—Yo no necesito que nadie me quiera, Paula. Ese sentimiento es un mito, una ilusión que la gente utiliza para ocultar el deseo. Está mucho mejor considerado decir que te has acostado con alguien porque estás enamorado. Pero la verdad es que no existe ningún amor que dure eternamente. Y si no te lo crees, piensa en mi madre. Entiendo que dejara de querer a mi padre, ¿pero cómo es posible que dejara de amar también a sus dos hijos?
—No lo sé. ¿Sabes si ocurrió algo antes de que se fuera? Mi tía dice que tu padre cambió mucho tras la marcha de tu madre. Los conocía a los dos y ambos le gustaban. Quizá tu madre ha intentado verte alguna vez y tu padre no la ha dejado. O quizá no. En cualquier caso, eso sucedió hace mucho tiempo. ¿Y por qué concederle tanta importancia a una mujer a la que no quieres? Por culpa de tu madre estás rechazando la posibilidad de estar con alguien que te quiera de verdad y esté dispuesta a compartir su vida contigo. Olvida el pasado, Pedro. Mira hacia el futuro.
—¿No crees que debemos aprender de nuestras experiencias?
—Lo que creo es que el amor une para siempre a las personas. Yo quiero a mis padres y ellos me quieren. Además, ellos se adoran. Mi padre haría cualquier cosa por mi madre y yo quiero encontrar esa clase de amor para mí. No quiero pasar sola toda mi vida. Me gustaría encontrar una persona con la que compartirla —se levantó—. Pero no eres tú. Y cuando seas viejo te arrepentirás de no poder tener a nadie que comparta la vejez contigo. ¿Quieres llevarte un trozo de tarta a tu casa?
Paula estuvo a punto de soltar una carcajada ante el brusco cambio de tema.
—Si te sobra…
—Claro que me sobra. No necesito tantas calorías.
Pedro la observó mientras ella caminaba hacia la cocina. Por un momento deseó seguirla, pero lo pensó mejor y se quedó donde estaba. Evidentemente, no estaban hechos el uno para el otro. Lo único que esperaba era que Paula no terminara casándose con un hombre que la hiciera infeliz.
Imaginarse a Paula casada le molestaba. Frunció el ceño e intentó apartar aquella incómoda idea de su mente, pero su imaginación la evocaba caminando por el pasillo de la iglesia, al lado de un hombre.
Apretando los puños, se preguntó qué hombre podía ser bueno para Paula. Aquella mujer había formado parte de su infancia y no quería que nadie le hiciera daño.
Se levantó y comenzó a caminar hacia la casa. Antes de que hubiera llegado, salió Paula con una fuente en la mano.
—Toma. Y no te lo comas todo de golpe —le dirigió una sonrisa amistosa.
—Es una tarta maravillosa. Disfrutaré de cada bocado —le dijo, tomando el plato.
—Siento que Leticia y Matías no hayan podido venir. Quizá podamos reunimos en otra ocasión.
Pedro caminó hacia Paula, pero ella retrocedió. Con su mano libre, Pedro la tomó del cuello y la atrajo delicadamente hacia él.
—Tengo que fregar los platos —dijo ella, casi sin respiración.
—Eso puede esperar.
Y en cuanto Paula alzó sus ojos hacia él, la besó. Paula entreabrió los labios, respondiendo perfectamente a su beso. Pedro se separó unos centímetros para contemplar aquellos oscuros ojos en los que ardía un fuego secreto.
La deseaba. Estaba tan sorprendido por aquella revelación que apenas podía pensar. La adolescente de años atrás se había metamorfoseado en una mujer bella y seductora. Una mujer a la que quería conocer de todas las formas posibles. ¿Cuándo se habría producido aquel cambio? ¿Y en qué exactamente había cambiado Paula? ¿O habría sido él el que había cambiado?
Sintió su pelo deslizarse entre sus dedos. Podía sentir también el calor de su cuerpo. Y quería más. Quería mucho más que un beso. Lo quería todo de ella.
—Buenas noches, Pedro —dijo Paula, librándose de su mano. Apenas podía respirar y sabía que tenía que alejarse de allí antes de cometer uno de los mayores errores de su vida.
— Paula, espera.
—Tengo que irme. Adiós —salvó corriendo la escasa distancia que la separaba de la cocina y cerró la puerta de un portazo. Mientras intentaba recuperar el ritmo normal de su respiración, se preguntó qué diablos estaba haciendo. Discutir sobre el matrimonio con un hombre tan abiertamente hostil a él era una pérdida de tiempo. Y querer a un hombre así era una estupidez. ¿Acaso no había aprendido nada de la vida?
Casi temiendo que Pedro la siguiera a la cocina, se acercó al fregadero y se puso a fregar los platos. No le llevó mucho tiempo y en cuanto terminó, se asomó al patio para ver si Pedro todavía estaba allí. Acababa de comprobar aliviada que se había ido, cuando sonó el teléfono.
—¿Diga?
—Gracias otra vez por la cena —la voz grave y seductora de Pedro sonó al otro lado de la línea.
—Me alegro de que te haya gustado —contestó, esforzándose en mantener la calma—. No cocino muy a menudo y disfruto haciéndolo.
—Puedes cocinar para mí cuando quieras.
Paula sonrió, pensando en el consejo de Norma.
—Creo que la señora Mulfrethy protestaría. Pensaría que estoy intentando ocupar su lugar.
—Como se te ocurra repetir delante de ella lo que te voy a decir, lo negaré delante de la Corte Suprema, pero la verdad es que cocinas mucho mejor que ella.
—Caramba, Pedro, muchas gracias, pero me estás juzgando por una sola comida.
—¿Quieres cenar conmigo mañana por la noche?
Paula se aferró con fuerza al auricular. Estuvo a punto de decir que sí, pero recordó inmediatamente el diario de Norma.
—Lo siento, pero voy a estar ocupada.
—¿Haciendo qué?
—¿Sabes, Pedro? Tienes que quitarte la costumbre de interrogar a las personas que tienen contacto contigo. Como tú mismo has dicho cuando he mencionado a Selena, no es asunto tuyo.
—¿El lunes por la noche entonces?
—No, lo siento.
—¿El martes? — Paula permaneció en silencio, esperando a ver hasta dónde estaba dispuesto a presionar—. El miércoles, entonces. Te llevaré a ver unos bloques de apartamentos que acaban de hacer en Charlotte y después podemos ir a cenar.
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