aquí en verano y que era estupendo sentir la hierba en los pies. Yo también quise sentirla—dijo: «la hierba» —replicó Felipe con ironía—. No esos matojos y espinos que había en la zona de juegos.
—Ya está bien —Paula cortó la discusión que podía ser eterna—. ¿Por qué no me ayudan  a encontrar la casa de la tía Alicia?
—¿Cómo es?—preguntó Felipe, que ya había estirado el cuello.
—Es una casa grande, blanca, de dos pises, apartada de la carretera y rodeada de una valla de madera también blanca.
—¿Es ésa? —Felipe señaló hacia delante.
Paula se paró en el arcén. La casa estaba casi completamente escondida pero un bosquecillo de robles y cedros. Si no se la hubiera enseñado Felipe, ella habría pasado de largo. Sin embargo, allí estaba la casa de su tía Alicia, detrás del enorme roble que ella había trepado tantas veces cuando era una niña.
—Creo que sí —contestó Paula casi con un susurro.
Asimiló lentamente los cambios. Cuando vivían sus tíos, los árboles estaban cuidadosamente podados y el césped impecablemente cortado. El porche estaba repleto de flores y setos que eran el orgullo de su tía Alicia. Ya no se parecía en nada.
Paula entró en el camino con un nudo en la garganta y con cierto remordimiento por no haberse ocupado más de su herencia, la herencia que le había permitido irse de Houston.
—Será una broma… —comentó Felipe.
Paula esbozó una sonrisa forzada mientras aparcaba la furgoneta junto a la puerta medio caída de la valla.
—¡Sí! Es ésta. Nuestra nueva casa. ¿No les parece maravillosa?
Felipe  volvió la cabeza para mirarla con gesto de incredulidad.
—Si tú lo dices… —murmuró mientras abría la puerta de la furgoneta de una patada.
Un dedo dio un golpecito en el hombro de Paula.
—Yo creo que es muy bonita, mamá —la animó Stephie.
Los ojos se le empañaron de lágrimas, dio una palmada en la mano a su hija y se quedó mirando fijamente la pintura que estaba cayéndose, las ventanas descolgadas y los matojos que nadie había quitado desde hacía cinco años.
—Gracias, Valentina. Será más bonita cuando la adecentemos, ya lo verás—tomó aire—. Bueno, veamos qué tal está por dentro.
No necesitó la llave porque la puerta estaba entreabierta. Paula, vacilante, entró con sus hijos pegados a la espalda. El interior era peor que el exterior, si eso era posible. Había basura amontonada en el vestíbulo, el papel pintado se caía a tiras por la pared de la escalera y el olor a humedad y moho era casi irrespirable. Maldijo a J.C. Vickers y fue hacia la cocina. A cada paso que daba, el alma se la caía más a los pies.
—Muy bien —se dirigió a sus hijos que la miraban con cierto espanto—. Vayan al coche y empiecen a meter todos los trastos de limpieza que hemos comprado en el pueblo.
Ella empezó a abrir las ventanas. También abrió el grifo del fregadero y dio gracias a Dios cuando salió un chorro de agua cristalina.
 
Pedro estaba apoyado en la cerca de la parte trasera de sus tierras. Delante tenía el terreno que lo separaba de Beacham. Hizo un cálculo mental de todas las reparaciones que tendría que hacer antes de poder meter ahí su ganado. La cerca se había caído en algunos sitios y tendría que meter el tractor para arrancar los cedros que estaban brotando por todos lados. Quizá también pusiera otra cerca que dividiera ese terreno en dos pastos. En cualquier caso, necesitaba esas tierras. Eso hizo que se acordara de su dueña. Miró hacia la casa. Delante estaba la furgoneta con las puertas abiertas de par en par. Los dos niños que tantos problemas le habían causado iban del coche a la casa cargados con cajas. La puerta de la cocina también estaba abierta, y la señora Chaves salió inclinada por el peso del cubo de agua que cargaba. Lo levantó y lanzó el agua para mojar los matojos que crecían al pie de los escalones. Dio un paso atrás y se pasó la manga por la frente. Al levantar el brazo, también se levantó el nudo que se había hecho en la camisa, se paró debajo de sus pechos y dejó el ombligo al aire. A Pedro le costó tragar saliva. Se acordó perfectamente del contacto con esa mujer de caderas estrechas, pechos abundantes y piernas largas. En su momento estuvo demasiado ofuscado para apreciarlo, pero era preciosa.
Agustín había dicho que estaba divorciada, Pedro se lo quitó inmediatamente de la cabeza. Lo único que quería de ella eran sus tierras. Se montó en el caballo y volvió para mirar hacia Beacham justo en el momento en que ella se metía en la casa.

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