Pedro frunció el ceño. En un pueblo como Temptation se sabía todo, pero nunca supuso que las noticias se divulgarían tan deprisa.
—¿Por qué sabes que he alquilado sus tierras?
—Julia, la del banco. Ha comentado que esa Chaves hizo un ingreso el otro día. Un cheque bastante considerable firmado por ti. Dos y dos son cuatro…
—Eres un genio, Agustín . No me extraña que seas sheriff —replicó Pedro con sorna.
Agustín se rió de buena gana y le dió una palmada en el hombro.
—¿Has oído, Jorge? —le preguntó al hombre que estaba detrás de la barra—. Pedro piensa que soy un genio. Creo que ese se merece una cerveza.
—Estoy de acuerdo.
Jorge puso una jarra debajo del grifo y la llenó.
Luego, tomó otra y también la llenó. Por la tarde había poco trabajo y casi nunca tenía la ocasión de tomarse una cerveza con sus dos amigos. Agarró las jarras, salió de la barra, dio una a Agustín y brindó con él antes de dar un buen sorbo. Dejó la jarra en la barra y miró a Pedro.
—¿Has visto esa cara? —le preguntó a Agustín con tono de preocupación—. Si no lo conociera, diría que le pasa algo.
Pedro frunció más el ceño y agarró su jarra. Jorge dio un codazo a Agustín en las costillas.
—Diría que lo que le pasa es una mujer —se puso el puño en la barbilla pensativamente—. Veamos. ¿Quién puede ser? —se preguntó con ganas de reírse a costa de su amigo—. ¡Ya está! La viuda Brown. Hace años que le tiene echado el ojo.
La viuda Brown rondaba los ochenta años y sólo le quedaban cuatro dientes, pero Cody también estaba disfrutando y decidió seguir el juego.
—Bah… También hace años que la viuda Brown se olvidó de Pedro. Me han contado que el sábado pasado estuvo coqueteando con Roberto Smith en el bingo. Aunque también esta esa vecina nueva que tiene —comentó Agustín como si Pedro no estuviera allí—. Es una divorciada que se llama Paula Chaves.
—¡Vaya! Esa mujer está muy bien. La vi el otro día en el colmado —Jorge se puso las manos en el pecho—. Tiene unas buenas…
Pedro dio un golpe en la barra con la jarra de cerveza…
—Si ustedes no tienen nada mejor que hacer que cotillear como unas señoronas, ¡yo sí!
Se puso el sombrero, dejo un par de dólares al lado de la jarra y se marchó dando un portazo. Agustín soltó una carcajada al oír el chirrido de las ruedas de la furgoneta.
—Efectivamente, me parece que se cuece algo entre nuestro amigo Pedro y Paula.
Jorge había disfrutado en grande con la broma y miró a Agustín con expresión de sorpresa.
—¿Pedro? —Jorge sacudió la cabeza—. Si alguien tiene algún interés, no es Pedro. No hay ningún hombre al que le interesen menos las mujeres que a Pedro. Aparte de mí, naturalmente.
—¿Que no tienes ningún interés en las mujeres? —exclamó Agustín.
—Bueno, quizá sí tenga uno —Jorge sonrió.
Agustín se metió una mano en el bolsillo, sacó un billete y lo dejo en la barra.
—Te apuesto veinte dólares a que esa Reynolds tiene enganchado a Pedro antes del verano.
Aunque la idea de que Pedro cayera embrujado por una mujer le ponía los pelos de punta, Jorge no era de los que renunciaba a hacer una apuesta. Sobre todo, una que tenía ganada. Estrechó la mano de Agustín.
—Apostado —dió un sorbo de cerveza—. ¿Sabes una cosa, Agustín? Si aciertas en lo de Pedro, serás el culpable. Si no hubieras propuesto ese disparate de anunciarnos para atraer mujeres, esa Chaves no habría venido y la soltería de Pedro no estaría en peligro.
Agustín apoyó una mano consoladora en el hombro de Jorge.
—Ya, pero piensa en lo bien que le ha venido a tu negocio.
Jorge lo pensó un instante y sonrió.
—Supongo que siempre es un consuelo…
La oscuridad la atrajo. La oscuridad, el resplandor de la luna llena y la posibilidad de formular deseos a las estrellas fugaces. Los niños se habían acostado y Paula salió al porche. Era el momento que disfrutaba de estar sola. El camisón se le arremolinó alrededor de los tobillos con la brisa nocturna. Se sentó en el viejo columpio que colgaba de una rama enorme. Apoyó el pie en el suelo y se dio impulso. Echó la cabeza hacia atrás y se balanceó mientras el viento se llevaba las preocupaciones y le aliviaba el cansancio del día. La decisión de irse a Temptation había sido acertada. Los chicos eran felices y ella estaba todo el día con ellos. La casa iba tomando forma y empezaba a parecer un hogar. La había restregado de arriba abajo, había sustituido las ventanas rotas y había empapelado el vestíbulo y los cuartos de baño. Había pintado la cocina y dentro de un par de días podría pintar la valla. Pedro había tenido razón con la experiencia, el trabajo avanzó más deprisa. Puso los pies en el suelo y se paró en medio de una nube de polvo al acordarse de lo que había pasado en la cocina esa tarde. ¿Por qué había alargado una mano y lo había tocado? ¿Por qué el contacto de los dedos con sus labios había hecho que anhelara tocar esos labios con sus labios? Si no hubiera aparecido Valentina… Paula sacudió la cabeza.
¡No podía imaginarse esas cosas! Ese hombre no podía inmiscuirse en sus planes. Además, todavía tenía que encontrar la manera de mantenerse ella y sus hijos. No sabía cómo, pero su ex marido había convencido al juez del divorcio de que no tenía dinero, y le pasaba una cantidad ridícula que no satisfacía ni remotamente las necesidades de sus hijos. Tenía algunos ahorros, pero no durarían para siempre. El cheque de Pedro le había venido muy bien…
Otra vez Pedro, se dijo con desesperación. Miró al cielo para borrarlo de su cabeza. No podía distraerla. Tenía que concentrar todas sus fuerzas, físicas y mentales, en su familia. Se bajó del columpio y rodeó el patio. Se paró delante de la zona vallada que había sido el huerto de su tía Alicia. Estaba lleno de hierbas muy altas y se acordó de los tomates y guisantes que recogía con sus primos. Se apoyó en la valla y tiró de unos hierbajos hasta arrancarlos del suelo. Decidió que plantaría otro huerto. Era tarde, pero seguramente habría algunas semillas que podría plantar en esa época.
Oyó un ruido en el camino y se dio la vuelta. La camioneta pasó por el costado de la casa y giró hacia el destartalado garaje. ¿Pedro? Se preguntó con espanto. ¿Qué hacía por allí a esas horas? Antes de que pudiera meterse en la casa, se encontró iluminada por las luces de la camioneta que se acercaba hacia ella.
Deslumbrada, se llevó la mano a los ojos, con hierbajos y todo, y cayó en la cuenta de que sólo llevaba puesto el camisón. La camioneta se paró, y las luces se apagaron. Se tapó los pechos con las manos sin importarle la tierra que soltaron los hierbajos.
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