—¿Sabes que hoy es nuestro primer aniversario? —preguntó Paula a Pedro. Él la miró perplejo—. Del día en que nos conocimos —explicó—, en la playa.
Pedro rió con una risa ligera y feliz.
—Pensé que te referías a nuestro matrimonio.
—Pronto cumpliremos seis meses de casados —comentó Paula.
¡Y qué boda fue! Nyngan habló del matrimonio durante semanas enteras. Pedro pagó la más grande recepción que la pequeña ciudad viera. Resultó ser más rico de lo que pensaba, pues su inversionista logró un golpe maestro en el mercado de valores.
—¡Calla! —exclamó Pedro y miró hacia el concurrido corredor del hospital, en seguida, fijó la mirada en la pequeña que tenía en los brazos—. ¿Quieres que la gente se entere de que tuvimos una boda forzosa?
Paula todavía reía cuando el tío Juan y Matías entraron en la habitación. Al mirarlos, pensó que formaban una pareja muy dispareja, ya que uno era muy atildado, y el otro no; no obstante, se convirtieron en buenos amigos, desde que Matías ocupó la antigua habitación de ella. Llegaron a un arreglo que convino a ambos. Matías se hizo cargo del trabajo de la casa que hiciera Paula, a cambio de hospedaje. Todavía conducía autobuses cada fin de semana, y estaba en el proceso de construirse un pequeño estudio, en el antiguo cobertizo de lavado del patio posterior de Juan, como taller de escultura. El tío de Paula le enseñaba a leer y escribir.
—Unos regalitos para la pequeñita —anunció Juan y colocó varios paquetes sobre la cama.
Paula observó el oso de fieltro que llevó Pedro, y otros juguetes que su familia le regaló, cuando los visitaron el día anterior
—Olivia estará muy consentida —comentó Paula y sacudió la cabeza—. ¡Y apenas tiene tres días de nacida!
—Nada es demasiado bueno para mi sobrina nieta —aseguró Juan y arqueó las cejas.
—Y nada es demasiado bueno para mi ahijada —anunció Matías.
Se acercó para contemplar a la nena que dormía.
—¿Quieres cargarla? —preguntó Pedro a Matías.
—No, podría dejarla caer.
—No, no la dejarás caer, amigo —lo animó Pedro—. Toma... coloca una mano detrás de su cuello, y la otra aquí atrás.
Matías la cargó, pero parecía tan nervioso y tembloroso, que Paula sintió alivio cuando regresó a la niña a su cuna.
—Creo que será mejor que abra estos regalos —indicó Paula—. Primero el tuyo, tío Juan—quitó la envoltura de la caja—. Me pregunto qué será... —al abrir la caja, miró a su tío con exasperación—, ¿Qué piensas que hará Oli con un balón de fútbol, tío Juan?
—¡Pensé que era una pelota! —comentó Juan, sorprendido.
Los demás regalos consistían en cosas no adecuadas para la pequeña, e iban desde un robot electrónico, hasta un trenecito que le regaló Matías.
—¿Nadie les dijo que tuve una niña? —preguntó Paula con enfado fingido.
—¿Escuchaste eso, Pedro? — inquirió Juan—. Te casaste con una feminista. Fuiste muy valiente al casarte con ella. ¿Sabes lo que me dijo cuando no aprobé que se fuera a vivir contigo? Dijo que lo haría, sin importar lo que yo dijera, que era una mujer madura, que era su vida y su decisión, y que si no me gustaba, tendría que aguantarme.
—¡Oh, tío Juan! —protestó Paula—. ¡No fue tan malo como eso!
—Tal vez no —respondió su tío y sonrió—. Pedro me aseguró que sólo te daba tiempo para que estuvieras segura. Dijo que se hubiera casado contigo esa misma noche si sólo su felicidad estuviera en juego.
Paula miró sorprendida a su marido, quien arqueó las cejas y le sonrió. Su expresión parecía decirle que se equivocó al juzgarlo. Suspiró y movió la cabeza, maravillada y feliz.
Una hora después, el tío Juan y Matías se fueron, y Paula se sintió cansada. Olivia despertó con hambre.
—Necesita alimento —observó Pedro, al ver que Olivia se chupaba los dedos.
—Sí, pero.
Pedro sonrió comprensivo. Cargó a la pequeña de la cuna y se la entregó a la mamá. —Toma... —murmuró —. Dale a la niña lo que desea.
Paula pensó que no siempre le daría a su hija lo que deseara, pues no tenía intenciones de educarla mal, pero consideró que eso no se aplicaría a la comida. Apartó su camisón, desabrochó el sostén de maternidad, y ofreció el pecho a la niña hambrienta. Cerró los ojos y respiró profundo cuando Olivia empezó a succionar, con más vigor que de costumbre. Pedro preguntó con suavidad:
—¿Tienes dolor?
Paula abrió los ojos. Pedro observaba fascinado todo el proceso.
—Ya no mucho —respondió —. Ayer fue peor. Parece que el succionar ayuda a que la matríz se contraiga.
—La naturaleza es algo increíble —manifestó Pedro y movió la cabeza.
En seguida, continuó observando a Olivia en silencio. Paula fijó la mirada en su marido, y recordó la forma increíble como él dirigió sus vidas, una vez que aceptó la realidad del amor de ella.
Se casaron un mes después de aquella noche, mas no hubo luna de miel, debido a que Paula tenía que continuar con sus estudios. Pedro le aseguró que su carrera era tan importante como la suya.
Durante las semanas que siguieron, él renovó la casa, y una de las habitaciones fue dedicada al bebé. Se hizo cargo de gran parte del trabajo de la casa, y aprendió a cocinar, puesto que Paula no quiso contratar ayuda. La decisión más sorprendente que tomó Pedro, fue no esculpir nada durante los meses que faltaban para que naciera el bebé, pues aseguró que dedicaría todo su tiempo a atender las necesidades de ella.
Pedro cumplió con su palabra; sin embargo, Paula detectó cierta impaciencia durante los últimos días antes del parto. Sospechaba que él ansiaba volver a esculpir. Miró a su hija, y decidió que no lamentaba haber dejado su empleo en el Herald para poder cuidar a Olivia. Tuvo la satisfacción de pasar con distinción sus exámenes finales, y estaba feliz al quedarse en casa con Pedro y la pequeña. Tal vez después...
pedro manifestó de pronto:
—Tengo que irme.
—¿A dónde?
—A casa... Tengo una idea brillante. ¿Recuerdas ese bloque de mármol de color café claro que compré? Haré una escultura grande... lo lamento, puesto que sé que te gustan las pequeñas... la llamaré "Madre e Hija", o algún título original como ese. Veo a la mujer con la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados, y una expresión de dolor controlado en el rostro. La criatura en sus senos, hambrienta, exigente... Debo empezar... —casi llegaba a la puerta.
—¿Qué tal un beso de despedida? —protestó Paula.
Él la miró con pasión.
—Tendrás que esperar. Cuando termine con esto, valdrá la pena haber esperado —aseguró.
Paula quedó con la mirada fija en la puerta vacía. Por un momento sintió enfado. Por supuesto, Pedro la acostumbró mal durante esos últimos meses. Él era quien era, y después de todo, ella y su hija fueron su inspiración. Miró a Olivia, quien se quedó dormida.
—Me alegro porque mañana nos iremos a casa —murmuró a su hija—. Tengo la sensación de que si no fuera así, no veríamos a tu padre por algún tiempo... —frotó su mejilla sobre la cabecita de la pequeña—. El resultado hace que valga lapena la espera. Las mejores cosas de la vida vale la pena esperarlas... —una sonrisa dulce de satisfacción apareció en su boca—, aunque en ocasiones hay que apresurar un poco las cosas. Es un asunto de convicción... y amor. Vale la pena buscar el amor.
Suspiró y cerró los ojos.
FIN
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