-Reflexiona, Alfonso – dijo un Felipe con voz estremecedora.
Pedro dió media vuelta
-No lo necesito – dijo con indiferencia – ya no hay trato, Schulz. Llevo años buscando ese cuadro y no pienso desprenderme de el. Por nadie.
Paula juntó las manos y se las llevó a la barbilla con mirada extraviada. La traición de Pedro anesteció todo tipo de emoción, hasta el punto que la presión del rifle contra las costillas le pareció insignificante.
-Asi que la has utilizado, como hace tantos años tu padre utilizo a mi hermana. – dijo entre dientes Felipe.
El tiempo se detuvo, un denso silencio se adueño de toda la habitación y Paula tuvo la sensación de estar bajo el agua mientras esperaba la contestación de Pedro.
-Si, la he utilizado – dijo Pedro frunciendo el ceño como si le fuera indiferente.
En aquel instante Paula no pudo concebir haber besado aquellos sensuales labios ni haberse derretido en éxtasis en aquellos poderosos brazos. Sus palabras la golpearon como un martillo, convenciéndola de que todo había sido un sueño.
-La he utilizado para vengarme de tí. – continuó Pedro, al tiempo que daba un paso hacia ellos – Solo quería poseer aquello que le fue negado a mi padre. Ha sido una pura y simple venganza.
Paula oyó su propio gemido de dolor, pero también fue consciente de que no sentía el rifle en su costado. Y luego todo pasó rápido: una serie de acciones en cadena aparentemente aisladas. Vió el brillo del metal, un errático movimiento de Felipe a su lado, su rugido de rabia al apuntar a Pedro.
Entonces creyó que se le desgarraba el corazón al percibir a cámara lenta como Pedro se abalanzaba sobre él con un brazo estirado para desviar el rifle. Un ruido distinto a cualquier otro, un ruido demasiado nítido para ser real. Y finalmente, Pedro cayendo al suelo con una mancha escarlata en el pecho. Sobre el corazón.
Era como un sueño, o una película. Antes de que el eco del disparo se ahogara, Paula palpaba el cuello de Pedro en busca de pulso, mientras la mancha roja de su camisa se agrandaba como un capullo de rosa abriendo sus pétalos. Cerró los ojos y dió un trémulo respiro al encontrar un débil pulso. Luego alzo la mirada. Felipe estaba de pie, paralizado, con el brazo en el que sostenía el rifle estirado de un angulo extraño, casi como si no tuviera nada que ver con él. Paula notó que su rostro estaba deformado en una mueca de desconcierto, pero estaba demasiado preocupada por Pedro como para prestarle atención.
Pedro, cuya cara tenia el color blanco de la muerte, cuya cálida sangre le manchaba las manos. Pedro, que no la amaba, que la había utilizado. Y en medio de aquella pesadilla, eso era lo único real, el único dato que había grabado en su mente. Con manos temblorosas, busco el móvil en los bolsillos de Pedro. Lo encontró y lo miró con expresión vacía. No sabía como usarlo.
-Mira…
Pedro había abierto los ojos. Su voz fue apenas un susurro. Con un esfuerzo sobrehumano, levanto una mano y cuando Paula le dió el teléfono, lazó la cabeza con gesto de dolor. Ella le puso las rodillas de almohada y Pedro, tras presionar unos botones le devolvió el celular.
Por segunda vez, en el mismo numero de días, Paula se encontró llamando a una ambulancia. Pedro cerró los ojos y Paula se preguntó cuanto resistiría. Felipe había desaparecido sin que ella lo notara y el único sonido que se escuchaba en la habitación era la respiración entrecortada de Pedro. No sabía que hacer, se sentía como si se estuviera hundiendo en arenas movedizas.
“No la amaba, la había utilizado. Desde el principio sabia quien era. La odiaba.”
-Paula… - Pedro la miraba con ojos febriles, el rostro expresaba dolor – lo que he dicho antes… - cerró los ojos. Cada palabra que salia de su boca como si fuera una cuchilla cortándole la garganta.
Paula posó una mano en su mejilla.
-Shhh – musito, sacudiendo la cabeza – no hables.
El pánico empezaba a apoderarse de ella. La respiración de Pedro se hacia mas difícil con cada segundo que pasaba. Sin saber que otra cosa hacer, le abrió la camisa, para dejarle la herida al descubierto. Por un instante, su belleza la arrolló, su piel tan blanca como el mármol, parecía una escultura. La mancha de la sangre, resultaba extrañamente hermosa. Pero la gravedad de la situación la asalto de inmediato. Inclinándose hacia delante, observo la herida.
-Para… la sangre…
Tuvo la sensación de haber hablado en voz alta. La voz sonó ronca. Ni siquiera pudo abrir los ojos. Pero seguía vivo.
-¿Qué debo hacer? – preguntó ella.
-Aprieta… fuerte.
Paula sintió los helados dedos de Pedro sobre los de ella, al tiempo que colocaba la mano sobre el corazón. Una lanza se le clavó en él de ella. Lo odiara o no en aquel instante, lo cierto era que lo amaba, y su amor era tan incontenible como la sangre que brotaba del pecho de Pedro. Y era igualmente de doloroso. Cuando percibió las luces de la ambulancia reflejadas en la pared, casi se desilusiono saber que lo tenia que dejar ir.
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