martes, 25 de agosto de 2015

Venganza y Placer: Capítulo 30

Mientras que la pequeña parroquia de St. Saviour, en el corazón rural del distrito electoral de Gonzalo estaba iluminada por velas, en el exterior no dejaba de verse los flashes de los fotógrafos. Debido a los sucesos acaecidos, la boda del político se había puesto a nivel de una figura de la realeza. Valentina había actuado como relaciones publicas magistralmente. Desde el momento que la noticia estallo y ella y Paula habían salido del hotel de Paris, trató con la prensa con agradecida sinceridad y contribuyó a humanizar la familia Schulz-Chaves. Expresó la preocupación de todos por las heridas de Pedro Alfonso y dijo que confiaba que la muerte de Felipe Schulz, quien evidentemente padecía de un trastorno mental, marcaría el final de la duradera disputa entre ambas familias. Al día siguiente, la fotógrafia de La Dame Schulz aparecía en todos los periódicos y Sara se convertía en una celebridad. Su prolongado silencio convirtió las llamas de la curiosidad de la prensa en una hoguera, a lo que contribuyo sutilmente Valentina  filtrando información sobre el cuadro y la apasionada y trágica historia, a lo Romeo y Julieta, que había tras él. La transformación de los fríos y adinerados Chaves en misteriosos y románticos aristóccatas, tuvo lugar ante los ojos del mundo con calculada precisión.
Los flashes se dispararon cuando el Rolls Royce que conducía a la novia y a su padre llego a las puertas de la iglesia, Valentina emergió de él. Paula la observó girarse brevemente hacia las cámaras antes de tomar el brazo de su padre y acercarse hacia ella que, vestida de negro, la esperaba como dama de honor, a la puerta de la iglesia.

 -Estas preciosa, Valentina- dijo Paula. Era verdad. En aquella mortecina luz de aquella tarde de noviembre, Valentina resplandecía. Los blancos y negros que habían elegido originalmente como motivo de la ceremonia por el suelo ajedrezado de la iglesia, hacían que los ricos colores de la cruz Schulz refulgieran sobre su pecho.
-Gracias cariño – cuidando no estropear los bouquets que portaban, abrazó a Paula – Tú también. Paula se separó con una risa seca. Las dos sabían que, a pesar del equipo de maquilladoras, que habían conseguido devolver algo de color a sus mejillas, su aspecto dejaba mucho que desear.
 -Como es el día de tu boda, evitaré llamarte mentirosa – bromeó. Valentina le apretó la mano.
-Estas siendo maravillosa querida – dijo con energía – y me daría lo mismo si hubieses venido con la cabeza afeitada y llena de tatuajes. Se que todo esto… - indico la iglesia llena de gente – es lo ultimo que necesitas, y te agradezco el esfuerzo que has hecho.
-No se si Gonzalo opinara lo mismo de los tatuajes – dijo Paula, esbozando un sonrisa – me temo que su imagen publica se resentiría.
-Tú eres mucho mas importante para el. Sabes que bajo su fría apariencia, te quiere con locura. paula se estremeció.
-Sera mejor que evitemos mencionar la locura cuando hablemos de mi familia. Vamos, acabemos con la ceremonia y empecemos con el champan.

Al oír los primeros acordes de Canon de Pachelbel, Paula tomó aire y apretó el bouquet de rosas rojas. Al perfume de las flores se sumo el denso olor a incienso y de la cera del interior, que la invadió al seguir a Valentina por el pasillo central. Afortunadamente los invitados estaban demasiado pendientes a la novia como para prestar atención y fijarse en su cara de desolación. Caminando en hurtadillas para evadir la prensa, Pedro se apoyo en una lapida. Con cada paso sentía el roce de sus costillas aún lastimadas. El ejercicio hacia que le ardieran los pulmones. Se había dado de alta del hospital en contra de la opinión medica, pero estaba seguro de que si no lograba hablar con Paula aquel día, corría el riesgo de no volver a ver nunca. De todos los recuerdos confusos pasados bajo el efecto de la morfina, solo uno era nítido: la obsesión por localizarla.

Pero los Chaves había cerrado filas alrededor de ella y ni sus cartas, ni llamadas, ni sus visitas a la tienda de Notting Hill había servido de nada. Hasta que el día anterior Celia se había compadecido de él y le había dicho donde se celebraría la boda. Solo allí podría ver a Paula, y el pleno conocimiento de que la iba a volver a ver, lo hacia ir con determinación. Respirando entrecortadamente, se irguió y continuó hacia un arco de entrada en el lateral de la iglesia. El servicio estaba avanzado. La música y la luz de las velas lo envolvieron en cuanto abrió una ranura y se deslió  hacia el interior. Había llegado a tiempo, terminaba un himno y la gente hablando y sentándose, aprovechó para situarse en la nave lateral sin que nadie lo viera. Paula estaba detrás de los novios, hacia un lado. Tenía la cabeza inclinada y las velas iluminaban su cabello y sus desnudos hombros. En medio del ambiente de celebración, su rostro comprendía un expresión de profunda tristeza. Pedro se apoyó en un pilar. El súbito dolor que sintió en el pecho no fue físico, sino causado por la joven vestida de negro que tenia a unos metros de distancia. La mujer que amaba. La mujer que no aceptaría perder tan fácil. La mujer con los labios temblorosos y las mejillas humedecidas por unas sordas lagrimas. La mujer que en aquel momento alzo la mirada y lo vio.

-El amor es paciente, amable… - leía el pastor. Se miraron atormentados, proximos en distancia pero separados por un continente de tristeza e incomprensión.
Pedro  apretó los puños para controlar el impulso de ir al altar, estrecharla en sus brazos y besarla hasta hacer desaparecer las sombras de su rostro.

-El amor lo soporta todo, cree en todo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario