-¿Por qué?
-Era una prostituta, pertenecía a las clases bajas – dijo colocándose detrás de Paula, quien al no estar distraída por los labios de él, creyó sentir cierto tono de amargura. – el cuadro fue un escándalo porque era una mujer demasiado real. Los críticos se escandalizaron por la sencillez con la que representaba la sexualidad.
Paula se sobresaltó al sentir los labios d él en el cuello. Pedro continuó.
-Me gusta que no muestra temor. Me gusta que parezca poderosa y … me gusta que su mirada sea idéntica a la tuya en este momento.
Paula contuvo el aliento, volteó y encontró los labios de Pedro con los suyos en un beso apasionado y ardiente. Perdidos en el beso. pudieron escuchar unas risas y un grupo de personas que acababa de entrar. Pedro se separó de Paula y miró por encima del hombro de ella y reconoció a una mujer que andaba en el grupo con una identificación de prensa, colgada al cuello y se aproximaba a ellos.
-¿Señor Alfonso? ¿Podría hacerle unas preguntas para un artículo que estoy escribiendo sobre la exposición?
Paula se apartó, sin aliento y penándose mientras miraba otros cuadros. Sentía un calor entre las piernas. Desde niña Gonzalo le había dicho que el sexo era peligroso y que hacía perder el control. Pero esta noche ella estaba aprendiendo lo contrario, ya no le tenía miedo. Si no, curiosidad. Se sentía viva. Por primera vez desde que había despertado en el hospital, se sentía feliz.
Buscó a Pedro con la mirada y vio que seguía con la periodista. Deseaba a aquel hombre. Gonzalo y su terapeuta se equivocaban. No había en ello nada malo. Todo lo contrario: se trataba de asumir el control de su vida, no de perderlo. Le daba fortaleza, no se la quitaba.
De reojo vió que entraba un grupo charlando en voz alta. Una de las voces reclamó su atención. Al mirar palideció. A pocos metros de ella, con expresión divertida, como si intentara contener la risa que le había provocado algún comentario chistoso, estaba Facundo Pieres.
Pedro estaba empezando a perder la paciencia, le había dicho unas preguntas, y se había convertido en una entrevista a fondo. El sabía separar su vida personal de la profesional, pero en esos momentos le irritaba que le preguntaran sobre sus obras de artes mientras que al otro lado de la sala se encontraba una mujer a la cual el le quería arrancar el vestido. No podía creer que la mujer insípida que había visto no era la real, sino que había una alta posibilidad que la Paula que estaba viendo en esos momentos era la real, la que su familia quería ocultar, haciéndolo pensar que Paula era como una mariposa encerrada.
-¿Puede hablarme de su última adquisición señor Alfonso? – le preguntó la reportera con una coqueta sonrisa.
Pedro pensó en La Dame Schulz y en como, de haber sido en otras circunstancias, estaría ocupando un cuadro entre los demás.
-Preferiría no dar detalles – dijo con gesto tenso.
La reportera asintió y miró de reojo en la dirección de Paula.
-¿y tiene algo que decir de esa otra? Es muy hermosa…
Pedro la miró con enfado y siguió su mirada hacia Paula, que hablaba con un hombre rubio, con el cabello alborotado y vestido con el uniforme característico del eterno estudiante de arte: traje negro arrugado y camisa negra abierta. Algo en su actitud física y en la manera que dominaba su espacio alrededor de Paula hizo que se pusiera en guardia.
-No tengo nada más que decir – dijo a la periodista. Y sin despedirse se dirigió hacia Paula y su acompañante. Mirándolo con más detenimiento, se dijo que no era un hombre, si no, un joven guapo e insustancial, tan frágil como una estrella de pop adolescente. Pero Paula parecía pensar otra cosa. Sus ojos lo miraban con adoración. Con la misma fascinación con la que lo había mirado hacía unos minutos. Pedro se sentía poseído por la ira. Había estado a punto de caer en la trampa de la pobre niña rica. Pedro se dió cuenta que no sentía ira, ya que era un sentimiento puro y claro, en cambio sus sentimientos eran más fuertes y oscuros. Eran celos. Se recriminó con amargura haberse dejado llevar por un sentimiento caballeroso y emotivo en lugar de mantenerse concentrado en su objetivo. Venganza.
Debería sentirse afortunado por la aparición de ese jovencito, ya que lo encaminó a su objetivo principal. Pero no era suficiente, no lo satisfacía. No dejaba de recriminarse de haberse dejado llevar por la apariencia de Paula Chaves. Ella no era la mujer inocente que fingía ser, y la fabulosa historia del hermano celoso y opresor, no era más que un truco para envolver a los hombres y sacarle su instinto protector. En cuanto Pedro llegó a ellos, Paula alzó la vista y no supo descifrar el brillo oscuro de su mirada.
-¿Podemos irnos? – preguntó fríamente.
-Si, por favor – dijo Paula sin titubear.
Al menos tenía la decencia de fingirse incómoda al ser descubierta coqueteando con otro hombre, cuando sus labios llevaba la huella de sus besos. Pedro sonrió con frialdad. Al menos ya no había razón para sentirse culpable. Paula tuvo que concentrarse para caminar, si no fuera por el grande y fuerte brazo de acero que Pedro, ya estuviese en el piso. Era bueno ya estar afuera y respirar aire fresco. Pedro la condujo al coche y cuando el carro ya estaba encendido, ella dijo:
-Lo siento.
El encuentro con Facundo la había sacudido porque le había hecho darse cuenta de los frágiles que habían sido sus sentimientos hacia él. Había estado enamorada de una ficción. Facundo no valía nada, pero hasta ese momento no lo había visto con una claridad tan dolorosa. Porque esa constatación solo servía para demostrar el sinsentido de todo lo que había ocurrido. Mirando por la ventana Pedro se soltó la corbata.
- ¿Por qué? – preguntó con indiferencia.
«Por haber sido una estúpida durante cinco meses»
-Siento haber visto a ese hombre. No es más que… alguien que conocí mientras estudiaba arte y…
Pedro le cortó.
-No hace falta que des explicaciones.
Paula sintió que se encogía, que moría un poco. Habría querido explicarse, pero alejó esa idea de su cabeza. La situación era verdaderamente absurda: Gonzalo pagaba una fortuna a una terapeuta a la que no quería contarle nada de sí misma, y sin embargo, estaba deseando abrir su corazón a un hombre al que apenas conocía.
Apretó los dientes y miró por la ventanilla, a lo mejor, olvidar era lo mejor. Era una batalla incesante, pero al menos aquella noche se sentía libre. Los faros de un coche con el que cruzaron iluminó el rostro de Pedro y ella lo miró de soslayo deseando volver a repetir aquellos besos y caricias que le hacían olvidar.
-¿Dónde vamos? – preguntó titubeante.
Pedro la miró fijamente.
-Eso depende de lo que tú quieras. – en la penumbra vió que Paula abría los ojos y entreabría la boca. ¿estaría pensando en el hombre del museo? Pues eso no sabía, pero lo que sí sabía era que él podía borrarlo de la mente de ella. Le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los de ella.
-¿Tienes hambre? – Paula sacudió la cabeza - ¿estás cansada? ¿quieres volver a tu casa?
Era una pregunta retórica, pues los dos conocían la respuesta.
-No – susurró finalmente con un hilo de voz apenas audible. Pero Pedro lo oyó y sonrió. Inclinándose, abrió la mampara que los separaba del chofer.
-Luis, al apartamento, s’il vous plaît.
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