-Lo sé – gimió – he querido pensar que solo era una estrategia para distraer a Felipe, pero ¿por qué querías distraerlo? Valentina habló con ternura.
-Está claro. Por que te ama.
Paula se quedó inmóvil, intentando asimilar lo que Valentina decía. Finalmente, alzó la cabeza y con voz trémula dijo:
-Pero preguntaba por una tal Verónica.
-Puede que estés equivocada. Podría tratarse de su hermana.
-No tiene hermanas. Llamaron a la puerta.
- O su secretaria. El caso es que, por lo que cuentas, merece que tengas un poco de fé – sonriendo, sonriendo fue hacia la puerta – Aquí esta el desayuno. En su ausencia Paula quiso creer en lo que su cuñada le había dicho.su teoría era de una maravillosa lógica, pero…
-Paula, cariño, unos hombres quieren verte. Sorprendida, Paula levantó la cabeza al tiempo que Valentina los hacía pasar, eran los dos hombres que la acompañaron al hospital el día anterior. Estaban allí para notificarle que el cuerpo Schulz había sido encontrado en un edificio abandonado en St. Laureen. Se había suicidado. Paula sintió alivio. También le dieron las llaves de su coche y explicaron que el Aston Martin de Pedro había sido recogida por la compañía de alquiler. A continuación el mas bajo de los dos, se acercó con una bolsa de una exclusiva tienda de París, y se la entregó al tiempo que se ruborizaba completamente.
-Encontraron esto en el auto del señor Alfonso, mademoiselle. En cuanto salieron, Valentina corrió junto a Paula.
-¿Qué esperas? ¿qué hay dentro? Paula abrió la bolsa como si temiera encontrar una serpiente. Lentamente saco un paquete envuelto en papel seda color rosa. Dentro, había un par de braguitas de seda de un maravilloso color verde oscuro, con un lazo de satén plateado. Valentina y ella se quedaron contemplandolas, admiradas.
- ¡Vaya! – dijo finalmente Valentina- ¡Es un hombre con mucho gusto! A aquel siguiente le siguieron una serie de paquetes con ropa interior tan colorida, que la cama terminó pareciendo un arco iris.
- ¿Quién tenía razón? – concluyó Valentina con un gesto triunfal. Antes de que Paula pudiera responder, había llegado el resto del desayuno con una selección de periódicos del domingo que Valentina dejó sobre la cama.
- ¿Té o café? – preguntó Valentina emocionada. Al no recibir respuesta – si estás demasiado aturdida por el amor, tendré que elegir yo – sirvió café en dos tazas y se volvió hacia Paula.
La sonrisa desvaneció en sus labios. Mas tarde, describió la expresión de Paula como la de una persona cuando recibe la noticia de una enfermedad terminal. Cualquier aliento de vida había desaparecido de su rostro. Valentina fue precipitadamente a ver la portada del periódico en la que Paula clavaba la mirada. La Dame Schulz, la miraba con indiferencia.
-¿Cómo han…? ¿Quién habrá…? La desconcertada pregunta murió en sus labios al leer bajo el titular lo que Paula había leído: Verónica Lemercier. Ahogando un juramento, iba a agarrar el periódico, pero Paula se le adelantó, asiéndolo como un borracho su botella.
- Paula, no leas por favor…
-¡Déjame! – gritó Paula fuera de si. Valentina supo que no tenía sentido enfrentarse a ella; la observó abrir el periódico con manos temblorosas y leer. Acercándose angustiada, leyó por encima del hombro de Paula. Verónica Lemercier era una vieja conocida de Pedro Alfonso comenzaba el artículo. Valentina habría querido arrancarle el periódico de las manos, pero sabía que tampoco tenía sentido. Suspirando, continuó con la lectura. Confirmaba todos los temores de Paula. El articulo detallaba con emoción cómo la autora había ayudado a Pedro a lo largo de los años la pesquisa para conseguir el único cuadro que había sobrevivido al incendio que había destruido la carrera de su padre. A mitad de página, Valentina dejó de leer y maldijo entre dientes. Entonces notó que tenia los puños cerrados y que se clavaba las uñas en la palma de las manos. A su lado, Paula dejó escapar un gemido de dolor al llegar a la misma línea: “Había quedado a comer con Pedro en París el día que le dispararon. Jamás había llegado tarde a una cita…” Paula se estremeció cuando Valentina le acarició la cabeza. Alzó la mirada con expresión vacía.
-Así que era a ella a quien iba a ver – volvió la vista hacia la cama – todo esto era para ella – se deslizó debajo de las sábanas, como si pudieran contaminarla – es a ella a quien ama no a mi. Valentina abrió la boca, pero la cerró sin decir nada., se había equivocado al ayudarla a conservar esperanzas. La verdad estaba escrita en aquel largo artículo en un periódico de tirada nacional. Lo único que pudo hacer a partir de ese momento, era ayudarla a superar el golpe.
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