jueves, 27 de agosto de 2015

Tuyo Es Mi Corazón: Prólogo

Unos sesenta hombres se amontonaban en el bar End of the Road, el centro de reuniones para los hombres de Temptation, Texas. Unos estaban sentados a las mesas, y otros, a horcajadas en los taburetes. Los que habían llegado un poco tarde se apoyaban contra la pared y otros cuantos estaban acodados sobre la larga y maltrecha barra. La mayoría, recién llegados de los ranchos donde trabajaban, llevaban vaqueros y botas. Algunos usaban un peto sobre la camiseta. Como no había ninguna mujer que pudiera reprochárselo, todos llevaban la cabeza cubierta, ya fuera con sombreros de vaquero o con gorras de visera. Pedro Alfonso llegó tarde, se paró al entrar y miró alrededor. Agustín Gonzalez, su amigo y sheriff de Temptation, estaba sentado a una mesa al fondo de la habitación. Se sentó en la silla que le había guardado Agustín y pidió una cerveza.
—Empezaba a pensar que no ibas a venir —murmuró Agustín.
—Un toro se metió en un pasto con unas terneras. Me ha costado convencerlo de que no era su sitio.
Pedro se echó el sombrero hacia atrás y dio un sorbo de cerveza antes de volverse hacia Sergio Fernandez, el alcalde, que estaba sentado en un taburete y apoyado en la barra. Sergio parecía un sapo y levantaba la voz para hacerse oír. Todos hablaban del descenso de población de Temptation y del cierre de algunos negocios. Los ceños se fruncieron cuando el alcalde leyó un estudio que habían hecho en el instituto y que decía que sólo el diecisiete por ciento de los estudiantes pensaba quedarse en Temptation una vez terminados los estudios.
El bar, normalmente bullicioso, parecía una iglesia ese sábado por la noche. Si no se hacía algo inmediatamente, Temptation, como muchas otras comunidades rurales, pronto sería un pueblo fantasma.
Pocos lo captaban tan bien como Pedro Alfonso y Agustín Gonzalez. Llevaban varios años comentado ese declive, pero Agustín, al contrario que Pedro, tenía un plan. No era un plan que Pedro apoyara completamente, pero le parecía un primer paso. Agustín se levantó y se quitó el sombrero.
—Sergio, creo que podría tener una solución para el problema de Temptation.
—Entonces, cuéntanosla —le pidió el alcalde con impaciencia—. Para eso hemos venido.
Agustín tomó aire porque no estaba nada seguro de que fueran a aceptar su idea.
—Lo que tenemos que hacer es anunciarnos para que vengan mujeres —dijo lentamente.
Un hombre que estaba bebiendo cerveza se atragantó, y otro gritó:
—Agustín si estás tan necesitado, ¿por qué no vas a Austin y te pillas una prostituta?
El comentario se recibió entre risas y alaridos. Agustín  frunció el ceño. No había esperado que recibieran su idea con entusiasmo, pero tampoco había esperado que se rieran de él.
—No era lo que había pensado. No hace falta ser universitario para saber que se necesitan mujeres para aumentar la población —replicó con los ojos entrecerrados y dando vueltas al sombrero entre las manos—. Tenemos que comprobar los negocios que se han cerrado, decidir los negocios y profesionales que vamos a necesitar en el futuro y poner anuncios para que vengan mujeres a satisfacer esas necesidades.
Alguien soltó una carcajada al oír la palabra «necesidades», y Agustín lo fulminó con la mirada antes de volver a ponerse el sombrero.
—Eso es todo lo que tenía que decir —concluyó mientras se sentaba otra vez.
Las risas siguieron, y Agustín fue poniéndose cada vez más rojo, hasta el punto que Pedro se sintió obligado a salir en defensa de su amigo.
—Pueden reírse lo que quieran —dijo después de levantarse de un salto—, pero no he oído a nadie que haya propuesto una idea mejor. No creo que ninguna mujer esté dispuesta a venir, pero Agustín tiene razón al decir que se necesitan mujeres para que la población del pueblo aumente —dio una palmada a Agustín en el hombro—. Yo lo apoyo en el plan de anunciarnos para que vengan mujeres y espero que vosotros hagáis lo mismo.
Sin embargo, nadie se dio cuenta de que un periodista del periódico del condado estaba tomando notas sobre el plan de Agustín para salvar Temptation. Cuando los suscriptores lo recibieran el miércoles, todo el condado se enteraría de los planes de Agustín Gonzalez para aumentar la población de su pueblo—, y el jueves, las agencias de noticias lo divulgarían por todo el país. El viernes por la tarde, la calle principal estaría llena de furgonetas de cadenas de televisión deseosas de contar la historia del pueblo que esperaba salvarse con unos anuncios para atraer mujeres. A las cuarenta y ocho horas, las mujeres solteras de los cincuenta estados estarían chismorreando, y quizá soñando, sobre el pequeño pueblo de Texas donde había ocho veces más hombres que mujeres.

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