Él avanzó lentamente, casi con desgana. El sombrero, que parecía un compañero inseparable, le oscurecía el rostro.
—Perdona —la voz ronca hizo que le vibraran los nervios en tensión—. No quería asustarte.
Él se levantó el ala del sombrero y la luz de la luna iluminó los rasgos que ya conocía muy bien. Hizo un gesto con la cabeza hacia los brazos que le cubrían los pechos.
—Es un poco tarde para dedicarse a la jardinería, ¿no?
Paula se miró las manos y se sorprendió de comprobar que todavía sostenía los hierbajos. Los tiró y se limpió nerviosamente la tierra del camisón.
—No, estaba quitando las malas hierbas —replicó con fastidio—. Bueno, estaba pensando si sería tarde para plantar algo este año.
—Es un poco tarde para los tomates, por el calor, pero seguramente podrías plantar judías y guisantes.
Incluso alguna variedad de lechuga.
Pedro fue hasta la valla y echó un vistazo.
—Aunque te costará mucho limpiar el huerto con las manos. Necesitarás una azada para arrancar las hierbas y remover la tierra —ladeó la cabeza—. ¿Tienes una?
Paula se sonrojó y se sintió como una tonta por no haberlo pensado.
—No…
Él asintió pensativamente con la cabeza y volvió a mirar hacia el huerto.
—Seguramente podrás alquilar una en el almacén de piensos. Suelen tener algunas.
—Gracias, lo tendré en cuenta —replicó ella lacónicamente—. En cualquier caso, ¿qué haces aquí? —preguntó con impaciencia—. Es una propiedad privada, ¿no lo sabías?
—Sí, lo sé. Hoy me marché un poco… precipitadamente.
La miró a los ojos y recordó por qué se había marchado precipitadamente y por qué había esperado hasta esa hora para volver.
El camisón era largo, pero fino come un papel, y no conseguía ocultar lo que había debajo. El resplandor de la luna se filtraba por la tela y marcaba el contorno de su figura, le mostraba sin disimulo la abundancia de sus pechos, la delicadeza de su cintura y la seductora curva de sus caderas. Era un cuerpo hecho para el amor. Él, turbado, miró hacia la cerca de alambre de espino que estaba a unos metros.
—Me olvidé la caja de herramientas esta mañana y he pensado que era mejor recuperarla antes de que alguien se la quedara.
—Te aseguro —replicó ella con tono ofendido— que, si la hubiéramos encontrado, te la habríamos devuelto.
—Ya… —farfulló Pedro—. No quería insinuar que pensara que tus hijos fueran a robarla.
—Entonces, ¿qué querías decir?
—Yo… —él seguía con la mirada clavada en la cerca—. No sé qué quería decir. Sólo quiero la maldita caja.
—¿No podías haber esperado hasta mañana?
Él, sin pensarlo, giró la cabeza para mirarla.
—¡Claro que podía! Pero si hubiera esperado hasta mañana, existía la posibilidad de toparme contigo.
Ella tomó aliento, y los pechos… Pedro comprendió que no debió haberla mirado.
—¡Por favor, Paula! ¿No has notado lo que pasó hoy entre nosotros? —no esperó la respuesta porque sabía que sí lo había notado—. Mírate. Pareces la encarnación del pecado con ese camisón. Soy un hombre con las necesidades y deseos de un hombre.
Paula se sintió dominada por la ira. ¿Cómo se atrevía a insinuar que estaba exhibiéndose?
—Te olvidas de una cosa —se adelantó dos pasos y lo miró en jarras—. Yo no te he invitado a venir. Ni ahora ni esta mañana. Si quiero pasearme desnuda por mi patio, tengo derecho a hacerlo.
Estaban tan cerca, que Pedro podía ver el brillo de furia en sus ojos verdes, podía ver el temblor de su cuerpo debajo del camisón, podía notar el ardor de su cólera en el poco espacio que los separaba. Su cercanía le llevó algo más. El aroma a algo muy femenino.
Ella levantó un dedo y se lo clavó en el pecho.
—Además…
No terminó la frase. Pedro agarró ese dedo y la atrajo contra sí. Antes de que ella pudiera hacer algo, se encontró con la boca de él sobre la suya. Él notó la tensión y las manos de Paula, que lo empujaban con rabia. Supo que tenía que parar, pero no habría podido parar ni aunque hubiera querido.
Estaba obsesionado con ella desde que la conoció.
Cuando estaba tranquila, era hermosa, pero cuando estaba furiosa, con el pelo rojo desmelenado alrededor de la cara y ese camisón, era irresistible. La idea de volver a tocarla y saborearla lo había llevado a esa locura.
Metió los dedos entre la melena y le inclinó la cabeza hacia atrás para profundizar el beso. Entonces, súbitamente, el cuerpo de ella se aflojó contra el de él, separó ligeramente los labios y él introdujo la lengua. Paula volvió a ponerse tensa, pero él le acarició la espalda y se relajó. Las lenguas se entrelazaron, y ella le rodeó el cuello con las manos para acercarlo más, con los pechos amoldados contra él y el corazón palpitando al mismo ritmo que el de él.
Pedro nunca había deseado tanto a una mujer.
No quería ni respirar, sólo quería hacer el amor con ella sobre la hierba y bajo la luna llena. Sin embargo, la experiencia le había enseñado que las mujeres podían ser peligrosas, que podían arrancar el corazón de un hombre. Separó la boca y se soltó del abrazo.
—Lo siento —se disculpó con la voz entrecortada—. No debería haberlo hecho. Te… te prometo que no volverá a pasar.
Paula se mordió el labio inferior, se cruzó los brazos sobre los pechos y lo miró.
—Efectivamente, no deberías haberlo hecho —confirmó ella con una rabia que no sabía si se debía a que la hubiera besado o a que hubiera dejado de hacerlo—.
Pero lo hecho, hecho está. Además, creo que los hombres no tienen la exclusiva de las necesidades y deseos.
Las mujeres tenemos nuestra parte. Aunque es algo que puedo dominar. Espero que en el futuro hagas lo mismo.
Se dió la vuelta y salió corriendo hacia la casa. Pedro se quedó a la luz de la luna y mirándola sin parpadear.
Una vez dentro, Paula se apoyó contra la puerta de la cocina. Contuvo el aliento para escuchar los movimientos de Pedro por la ventana. Oyó el ruido metálico de la caja de herramientas al dejarla en la camioneta, la puerta al cerrarse y el motor al ponerse en marcha. Las luces de los faros iluminaron la cocina y desaparecieron cuando dobló la esquina.
Entonces, respiró. Le temblaban las piernas, se dejó caer al suelo y escondió la cara entre las rodillas dobladas. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué había correspondido al beso? Contuvo las lágrimas. Porque era una mujer con las necesidades y deseos de una mujer, y hacía mucho tiempo que un hombre no la tocaba tan apasionadamente. Había captado en él el mismo anhelo y la misma soledad que la abrumaban cada noche cuando se metía sola en la cama. Llevaba demasiado tiempo sola y sin afecto, incluso desde antes de divorciarse de Martín.
Sin embargo, sabía que era algo más que eso. Había besado a otros hombres después del divorcio, y ninguno había provocado esa reacción. Si no se hubiera apartado… Se estremeció, pero no podía pensar en lo que habría pasado. Ella era una madre que tenía dos hijos que dependían solo de ella. Una vez dependió completamente de un hombre y confió en él. Había luchado mucho para ganar su independencia y no iba a perderla por algo tan efímero como la atracción sexual.
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