jueves, 6 de agosto de 2015

La Clave Pare Conquistarte: Capítulo 34

Pedro  se inclinó contra la barandilla del porche mientras observaba a Javier acompañando a Paula hasta su puerta. Miró el reloj, intentando no hacer ningún movimiento que pudiera delatarlo. Sabía que era tarde. Llevaba horas allí sentado. Cuando había visto a Javier ir a buscar a Paula, había sentido curiosidad. Paula había salido tres veces desde el viernes por la noche. Se preguntaba si estaría practicando sus ardides femeninos con todos los hombres de West Bend.
El enfado le roía las entrañas. Quería purgar aquellas incómodas sensaciones que no lo abandonaban, pero no a costa de verla otra vez. Paula había demostrado ser tan perversa como Selena, una mujer interesada únicamente en conseguir su meta, sin importarle lo que él pudiera sentir.
Durante un largo rato, intentó recordar la angustia que había sentido cuando Selena lo había rechazado. No sintió nada. Excepto una cierta nostalgia de aquel joven que se había creído enamorado por vez primera. Al mirar al pasado, comprendía que debería haber prestado más atención a las señales que Selena le enviaba. Ella en ningún momento le había declarado su amor. Simplemente, él había proyectado en ella sus propios sentimientos.
Así que su enfado debía ir dirigido completamente hacia Paula. Aquella mujer había planificado su campaña como un general. Él pensaba que había cambiado, pero lo único que había hecho Paula era adquirir más astucia.
¿De verdad?, le susurró una insidiosa vocecilla. ¿Pero quién había sido el primero en invitarla a salir? ¿En presionarla hasta que había aceptado salir con él? ¿Alguna vez había sido ella la que había propuesto que se vieran? Sólo la noche que lo había invitado a cenar con Leticia y Matías.
Apretó los puños. ¿Qué estaba haciendo Javier? Como se le ocurriera besarla, tendría que acercarse a detenerlo. Un buen puñetazo en la barbilla serviría para poner a aquel tipo en su lugar y a él le ayudaría a aplacar su enfado.
Casi gruñendo su disgusto, apartó la mirada de la casa de sus vecinos e intentó borrar las imágenes que danzaban ante sus ojos. Veía a Paula abrazando a Javier. La imaginaba estrechándose contra otro hombre. Moviendo su dulce boca alrededor de los labios de Javier… Pedro intentó contener su enfado levantando una barrera alrededor de su corazón. ¡Maldita fuera! ¡Él ya no tenía nada que ver con ella!
Centró la mirada en casa de los Bandley. Había visto a la anciana pareja esa misma mañana. El señor Bandley estaba arreglando el jardín y su mujer había salido a ofrecerle un vaso de limonada. Habían estado riendo y charlando los dos. Pedro había apartado la mirada cuando el señor Bandley se había inclinado para besar a su esposa.
Desvió la mirada y se topó con la casa de los Forester. Llevaban mucho tiempo casados y siempre habían vivido en aquella calle. Sus hijos ya eran adultos. La semana anterior se había enterado de que el mayor estaba a punto de tener un hijo.
A Silvia y a Arturo  les encantaría que Leticia se casara y les diera un nieto. Y estaba convencido de que también les gustaría a los padres de Paula.
Por un instante, se preguntó si su padre habría pensado alguna vez en tener un nieto.
Javier regresó hasta su coche. Pedro lo observó con los ojos entrecerrados. No era que le importara lo que Paula pudiera o no hacer, pero no se movió del porche hasta que el porche de la casa de al lado quedó completamente a oscuras. Al día siguiente por la mañana le devolvería la fuente de la ensalada de la cena fracasada. Vería si Paula quería disculparse. Y qué aspecto tenía. Vería…
Se levantó y sacudió la cabeza disgustado, dejando que su mirada vagara a lo largo de la calle. Todas las familias de aquella calle, excepto la suya, habían permanecido unidas.
Paula tenía razón en una cosa: en aquella calle, su familia había sido una excepción. Y él no conocía la verdadera historia de lo ocurrido… Sólo la parte correspondiente a un niño de siete años que sabía que no volvería a ver nunca a su madre. Su padre se había convertido en una persona triste y amargada desde entonces. ¿Qué habrían hecho mal? ¿Podría haberse evitado aquella separación? ¿Habría bastado para ello el amor?
Paula abrazó a su prima para despedirse de ella y sonrió.
—Gracias por haberme traído. Te veré dentro de una semana más o menos.
Leticia asintió en medio de un enorme bostezo.
—No me levantaría a esta hora de la mañana por nadie.
—Te agradezco que lo hayas hecho por mí. Cuídate, primita. ¡Y recuerda nuestro pacto!
—Como si pudiera olvidarlo. ¿Dónde está el diario?
—Lo dejé en mi dormitorio. Todavía no he terminado de leerlo, pero sé que tú tendrás más tiempo que yo para leer esta semana. Llévatelo si quieres, yo lo terminaré cuando vuelva. Bueno, tengo que irme, ésta es la última llamada para embarcar. ¡Adiós!
Una vez en el avión, Paula se relajó en su asiento. Tenía un millón de cosas que hacer en Nueva York. Quería volver a algunos de sus lugares favoritos, despedirse de sus amigos y recoger su apartamento. Cuando regresara a Carolina del Norte, ya no la recibirían los fuertes brazos del hombre más maravilloso de la tierra, pero tendría un trabajo nuevo, una nueva casa y toda una vida por delante.
Le gustaría haber terminado el diario, pero no había podido. Así que se conformó con recordar el último pasaje que había leído mientras el avión volaba hacia su destino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario