martes, 4 de agosto de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 29

Desde luego, si se casara con ella, jamás lo abandonaría.
Aturdida por aquel repentino pensamiento, se aferró a su copa. ¡Ella no estaba enamorada de Pedro Alfonso! Era absurdo plantearse algo así.
—Quizá necesitaría encontrar a alguien que se pareciera a tí cuando eras una adolescente. Alguien que me viera como el hombre perfecto.
—Si alguna vez encuentras a alguien que sienta por ti la adoración que yo sentía, no te burles de su admiración. Duele mucho —dijo suavemente.
—Jamás quise hacerte daño, Paula.
—Lo único que pretendías era desanimarme —se encogió de hombros—. Pero ya ha pasado mucho tiempo desde entonces. Ah, pan de ajo y ensalada. ¡Me encanta la comida italiana! Has hecho bien al escoger este restaurante.
Paula dirigió la conversación hacia temas mucho menos personales. Ya se había acercado demasiado al fuego para continuar discutiendo con Pedro sobre su soltería. Él había tenido una oportunidad años atrás y la había rechazado, así que no iba a continuar presionándolo.
Pedro sabía que el tema de los hijos ya había sido zanjado, pero desde que Paula lo había mencionado, no era capaz de apartarlo de su mente. ¿Qué tal padre sería? Sabía que no repetiría los errores cometidos por su propio padre. ¿Pero cometería otros? De alguna manera, su padre los había abandonado al mismo tiempo que su madre. Había sido como si sólo su cuerpo hubiera permanecido al lado de sus hijos.
Si Pedro tuviera alguna vez un hijo, le haría saber lo mucho que lo quería cada día de su vida.
Por un instante, miró a Paula, intentando imaginarse lo que sería tener un hijo con ella.
Intentando poner freno a aquellas imprudentes ideas, prestó atención a la conversación de Paula sobre los diferentes apartamentos que habían visitado aquel día. Faltaban todavía dos meses para que regresaran sus tíos, le estaba diciendo, así que en realidad todavía tenía tiempo más que suficiente para encontrar un nuevo hogar.
Cuando terminaron de cenar, Pedro condujo hasta el edificio en el que trabajaba para que Paula recogiera su coche. A continuación, fueron cada uno en su propio vehículo hasta West Bend.
Paula estacionó su coche, salió y esperó a que Pedro saliera del suyo. Todavía no quería poner fin a aquella velada.
—¿Te apetece venir a mi casa a tomar una copa? —le preguntó Pedro, acercándose a ella.
—Me encantaría.
No había vuelto a entrar en su casa desde que eran adolescentes. Presa de curiosidad lo siguió hasta la puerta trasera.
La cocina estaba perfectamente ordenada. Pedro le sirvió una copa de brandy y sugirió:
—Podemos salir al porche, si te apetece.
En el pasillo que conducía hasta la puerta principal, no había ningún tipo de adorno y una rápida mirada al cuarto de estar cuando pasaron por delante de él, le indicó que Pedro no había perdido mucho tiempo decorando la casa.
—¿Dónde están las fotografías de la familia? —le preguntó mientras se sentaba en una de las sillas del porche.
—No tengo muchas. Federico no suele enviarme ninguna y mi padre jamás se ha puesto detrás de una cámara.
Por primera vez desde que lo conocía, Paula compadeció a Pedro. Aquel hombre al que siempre había considerado dueño de su vida y de su destino, de pronto le parecía terriblemente solo. Y ansiaba poder darle todo lo que necesitaba. Pero jamás se lo diría. Si de algo estaba segura, era de que si Pedro quería algo diferente de ella, intentaría conseguirlo.
—¿Qué piensas hacer con lo del apartamento? —le preguntó de pronto Pedro.
—Supongo que tendré que seguir buscando.
—Yo podría acompañarte el sábado, si quieres.
—No, gracias. Creo que será mejor que vaya sola —contestó sonriente—. Tú intimidas a los pobres agentes inmobiliarios.
—Sólo a aquella mujer que pensaba que estábamos buscando un apartamento para los dos.
—Es un error natural, cuando dos personas van juntas a ver un piso.
—Quizá. Deberías quedarte aquí hasta que vuelvan tus tíos.
—¿Por qué?
—¿Por qué no?
—Ésa es la manera que tienen los abogados para evitar dar una explicación.
Pedro la tomó de la mano y tiró de ella para que se sentara en su regazo. Paula obedeció encantada y se apoyó contra su pecho. Atrapada entre sus brazos, podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo.
—Te deseo, Paula—susurró, haciéndola girar en sus brazos antes de tomar sus labios. Unos labios firmes y ardientes con los que al instante estaba profundizando su beso.
Paula le respondió con un beso. Si aquello hubiera sucedido años atrás, se habría sentido como si estuviera en la gloria. Pero la edad le había dado cierta sabiduría. O al menos eso esperaba.
Porque la verdad era que se sentía rozando la gloria. Con aquel beso, Pedro había hecho añicos su capacidad de control y estaba despertando en su interior sensaciones que la dominaban por completo. Sentía sus manos contra sus brazos y sus dedos enredados en su pelo. De pronto, Pedro  deslizó la mano hasta uno de sus senos. Paula sintió un silencioso estallido de placer en sus entrañas y se irguió ligeramente para darle a Pedro mayor libertad en sus caricias. Estaba ardiendo de pasión y no podía hacer nada, salvo responder complacida a la delicia de aquel abrazo.
Afortunadamente, la cordura no tardó en retornar, y Paula empujó a Pedro suavemente. Estaba corriendo un grave peligro. Ella había amado a aquel hombre y él la había apartado de su lado. Era una locura querer acercarse nuevamente a él.
Separarse en aquel momento de Pedro fue lo más duro que había hecho en toda su vida, pero tenía que hacerlo.
—Tengo que irme —dijo casi sin respiración.
—No te vayas, Paula. Quédate conmigo.
—No puedo.
Prácticamente corrió hasta encontrar refugio en casa de su tía. Pedro continuaba llamándola, pero ella no lo escuchó. Sólo tras cerrar firmemente la puerta de la cocina, se permitió soltar el aire que encerraban sus pulmones. Había sucedido. A pesar de todos sus esfuerzos, de todas sus buenas intenciones, había vuelto a enamorarse de Pedro Alfonso.
—Oh, noo —se lamentó. Ella se había creído inmune a sus encantos, pero la verdad era que había vuelto a convertirse en su víctima. Pedro la irritaba a veces, sí, pero jamás podría cambiar lo que sentía por él.
Demasiado afectada para pensar siquiera, tomó el diario de Norma como si fuera su tabla de salvación. Había empezado ya a escribir la lista de ingredientes para dársela a Leticia. Rápidamente, la revisó y la sacó del diario. Aquella noche, sus emociones no le permitían pensar en aquella lista. Continuaría leyendo lo que decía su bisabuela. Estaba deseando saber si al final Norma y Fernando se habían casado.
Mientras hacíamos la limpieza de la casa, mamá me ha estado hablando de lo maravilloso que es formar un hogar junto a alguien. Descubrir lo que a cada uno de ellos le gusta y saber utilizarlo en las ocasiones especiales. Un hogar debe de ser un remanso de paz y serenidad. Un refugio al que la familia regresa al final del día. Especialmente para un hombre que se pasa el día luchando en la calle para que su familia pueda vivir dignamente. Lo último que un hombre necesita cuando regresa a su casa es encontrarse con un caos.
Me pregunto si Federico yo llegaremos a formar juntos un hogar. ¿Tendremos muebles y objetos especiales, que tengan significado sólo para nosotros? Convertir la casa en un remanso de paz y tranquilidad para que el hombre vuelva a ella feliz. Es un consejo que nunca olvidaré. Y procurar llenar su vida de todos esos pequeños detalles que al otro le importan.
Paula cerró el diario y fijó la mirada en el vacío con expresión soñadora. Ella podría convertir la casa de Pedro en un verdadero hogar. Llenarla de fotografías, cuadros y colores, llenarla de amor y de risas. Podía demostrarle que no necesitaba vivir como lo había hecho su padre…
Si alguna vez tuviera oportunidad.
Cosa que, obviamente, jamás tendría.
Suspirando suavemente, Paula apagó la luz e intentó dormir. Pero el recuerdo de los labios de Pedro sobre los suyos se negaba a abandonar su mente. Y deseaba haber permanecido aquella noche junto Pedro.

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