jueves, 10 de agosto de 2017

Una Esperanza: Capítulo 38

Pedro levantó en seguida la cabeza, y Paula estuvo segura de que se detendría. Al estar encima de ella,  vió que en los ojos se reflejaba un gran deseo, un deseo que iba más allá de la razón y la conciencia. El saber que podía hacerle eso a él, la excitó. Los latidos de su corazón se aceleraron, y sintió una sensación de calor que recorría sus venas. Comprendió que ya no deseaba que se detuviera. Al principio, la mirada de Pedro quedó fija en sus labios, pero la deslizó hasta el seno que escapó del escote. Ella también bajó la mirada, y atestiguó que el seno expuesto se tensaba. Supo que él lo acariciaría, y esperó que su mano se moviera. La anticipación hizo que su cuerpo se estremeciera.

Cuando la cabeza de Pedro empezó a descender, y Paula comprendió lo que haría, contuvo la respiración. Al sentir que la punta de la lengua formaba un círculo alrededor del pezón, se estremeció, y dejó escapar el aire contenido con un gemido. Una vez más, él la miró a los ojos con ansiedad. ¿Acaso pensaba que ella deseaba que se detuviera? Si se detenía, ella moriría. Antes de suplicar, Paula entreabrió los labios.

—Hazlo de nuevo —murmuró con voz ronca.

Pedro gimió y obedeció, una y otra vez, haciendo que el cuerpo de Paula temblara. Al besarle el seno, la invadió una sensación de placer que tensó sus músculos. En ese momento comprendió un poco lo que sería que él la poseyera. Lo recibiría con un amor posesivo. De pronto, deseó tener libres los dos senos, para que las manos de él acariciaran su piel. Intentó aflojar los cordones de la parte superior del vestido, y al ver su urgencia, Hugh la ayudó a deslizarlo por los hombros.

—Tan hermosa... —murmuró Pedro, y le acarició los senos.

El deseo la  dominaba.  Pedro le levantó la falda para acariciarla con intimidad. El cuerpo de April se estremecía por las más exquisitas sensaciones. De pronto, se sentía como fuego líquido, ardía de amor por él, su excitación le indicaba a Pedro, con más claridad que las palabras, la intensidad de su deseo. Cuando él bajó la boca hasta la piel apasionada, el beso la enloqueció, y se retorció en agonía.

—No, no —gimió Paula y lo apartó.

Con impaciencia, tiró de la ropa de Pedro. Se arrodilló para ayudarlo a desvestirse de la cintura para abajo. De manera inconsciente, extendió la mano para acariciarlo. Le pareció muy natural besarlo, de la misma manera como él la besó, demostrarle su amor, darle placer. Pedro cerró los ojos, sin poder controlar un suspiro y un gemido. Cuando ella volvió a besarlo, se puso tenso, sólo el sonido de su respiración entrecortada rompía el silencio.

Llamaron a la puerta, y fue como si se escuchara un trueno.

—¿Pau... Pedro? —la voz de Juan se escuchaba muy clara a través de la puerta... y también muy impaciente—. ¿Están allí? ¡Pau, tus invitados te esperan para que partas el pastel!

Paula notó la mirada de horror y auto—recriminación de Pedro.

—¡Oh, cielos! —gimió él. Se apartó de ella , y con rapidez buscó su ropa—. Arregla tu vestido —dijo por encima del hombro—. Bajaremos en un momento, Juan.

—No tarden —pidió el tío.

 En el silencio que siguió, escucharon cómo se alejaban sus pasos enfadados. Paula se sintió avergonzada y confundida.

—Pedro, yo...

—No digas nada —la interrumpió. Se volvió hacia ella y vio cómo intentaba acomodar su vestido—. ¡Ni una palabra! —metía la camisa en la cintura del pantalón.

Paula tocó su vestido con manos temblorosas.

—Pero, Pedro, nos amamos.        

—¡No! —exclamó él. Caminó hacía la puerta y se volvió—. ¡No! —repitió. Su rostro ya no reflejaba ira, sino desdicha. Abrió la puerta—. Adiós, Paula.

Se alejó, sin mirar hacia atrás. Paula nunca supo cómo pudo soportar el resto de la noche. Resultaba obvio que cada persona tiene oculto un mecanismo de supervivencia, que funciona cuando el dolor es demasiado para poder soportarse. Bajó las escaleras, con los ojos secos. Sonreía. Apagó las velitas del pastel, lo cortó, y rió al escuchar las acostumbradas bromas de cumpleaños. Después, ayudó a su tío a limpiar, y dió una excusa por la partida de Pedro. Más tarde, sola en su habitación, se sentó en la cama. Tenía los ojos secos, no podía sentir. Su pie rozó algo en el suelo y se inclinó para recogerlo. Era el regalo de Pedro. Lo abrió, y quedó a la vista una exquisita escultura pequeña. Estaba hecha en mármol negro veteado, y parecía un número ocho, apoyado en uno de sus lados. Una tarjeta pequeña se encontraba atada a un listón de color de rosa, y en ella aparecía la palabra "infinidad". Observó la escultura, la forma como fue esculpida para que el grano del mármol siguiera las curvas, sin cruzarse, sin terminar. Infinidad… para siempre…sin fin…como su amor por él. Su loco y desesperanzado amor por él.  Llegaron las lágrimas. Se volvió y hundió la cara en la almohada.

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