sábado, 1 de agosto de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 28

Cuando la recepcionista anunció la llegada de Paula el miércoles por la tarde, Pedro sintió un alivio que se preocupó de disimular. No la había visto desde la cena del sábado por la noche. Y le había sorprendido descubrir lo mucho que la había echado de menos.
—Hola, Pedro— Paula entró en el despacho con una sonrisa radiante. El impacto que a Pedro le produjo su presencia fue inmediato. Estaba tan hermosa y parecía tan feliz que casi dolía mirarla.
El vestido que llevaba realzaba sus delicadas curvas. El color salmón pálido contrastaba bellamente con el color bronceado de su piel y era delicioso observar el delicado movimiento de la tela sobre un cuerpo tan estilizado.
—¿Hoy no va a haber secuestro? —sería mejor que comenzara a pensar en otras cosas antes de crear una situación embarazosa, se dijo mientras se levantaba y se acercaba a la puerta para recibirla. Besarla le pareció lo más natural. La tomó por los brazos y la acercó a él para hacerlo. Fue un beso más breve de lo que le habría gustado, pero al menos le permitió marcar el que pretendía que fuera el tono de la tarde.
Paula pestañeó y sacudió la cabeza.
—No, hoy no. Pero no bajes la guardia. Nunca se sabe cuándo pueden secuestrarte otra vez.
Sintiendo en sus manos el dominio de la situación, al advertir el sonrojo de Paula, Pedro tomó su chaqueta y se la puso sin dejar de mirarla en ningún momento. ¿Serían imaginaciones suyas o de pronto el despacho estaba más luminoso? Miró hacia la ventana. El sol había brillado durante todo el día. Era absurdo pensar que lo estuviera haciendo con más fuerza en ese momento.
—¿Has comido?
—¿Sí, y tú?
—Un sándwich —contestó Pedro—. He hecho una lista de los barrios de la zona oeste de la ciudad más agradables. No dijiste nada del precio, pero no suelen ser muy caros —le tendió una lista que tenía encima del escritorio.
—Vaya, no me esperaba todo esto — Paula miró la lista—. Esta mañana he estado mirando los anuncios del periódico y he visto un par de pisos que pueden estar bien.
—Quizá encontremos algo hoy —contestó Pedro, instándola a salir del despacho.
El primer apartamento que visitaron ya había sido alquilado. Pero la segunda casa a la que fueron a Paula le pareció prometedora.
—Tiene dos dormitorios y está muy bien de precio —les comentó la empleada de la agencia que lo mostraba mientras les abría la puerta—. Tómense el tiempo que quieran para verlo. Los esperaré aquí.
Paula se dirigió en primer lugar al cuarto de estar. Parecía pequeño al lado del de su tía, pero era mucho más grande que el que tenía en Nueva York. Además, la casa contaba con un pequeño patio. Salió a verlo, preguntándose si podría plantar allí algunas plantas.
—Es un poco pequeño —comentó Pedro.
Paula se volvió hacia él.
—No tanto. Mi apartamento de Nueva York era mucho más pequeño. Tu problema es que estás mal acostumbrado porque siempre has vivido en una casa muy grande.
Pedro arqueó una ceja y permaneció en silencio.
Paula caminó entonces hasta el pasillo y fue a ver uno de los dormitorios. Era minúsculo y contaba con una ventana bastante pequeña. El dormitorio principal, era un poco más grande que el otro y tenía un baño. No era muy luminoso, pero aquello tampoco tenía demasiada importancia teniendo en cuenta que lo único que pensaba hacer en él era dormir.
—Veamos la cocina —dijo. Al volverse, prácticamente tropezó con Pedro. Este estudió la habitación un momento y le dijo:
—No me gusta. Es pequeña y oscura. No creo que te guste vivir aquí.
—El cuarto de estar me gusta y la cocina no está mal. Tiene posibilidades, pero antes me gustaría ver otros.
Al final de la tarde, Paula estaba tan cerca de encontrar apartamento como a primera hora de la mañana y además estaba a punto de empezar a gritar de frustración. Pedro había puesto pegas a todas y cada una de las casas que habían visitado.
Mientras se alejaban en coche del último edificio que tenían en la lista, Paula le dirigió a Pedro una mirada fulminante.
—Esto ha sido una pérdida de tiempo. Has ofendido a todas las personas que nos han enseñado los pisos.
—No he ofendido a ninguna. Si no pueden oír unas cuantas verdades sobre lo mal que tienen los pisos, no deberían descuidarlos tanto. Y éste ha sido el peor de todos.
—El primero que hemos visto a mí me gustaba.
—No creo que pudieras llegar a ser feliz en él.
—Te sorprendería lo feliz que podría llegar a ser en él. Lo arreglaría hasta dejarlo perfecto. Y el precio de aquella casa era uno de sus atractivos.
—Seguro que tenía goteras o algo así. Por eso era tan barato.
Paula suspiró.
—¿Sabes, Pedro? No creo que esto haya sido una buena idea.
—¿El qué?
—El que hayas venido conmigo. Tú jamás encontrarás un apartamento que te guste. Un apartamento es algo muy diferente de una casa.
Pedro frunció el ceño.
—Cuando estaba en la universidad viví en un apartamento.
—Entonces acuérdate de cómo era.
—Lo recuerdo perfectamente: pequeño, ruidoso y agobiante. Como todos los que hemos visto hoy. No son para tí, Paula.
Paula volvió la cabeza hacia la ventana. Aquélla era una causa perdida.
La próxima vez que quisiera ir a ver apartamentos, lo haría sola. De hecho, quizá volviera al primero que habían visto al día siguiente, para comprobar si todavía le gustaba y sí así era, lo alquilaría.
Paula miró a Pedro de soslayo.
—Por lo menos la casa en la que ahora vives es completamente distinta a ese apartamento. Tienes todas las habitaciones para ti solo, es silenciosa, grande y está vacía.
—Es mi casa, mi hogar.
—¿Y no te sientes solo en ella?
—¿Y tú? ¿Te sientes sola?
—Me sentía sola al principio de vivir en Nueva York. E incluso después lo he sentido a veces. Pero desde que he vuelto, no me he sentido sola ni una vez. Sé que tengo a Leticia suficientemente cerca como para verla cada vez que quiera. Hablamos por teléfono todos los días y he estado viendo a los viejos amigos. Sé que echaré de menos a todos ellos cuando me venga a Charlotte, pero también que venirme a vivir aquí es lo mejor para mí.
Pedro giró y estacionó frente a un enorme restaurante.
—¿Te gusta la comida italiana?
—Me encanta, y además estoy hambrienta.
Pronto estuvieron tranquilamente sentados el uno frente al otro. Pedro pidió una botella de vino y esperó a que Paula pidiera lo que quería cenar antes de pedirlo él.
En cuanto el camarero se retiró, Paula elevó su copa hacia Pedro.
—En cualquier caso, gracias por todo.
—No creo que ninguna de esas casas sea adecuada para tí.
—Pero eso es algo que tengo que decidir yo. Tú has decidido vivir en una casa demasiado grande para una sola persona. ¿Cómo la aprovechas? ¿Duermes cada día en un dormitorio? Necesitarías una familia numerosa para poder llenar esa casa.
—Me temo entonces que la casa va a continuar vacía.
—¿No quieres tener hijos?
—No.
—Serías un gran padre, estoy segura.
Pedro clavó la mirada en la copa de vino que tenía frente a él. Si era sincero consigo mismo, tenía que admitir que le encantaría tener alguna vez un hijo.
—El riesgo es demasiado grande —dijo lentamente.
—¿Qué riesgo?
—El riesgo de que el matrimonio fracase, o de que la mujer abandone a sus hijos.
—Toda la vida es un riesgo. Tu esposa puede morir, o tú mismo puedes sufrir un accidente. No hay garantías para nadie —dijo Paula suavemente—. ¿Y por qué siempre tienes que ponerte en el peor de los casos. ¿No se te ha ocurrido pensar que es posible que no se vaya? ¿Qué ocurriría si tu matrimonio no fuera un fracaso? —ella deseaba que estuviera dispuesto a intentarlo.

3 comentarios:

  1. Pero q hueso duro de roer es Pedro x favor. Buenísimos los 5 caps Naty.

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  2. Que insoportabe y negativo que es pedro por favor! que paciencia la de paula! Muy buenos capítulos!

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  3. nooo q cabeza dura q resulto ser Pedro jaaaaaa chabo quedate con Paula.... jaja muyy bueno los Cap. Naty

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