Fue a marcharse, pero la voz de Paula lo paró en seco antes de que pudiera dar un paso.
—No he dicho que no esté interesada. Sencillamente, no había pensado alquilarlas.
—Entonces, ¿me las alquilará?
Paula frunció el ceño. No estaba segura de querer hacer negocios con ese hombre. Para ella, las primeras impresiones eran muy importantes, y el moratón del trasero era un recordatorio. Sin embargo, el dinero también contaba y no podía permitirse dejar escapar esa oportunidad.
—Depende —Paula se cruzó de brazos y lo miró—. Iba a tomarme un descanso. Si quiere, lo comentamos mientras tomamos un té helado.
Pedro, con el sombrero en la mano, la siguió a la cocina e intentó disimular el nerviosismo. No le convenía demostrar cuánto necesitaba esas tierras.
—¿Dónde están los chicos? —preguntó él al darse cuenta del silencio.
—Arriba. Hace tanto calor, que les he obligado a descansar un rato en sus cuartos. Aunque probablemente Felipe esté jugando con la videoconsola y Valentina con una muñeca.
Pedro se sentó a la mesa y observó en silencio mientras ella sacaba dos vasos y les llenaba con hielo.
Los dejó en la mesa y volvió a la nevera para sacar el té. Se sentó, llenó los dos vasos y levantó el suyo para dar un sorbo muy largo. Pedro, hipnotizado, se quedó mirando la delicada columna del cuello y los largos dedos.
—¿Cuánto? —le preguntó ella cuando dejó el vaso.
Pedro hizo un esfuerzo por volver a la realidad.
Lo había pensado mucho, y dio una cifra bastante baja.
—Estará de broma… —replicó ella con las cejas arqueadas.
—Bueno… La tierra está en muy mal estado —Pedro se dejó caer centra el respalde de la silla—. Tendría que hacer mucha limpieza antes de poder meter el ganado. Además, hay que arreglar el cercado —añadió mientras sacudía la cabeza—. Se ha caído en algunos sitios. Pero no se preocupe, yo puedo ocuparme de eso —se ofreció con una sonrisa.
—¿Quién le pagará? —preguntó ella incisivamente.
—Creo que puedo hacerme cargo —contestó él con el ceño fruncido.
Paula le observó un instante y dijo otra cifra.
—¿Qué? ¡Eso es un robo con todas las de la ley! —exclamó él.
Paula también se dejo caer contra el respaldo de la silla y sonrió con aire satisfecho. No sabía nada del valor de esa tierra, pero a juzgar por la expresión de sorpresa que puso él, había dado en la diana.
Levantó el vaso con té y lo apoyó en el labio inferior mientras miraba a Pedro por encima del borde.
—Dijo que quería esas tierras —le recordó ella.
—Sí… claro…
—Pues ésa es mi oferta. Si no le interesa, estoy segura de que le interesará a alguien.
Pedro se movió en la silla. Sabía que había un hombre que estaría encantado de pagárselo. Juan Barlow. No soportaría la cara de suficiencia de Barlow si le arrebataba esas tierras. Pedro resopló, agarró el sombrero y se levantó.
—Le pagaré esa cantidad.
—Además, ¿hará las reparaciones necesarias? —preguntó ella con delicadeza.
—Sí. Haré las malditas reparaciones —Pedro se fue hacia la puerta que daba al exterior, pero se volvió—. Quiero un alquiler por cinco años. Si no, no hay trato.
—¿Qué nombre pongo en el contrato? —preguntó ella con cierta sorna.
—Pedro Alfonso—contestó él rotundamente antes de salir y dar un portazo.
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