martes, 11 de agosto de 2015

Venganza y Placer: Capítulo 6

Pedro la siguió, y viendo la decisión con la que caminaba, le asombró el efecto que un beso había tenido en ella. Al imaginar lo que podría hacer en una noche sonrió para sí.
Había decidido seducir a la nieta de Sara Schulz como venganza, pero empezaba a pensar que le iba a resultar demasiado placentero como para darle ese nombre. ¿Qué se sentiría al poseer una perla tan preciosa… una hija de la dinastía Schulz… y luego repudiarla? ¿sería suficiente compensación para lo que habían hecho?

En el vestíbulo, Paula se volvió hacia él con las mejillas encendidas y la mirada centelleante.
-¿Gracias? ¿Tengo que agradecerte haberme hecho esto? – preguntó, mirándose a sí misma.
Con una sonrisa felina, Pedro observó la blanca piel de su escote, salpicadas de perlitas de azabache.
-Te aseguro que es mucho mejor que ser humillada en público por un fanfarrón pomposo que te trata como a una niña. Paula abrió los ojos como plato.
-¡Era mi hermano!
Pedro  la miró impasible.
-Da lo mismo. No me gusta la arrogancia. ¿Dónde está tu dormitorio?
-¿Porqué? – preguntó desafiante.
Pedro  la miró y sintió prender la llama del deseo. La idea de seducirla le resultaba cada vez más atractiva.
-Porque no me gustan las demostraciones de fuerza.
Paula  rió y rompió parcialmente la tensión.
-Me refería a por qué preguntabas por mi dormitorio.
-Por que creo que deberías cambiarte – explicó. Suavemente, para no asustarla, tomó una bolita de caviar que descansaba en la curva del seno de Paula, y sin dejarla de mirarla a los ojos, se lo metió en la boca. La tomó de la mano y subió las escaleras. Para su sorpresa, ella no protestó. Definitivamente, a pesar de la imagen controlada, ella tenía su naturaleza apasionada y rebelde como La Dame Schulz, y en eso la abuela de Paula no se equivocaba.
Paula abrió la puerta de una habitación y se volvió hacia él.
-No sé nada de tí – dijo súbitamente – ni siquiera sé cómo te llamas.
-Pedro Alfonso– Pedro le tendió la mano – Millonario especulador.
- Me dijiste que no estaba del todo cierto. ¿Quién eres en realidad? – preguntó Paula con una media sonrisa.
-Me dedico a los fondos de cobertura.
-¿Qué es eso?
-Que compro y vendo… cosas.
-¿Qué cosas?
-Cualquier cosa – dijo Pedro encogiéndose de hombros – pero prefiero las intangibles: lluvia, calidad del aire, confianza…
-¿O la herencia de otras personas? – preguntó Paula con sarcasmo.
-Si me proporciona ganancias – dijo él, con una sonrisa matadora - ¿qué mas? Soy frances, pero llevo cuatro años en Londres. Colecciono arte, no estoy casado, no tengo hijos. ¿quieres saber algo más?
-¿Por qué estas aquí?
Paula fue al armario y le dió la espalda. Pedro permaneció en el quicio de la puerta. No quería precipitarse, no era necesario.
-Quería volver a verte.
-¿Por qué? – su franqueza lo sorprendió. Caminó hacia ella y la ayudó a desabrocharse los botones del traje.
-Quería devolverte lo que te pertenece.
-¿El cuadro? – hubo una pausa al deslizarse el vestido por los hombros de Paula. Lo recogió por delante antes de volverse.
-Por supuesto.
-No gracias.
Pedro disimuló su sorpresa y la miró fijamente.
-¿Por qué no? Dijiste que era de tu abuela.
- Es demasiado caro.
Pedro  la miró con curiosidad era la primera vez que una mujer rechazaba un regalo por su precio. Eso era como si un pez no quisiera vivir en el agua por que es demasiado húmeda.
-Ayer dijiste que no tenía valor material.
-Y era verdad. Pero te equivocas si piensas que todo esto.. – dijo ella con frío desdén al tiempo que abarcaba el cuarto con un movimiento del brazo – significa que soy rica y que puedes vendérmelo por un precio desorbitado – tras una breve pausa, continuó – siento decepcionarte, pero no puedo permitírmelo.
-Ha sido un gran discurso, pero completamente innecesario – dijo Pedro finalmente – he dicho que he venido a traerte el cuadro.
-¿Por qué harías algo así?
El aire estaba cargado de sensualidad. Pedro pudo apreciar que la hostilidad que Paula presentaba tenía un alto componente de inseguridad e incertidumbre. Y después de haber visto a su avasallador hermano, no le costó adivinar la causa de su actitud. Acarició lentamente la mejilla de Paula y ésta se estremeció.
-Porque lo quieres – dijo, sin dejar de mirarla. Como él se lo esperaba Paula apenas se acordaba a lo que se refería, y disimulando una sonrisa triunfal – lo he dejado abajo. Espero que le guste a tu abuela. Salió y cerró la puerta tras de sí. Contando los escalones para adivinar en qué número Paula  saldría para detenerlo. Porque no había la menor duda que iría tras él.
Cuando alcanzó la puerta principal y salió a la tibia noche de agosto tuvo que admitir que ella no era tan predecible. Cruzó la calle lentamente y cuando puso la mano sobre la manilla de la puerta del carro escuchó unos pasos precipitados sobre el suelo de mármol. Al escuchar la voz de Paula, sonrió.

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