Él miró a Paula, que estaba levantándose, y tuvo que hacer un esfuerzo para no caerse de espaldas. Pensó que tendría que haber una ley que impidiera a las mujeres ir vestidas de aquella manera. Llevaba los mismos pantalones cortados que cuando la sorprendió limpiando las ventanas y que dejaban expuestas unas piernas interminables y bronceadas. Para empeorar las cosas, en vez de la camiseta, llevaba un top que no llegaba a taparle el vientre. Tenía la melena pelirroja debajo de una gorra y la visera le hacía sombra sobre los ojos, pero pudo captar la desaprobación de sus ojos verdes al fijarse en la mano que había apoyado en el hombro de su hija. A juzgar por lo que le había contado Valentina, pudo entender el recelo, pero no estaba dispuesto a mover la mano. No era una amenaza para la niña, y su madre podría enterarse en ese instante.
—Al parecer, también se ha dedicado a arreglar vallas —comentó él.
Paula miró el trabajo que había hecho esa mañana y suspiró.
—Tres horas y menos de quince metros. A este paso, tardaré un año en acabar.
—Con un poco de experiencia, se va más deprisa—. Pedro se rió y miró hacia Felipe—. Al parecer, también tiene un buen ayudante.
Paula sonrió con orgullo porque sabía que sin su ayuda no habría hecho ni la mitad del trabajo.
—Sí, me ha ayudado mucho.
—¿Le hace falta algún brazo más?
Pedro no pudo entender de dónde había salido ese ofrecimiento. Ya tenía bastantes tareas como para hacer las de Paula.
—Ah… —lo miró con sorpresa—. No me atrevería a pedirle que quitara tiempo de su trabajo para ayudarnos…
—No lo ha pedido, me he ofrecido —apretó un poco el hombro de Valentina antes de sacar el martillo del cinturón—. Mi ayudante y yo somos bastante baratos.
Sin esperar la réplica, agarró la mano de Valentina, que sonrió, y se dirigieron hacia el siguiente trozo de valla. Antes de que Paula pudiera pensar en algún argumento, Felipe le había llevado un montón de tablones y Valentina estaba pasándole los clavos.
Paula sabía que lo mínimo que podía hacer era invitarlo a comer. Había entretenido a Valentina toda la mañana y después se había pasado otras dos horas trabajando en su valla. Sin embargo, saberlo y quererlo eran dos cosas muy distintas. Ese hombre, por algún motivo, la desasosegaba.
Valentina y Felipe subieron a asearse y ella preparó una bandeja con fiambres y queso, además de no quitar ojo de Pedro mientras también se lavaba en el fregadero. Estaba de pie, con una pierna un poco doblada y una cadera más alta que la otra mientras se enjabonada unas manos grandes y bronceadas. Reprimió un estremecimiento al acordarse de la fuerza de esas manos. Tenía la camisa remangada y el jabón resaltaba los músculos de los antebrazos. Se inclinó un poco y se echó agua en la cara y el cuello. Luego, gruñó como un oso y sacudió la cabeza mientras buscaba a ciegas la toalla. El gesto animal hizo que sintiera en cosquilleo en el abdomen.
Agarró la toalla y la dejó en sus manos. Él se la paso por el cuello y la cara y se volvió, pero se quedó inmóvil, con las manos aferradas a la toalla, al ver que ella lo miraba fijamente. Algo parecido a una corriente eléctrica saltó cuando las miradas se encontraron, algo tan potente, que despertó todos los nervios del cuerpo de Paula.
Antes de que pudiera decidir si quedarse o salir corriendo, agarró una esquina de la toalla y le secó una gota que se le había quedado en el bigote.
Fue un gesto impulsivo, pero el roce de los dedos en sus labios le alteró las entrañas, le dió un vuelco al corazón y le subió la temperatura de la sangre. Hacía mucho tiempo que una mujer no lo tocaba así. Se había olvidado de la ternura que podía transmitir un gesto. Cerró los ojos y le agarró la muñeca. Se pasó la mano por la mejilla y se deleitó con la suavidad de su piel. Captó el pulso acelerado debajo de sus dedos. Abrió los ojos y se encontró con unos labios un poco separados y unos ojos que rebosaban…. ¿anhelo? Se llevó los dedos a los labios, ella abrió más los ojos, el color verde se oscureció y Pedro sintió la necesidad de estrecharla entre los brazos.
—¡Eh! ¿Qué hay de comida?—preguntó Valentina mientras entraba en la cocina.
Pedro soltó la mano como si fuera un hierro al rojo vivo y se volvió otra vez hacia el fregadero casi sin poder respirar. Paula intentó disimular con la fuente de fiambres, pero Pedro notó que le temblaban los dedos y que estaba tan alterada como él.
—Vamos a tomar bocadillos y no quiero ni una queja —contestó ella al cabo de unos segundos que parecieron eternos—. Hace demasiado calor para cocinar.
—Me gustan los bocadillos —Valentina se sentó en una silla y dio unas palmadas en la que tenía al lado—. Puedes sentarte a mi lado, Pedro—añadió con cierta timidez.
Increíblemente, Pedro consiguió sentarse sin que se le doblaran las rodillas.
—¿Qué tal le va a tu nueva vecina? —preguntó Agustín.
Pedro subió los hombros hasta las orejas y se arrepintió de haber pasado por el End of the Road a tomar algo. No quería hablar de ella, al contrario, había ido para ahogar su recuerdo en cerveza.
—¿Cómo voy a saberlo?
—Pensaba que como le habías alquilado los terrenos, quizá la hubieras visto por allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario