sábado, 22 de agosto de 2015

Venganza y placer: Capítulo 27

Pedro se deslizaba entre el sueño y la vigilia y en su mundo la única realidad eran las sensaciones físicas. El duro suelo bajo la espalda, el frío invadiendo sus huesos, la mano de Paula. Y el dolor. El dolor por encima de todo lo demás. Lo paralizaba, le impedía hablar. Necesitaba decirle a Paula que lo que le había dicho a Schulz era mentira, pero apenas podía respirar y sabía que debía permanecer inmóvil y ahorrar oxigeno si es que quería sobrevivir, y vivir al lado de Paula hasta que la muerte los separara.
Tenía se sobrevivir para hacer y decir muchas cosas, en especial “Te quiero”. Haciendo mucha fuerza abrió los ojos. Fogonazos azules, voces y pasos. El rostro de Paula inclinándose sobre él. Lloraba. ¡Dios! Lloraba, como le dolía verla así. Pedro frunció el ceño.
-No llores… - el pecho le ardía y hablar le quemaba – Te…
Paula se separaba de el.
-Ya están aquí – susurró Paula.
Pedro sintió una calor recorrerle todo el brazo, luego, la oscuridad.

Contemplando un nuevo amanecer, Paula reflexionó sobre la extraña percepción del tiempo que se tenía en situaciones extremas. La noche en la sala de espera del hospital de París se le hizo eterna y sin embargo, el día anterior, despertando de la cama que todavía conservaba el olor de Pedro, parecía haber transcurrido hacía unas horas.
Las palabras que le había dicho: “Parece que estemos destinados a causarte dolor.” En aquel momento, mientras esperaba sentada en la vacía sala de espera, parecía premonitorias. En el hospital de Rouen no habían podido tratar a Pedro. La bala había destrozado varias costillas y le había perforado el pulmón. Lo habían estabilizado en la ambulancia, pero necesitaba ser operado de emergencia. Paula siguió al vehículo en un auto de la policía. El único sentimiento que atravesaba la niebla era el de la culpabilidad en realidad no tenia derecho a seguirlo, puesto que él no la amaba, era su propio egoísmo lo que la obligaba a permanecer junto a él por el mayor tiempo posible.
Una robusta enfermera con una expresión preocupada apareció ante ella, con una amable sonrisa. Paula no apartó los ojos de un reloj de pared, temiendo colapsar sino mantenía sus emociones bajo control.
Monsieur Alfonso había salido del quirófano hacia unos minutos. Sus heridas, aunque graves, no era mortales, y milagrosamente, su corazón estaba intacto.
Paula asintió. Esa parte de la información la sabia. Pero era su propio corazón el que había resultado herido.
-Ha preguntado por usted, chèrie – dijo la enfermera.
Paula miró a la enfermera y vió que la miraba con expresión compasiva.
- ¿De verdad?
La enfermera sonrió abiertamente.
-En cuanto ha despertado de la anestesia ha intentado levantarse – sacudió la cabeza – insistía en hablar con usted. Tiene la fuerza de diez hombres. Es un sobreviviente nato.

Paula fue apresuradamente a la habitación de Pedro, consciente de que tenía un aspecto deplorable, pero impulsada por la pequeña chispa de esperanza que la enfermera había prendido al describir la actitud de Pedro.
Entubado y rodeado de máquinas, yacía dormido. Y Paula sintió un amor desbordado al ver la expresión tranquila de su rostro. Vacilante le acarició el interior del brazo. Él se volvió de inmediato como si estuviera esperándola. Expectante, Paula  lo vió volver del valle de las sobras y el dolor. Pedro flexionó los dedos y musito:
-Verónica…
Aunque Paula siguió acariciandole el brazo, el resto de su cuerpo quedo paralizado.
-Necesito… Verónica…

No hay comentarios:

Publicar un comentario