martes, 18 de agosto de 2015

Venganza y Placer: Capítulo 18

Caminaron en silencio. Paula no podía articular palabra ya que su corazón latía desesperadamente, pero no por seguir el paso rápido de Pedro, si no por lo que acababa de suceder. Quería preguntar a donde iban, mas no se atrevía a hacerlo. Pedro estaba nervioso, no estaba seguro de lo que hacía. De pronto llegaron a una casa abandonada y el se vira hacia ella. Paula podía apreciar que había un río al lado de ellos, como también veía como una de las puertas de la casita deba hacia la orilla de la playa.
-¿Dónde estamos? – preguntó Paula.
-Esto era una casa de baño, pero mi abuelo lo utilizaba como estudio.
-¿Cómo podía pintar aquí en esta oscuridad?
- Esto no era así – Pedro encendió todas las velas hasta que estas iluminaron todo el cuarto, sin dejar un rincón oscuro.
-¿Qué paso? – preguntó ella aterrada.
-Se produjo un incendio.
-¿Aquí? – se estremeció de repente al pensar en las manos de Horacio Alfonso- ¿fue así como tu padre….
-Sí.
-¿Era aquí donde pintaba a mi abuela?
Ambos caminaban por el cuarto. Pedro encendió el fuego con manos hábiles y Paula no pudo dejar de pensar, como esa habilidad la arrastró a su apartamento. No le estaba extraño que la hiciera volverse loca.
-Oui, aquí pintó a La Dame Schulz. Es uno de sus mejores cuadros. Los artistas contemporáneos estaban obsesionados con la experimentación, mientras que él se mantuvo en la tradición clásica de Ingres o Courbet, mucho más sensual.
Su voz ronca, susurrante y sensual, la dejó idiotizada y se asustó cuando sintió que el le desabrochó el primer botón de su chaqueta.
-¿Quieres que te enseñe como era?
-Sí.
-Entonces tienes que confiar en mí. ¿De acuerdo?
Paula se quedó embelezada mirándole los labios, luego miró sus ojos negros y se perdió en su mirada. Al sentir otro tirón, supo que estaba perdida.
-Confío en tí.
-Me alegro.
El tiempo parecía eterno mientras el cubría con sus manos los hombros de ella hasta que le deslizó la chaqueta  y la dejó en el suelo. Luego le quitó la falda con un movimiento hábil y a la vez sutil. Él se quedó admirándola mientras tensaba la mandíbula para oprimir el deseo de hacerla suya en ese momento. No podía. Había demasiada neblina en el pasado. Se giró y fue hasta una mesa cogió unas pinturas y las puso sobre una bandeja. Ella se levantó para cubrirse, se sentía avergonzada de llave solamente un sujetador y unas braguitas de encaje y las botas de tacón. El la detuvo…
-¡No! Quédate donde estas.
Ella estaba devastadoramente hermosa y sensual. Sabía que no le podía quitar la ropa interior porque no se contendría y la poseería. Tenia que demostrarle que lo que le dijo su tío no era cierto, que era otra cosa y se lo quería demostrar con actos, no con palabras. Ella merecía saber la verdad. La llevó hasta un sofá de terciopelo y ella se acostó flexionando una pierna sobre la otra, y su cabeza en el codo. Pedro volvió a la mesa, escogió unos colores y los ponía en un plato de porcelana. Luego volvió hacia Paula y reconoció en su mirada un brillo de un deseo apasionado, y lo pudo reconocer porque el lo sentía también.
Paula  supo lo que él iba a hacer cuando lo vió tomar un pincel, humedecerlo de color, y luego limpiarlo en agua y escurrirlo en el borde del plato. Pedro tomó otra vez un poco de color y Paula  se estremeció de placer al sentir el suave pincel sobre el comienzo de su cuello hacia la clavícula. Pedro trataba de no mirarla, pues si la veía a la cara y le miraba los voluptuosos y sensuales labios de ella, se iba a perder en la pasión. Al calor del fuego de la chimenea, se podía ver como subían y bajaban los pechos de  Paula siguiendo su respiración entrecortada que a su vez rompía el silencio de la habitación. El calor a su espalda hizo que Pedro  se quitara la camisa, provocando un gemido en Paula que lo dejó loco de deseo. Le resultaba doloroso. Trató de concentrarse para que no le temblaran las manos. Siguió trabajando. Cuando terminó, la miró la supremidad de la belleza de Paula lo dejó sin aliento a la vez que sentía un dolor como si un puñal se le fuese enterrado en el costado, buscó un espejo que había en una esquina y lo colocó frente a ella. Ella levantó la cabeza y se miró en el espejo y se quedó sorprendida por lo que vió.
-¿Es así? – el reflejo mostraba a una diosa renacentista. Por un instante pareció que La Dame Schulz cobró vida. - ¿Exactamente?
-No – dijo Pedro con voz ronca y aguantando su deseo – en el cuadro estaba desnuda.
Paula se levantó lentamente, se quitó las botas y la ropa íntima.
-¿Así?
-Menos en una cosa – echó el espejo hacia un lado y la besó fervientemente y apasionadamente. Se echó a un lado – Así.
Paula nunca se había sentido más viva. Era como la Olympia contemporánea. A su mente llegó las palabras de su abuela: “no cometas los mismos errores que yo”. Su abuela fue obligada a abandonar al amor de su vida y ella no cometería ese error.

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