En menos de veinte minutos la ayudante personal de Pedro en Londres le enviaba un Aston Martin. Al entregarlo, el conductor, intentó explicarle algunas características pero Pedro lo ignoró, se montó en el auto y salio disparado dejando las hojas atrás, todas revueltas formando circulos. Acelerando a toda velocidad bordeando el muro de la casa del tío de Paula, apretó con fuerza el volante al aproximarse al portón de la entrada de la casa. Un segundo después vió el auto de Paula salir y entrando a la carretera sin verificar si iba a algún lado. Ella condujo por el lado izquierdo, el lado inglés. Pedro exclamó una maldición en francés. Dió la vuelta y empezó a seguirla. A pesar que el auto en el que andaba Paula no podía competir con el de él. Se sorprendió, al ver a la velocidad que iba para alcanzarla, pero lo más que le sorprendio, era lo aterrado que estaba de que le ocurriera algo. Fijó su vista en Paula y buscaba por medio de cualquier cosa, para avisarle que estaba en el carril equivocado. Pero el no conocía el sistema complejo de ese moderno auto.
Pedro dió un volantazo a la derecha, para rebasarle y decirle que se alineara, pero cuando llegó a su lado, Paula lo ignoró y con una mirada fija y decidida apretó su quijada al pecho. A la verdad que estaba loca, era en lo único que pensaba Pedro. Aceleró y se colocó al frente de ella, a ver si caía en tiempo, pero no seguía en el mismo carril. Seguía tan molesta con el que no se daba cuenta que estaba en el carril equivocado. Si viniese un carro ella quedaría hecha pedazos. Ante tal pensamiento, lo domino la cólera, la frustración y la desesperación.
Apretó el acelerador para verificar que no viniese un carro y hacerla mover al carril de la derecha. Subio una cuesta y cuando salio de la cúspide de la cuesta se fijo en un camión que venía. Ahí si que Paula quedaría lista para la otra vida. Sin pensar en lo que hacía se metió en el medio del camino con el corazón en la boca, el camión dio un bocinazo y empezó a frenar. Pedro pudo ver la cara de horror del conductor, que con un volantazo simétrico logró esquivarlo, pero siguió el conductor tocando bocina molesto hasta que volvió a entrar en el carril. Los dos vehículos se cruzaron a apenas unos centímetros de distancia en el preciso momento en que el MG aparecía en lo alto de la cuesta, tras el Aston Martin. El conductor del camión volvio a su carril sin dejar de tocar la bocina.
Con el corazón acelerado Pedro se desvió hacia el paseo y desvió el coche. Paula lo imitó y lo vió bajarse hecho una furia del coche. Él abrió la puerta y la hizo salir a tirones del carro. Su voz vibraba como un cable a punto de romperse.
-¡Podías haberte matado!
-Y a tí que mas te da? – dijo Paula diciendo las palabras lentamente. Pedro clavó los dedos en el brazo y por una fracción de segundo, Paula temió de que le fuera a pegar. Pero en vez de eso, la soltó bruscamente y se pasó la mano en el pelo con desesperación.
-¿Habría arriesgado mi vida por salvarte si me diera lo mismo? – preguntó en voz baja.
Paula se cruzó de brazos. Su corazón le golpeaba salvajemente el pecho.
-No lo se – contestó aireada – teniendo en cuenta como me odias, no sé por que lo has hecho? – le dió la espalda.
-Yo no te odio.
La voz de Pedro se oyó como si estuviera lejos, como si no pudiera penetrar la obscura niebla entre ellos. Paula había salido grave de la casa de su tío. Tras que la casa estaba en pleno deterior, su tío no estaba sano de la mente, y esa visita le había resultado rara y aterradoras al mismo tiempo, pero había averiguado muchas cosas interesantes. Como por ejemplo, la comprensión de su abuela con respecto a lo que le había hecho Facundo Pieres.
Mirando a lo lejos y con el tono más neutral que podía, comenzó a hablar.
-No me habías dicho que tu padre era artista.
-¿Por qué sera? – dijo con autentico sarcasmo.
-¿Quizá porque podría haber averiguado que hace años pintó un cuadro de mi abuela con el que trataba de arruinar la reputación de ella y la de su familia? – dijo Paula con una mezcla de ira y abatimiento. Pedro la tomó por los brazos y la hizo girarse.
-¿Qué te ha dicho el bastardo Schulz?
-Asi que no lo niegas… - dijo riendo sarcásticamente.
-¿La existencia del cuadro? No. Tu sabes tan bien como yo que existe. – dijo entre dientes – por eso estás aquí, por eso nos conocimos.
Paula lo miró sorprendida.
-¿Cómo? No es verdad.. yo pensaba que…
Paula calló, no iba a decir algo tan cursi como que el destino los puso allí. Pedro le clavó los dedos en el brazo.
-Siempre has sabido de la existencia del cuadro; lo estabas buscando.
Se trató de zafar de el pero no pudo.
- Jamás lo había oído nombrar. De haberlo sabido no me hubiese acercado a tí – dijo con angustia – Sé muy bien lo que se siente ser explotaba en nombre del arte. Lo he experimentado yo misma.
Pedro se quedó en “shock”.
- ¿A que te refieres?
En los ojos de Paula se reflejaba un profundo dolor.
-Por eso dejé Bellas Artes. En mi caso no fue una pintura, fueron fotografías… desnuda.. proyectadas sobre los titulares de periódico del tiempo en que mi abuelo era ministro; ampliadas en grandes pantallas de seda. – cada palabra parecía abrir una herida – Muy moderno, muy ingenioso… y una total humillación para mí.
-¿Quién lo hizo? – preguntó Pedro con voz ronca y un dolor en el pecho.
Paula trató de cubrirse el rostro pero Pedro le aguantaba las manos con fuerza.
-El hombre con el que estuve hablado el otro día en Tate. El hombre al que creí amar hasta que supe que solo se había fijado en mí por el apellido – intento soltarse una vez más en vano – Por eso sé como se debió sentir mi abuela por culpa de tu padre…
-Te equivocas – gritando él, intentando atraerla hacia sí para que lo escuchara. - ¡fue algo muy distinto!
Paula consiguió liberarse y le dio la espalda.
-Sí, claro – dijo con sarcasmo – aunque estaba desnuda y solo llevara la cruz de los Schulz, el símbolo del honor de la familia, como si fuera un objeto pornográfico, la intención era “puramente artísticas”.
-Así es – dijo Pedro furioso, sin encontrar las palabras que describieran la ternura y el respeto, la veneración con la que Horacio había pintado a Sara, inmortalizándola como una mujer de veinte años, vibrante, apasionada…
Igual que la mujer que tenía frente a sí. El deseo lo golpeó como un puñetazo.
-Tienes que creerme, fue muy diferente. – dijo casi en un susurro.
La ira de Paula había calmado y reinó tristeza en su mirada.
- ¿Por qué tendría que creerte?
Pedro dejó escapar un gemido de protesta.
-¿Quieres que te lo enseñe?
-Sí.
Pedro la pegó hacia él bruscamente y le dió un beso. Paula empezó a darle puños en el pecho, luego arañarlo. El beso se profundizo haciendo que ella se entregara la loca pasión que se estaba desatando dentro de ella y empezó a acariciarle el pecho. Pedro le sujetaba el rostro con ambas manos, y con el pulgar le acariciaba la barbilla. Se despegó un poco de ella y ella posó su cabeza en el pecho de Pedro, dandole un debil golpecito en el pecho. De momento él se separó de ella con rostro inescrutable.
-De acuerdo, te lo enseñaré. Verás a lo que me refiero. Ven conmigo.
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