—El matrimonio sólo sirve para darte sensación de longevidad. Pero eso es algo que sólo depende de uno mismo. Hay muchas menos probabilidades de que te hagan daño si te apartas de ese camino.
—Qué cínico eres.
—Soy realista. Sin embargo tú estás siempre intentando ver el lado bueno de las cosas.
—No creo que haya nada malo en ello. Además, hay millones de personas que disfrutan de matrimonios maravillosos. ¿Crees que debería convertirme en una cínica como tú?
—No —la firmeza de su tono dio por zanjada la discusión.
Paula lo miró estupefacta. Casi tenía la sensación de que a Pedro le molestaba que saliera con otros.
El silencio se prolongó incómodamente entre ellos hasta que Pedro dejó el tenedor en el plato y comentó:
—La cena estaba deliciosa, Paula.
—Gracias. He preparado una tarta de piña de postre. ¿Te apetece?
—¿Has seguido la receta de tu tía?
—¿Qué otra iba a utilizar? Además sé que esta tarta te encanta.
—Ah, ¿entonces la has hecho para mí?
Avergonzada, Paula recogió los platos y se levantó para dirigirse a la cocina. Antes de marcharse, contestó:
—A Leticia también le gusta. Y he pensado que también podría gustarle a Matías.
Pedro se levantó y la siguió a la cocina.
—Sea cuál sea la razón por la que la has preparado, me alegro de que lo hayas hecho.
Paula sacó la tarta del horno y cortó una generosa porción.
—¿Quieres helado también?
—Por supuesto — Pedro abrió el congelador—. ¿Lo saco?
Paula asintió, deseando que Pedro se hubiera quedado en el patio. Estaba intentando recuperar la compostura, pero su fantasía la traicionó. Por un instante, se imaginó a sí misma casada con Pedro, compartiendo aquel tipo de tareas en la cocina, preparando la comida y hablando sobre los acontecimientos del día. Sacudió la cabeza, intentando apartar de su mente aquel tipo de pensamientos. ¿No había dejado suficientemente claro Pedro que no tenía ninguna fe en el matrimonio?
Minutos después, estaban de nuevo instalados en el patio. Paula estaba encantada viendo comer a Pedro la tarta. Tras el último bocado, Pedro se reclinó en la silla.
—La cena estaba deliciosa, Paula. Eres una gran cocinera.
—Gracias.
Pedro la observó mientras ella terminaba su pedazo de tarta. No estaba seguro de que le gustara la idea de que se mudara a Charlotte. Años atrás, le había parecido maravilloso que Paula se fuera a vivir a Nueva York. Pero tras aquel reencuentro, tras haber descubierto lo mucho que disfrutaba a su lado, se sentía cómodo sabiendo que la tenía cerca.
—No me has hablado nada de Federico—comentó Paula —. ¿A qué se dedica ahora tu hermano?
—Está viviendo en Los Ángeles, trabajando para una empresa aeroespacial.
—¿Y se ha casado?
—No.
—Qué pena.
—No necesariamente — Pedro se tensó por el rumbo que estaba tomando la conversación. ¿Por qué tendría que hablar siempre de matrimonio aquella mujer?
—Hay muchos matrimonios felices en el mundo, Pedro. ¿Por qué no va a poder Federico disfrutar de uno de ellos?
—También hay muchos que no lo son. ¿Y qué ocurre entonces? Pues que si tienes hijos, terminas destrozándoles la vida.
—¿Así fue como te sentiste cuando tu madre los abandonó?
—No estamos hablando de mí, ni de mi familia.
—Yo creo que sí. Todo lo consideras teniendo en cuenta lo que les ocurrió a ustedes. Eso y tu historia con aquella chica en la universidad.
Pedro se quedó mirándola fijamente.
—¿Qué sabes tú de esa mujer? —preguntó en un tono mortal.
Paula lo miró a los ojos.
—No intente intimidarme, señor abogado. Lo conozco desde que la señora Mulfrethy lo regañaba por mancharle el suelo de barro. ¡Y no soy uno de los testigos de un juicio!
— Paula —le dijo Pedro en tono de advertencia.
Paula bajó la mirada y le explicó:
—He oído decir que te enamoraste de ella y ella te dejó.
Pedro estuvo a punto de hacer una mueca. Esperó la llegada del dolor de la traición, el asalto de la amargura y la tristeza. Pero descubrió sorprendido que no sentía nada. Selena había engañado a un joven impresionable que pensaba que sufriría eternamente por su engaño. Pero en ese momento, hasta le costaba recordar su aspecto.
Sin embargo, jamás había tenido ningún problema para evocar la imagen de Paula. Hasta cuando estaba a kilómetros de distancia recordaba perfectamente su pelo castaño, y aquellos ojos oscuros que cambiaban al ritmo de sus sentimientos. De pronto, Pedro se preguntó qué aspecto tendrían aquellos ojos cuando Paula hacía el amor, ¿brillaría en ellos la llama del deseo?
No había prestado ninguna atención a sus ojos cuando la había besado. Estaba demasiado concentrado en los sentimientos que estallaban dentro de él cada vez que rozaba sus labios. Demasiado sobrecogido al sentir la tentación de su cuerpo contra el suyo. Demasiado cautivado por los suaves gemidos de placer que provocaba con sus besos. La próxima vez la miraría a los ojos para ver lo que sucedía.
¿La próxima vez?
—Esto no es asunto tuyo —le dijo.
—Quizá no, pero estoy segura de que tuvo un gran impacto en tu vida. Pero no todo el mundo es como tu madre o como Selena. Y supongo que no querrás pasar solo toda tu vida. ¿No deseas a veces tener a alguien con quien compartir algunos acontecimientos? Seguro que sí. Yo tenía montones de amigos en Nueva York, pero cuando me ascendían o me encargaban algún proyecto, llamaba a mi casa para compartir mi alegría con las personas que de verdad me querían. ¿Quién te quiere a tí, Pedro?
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