sábado, 19 de agosto de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 6

Le quedaba poco tiempo. No sabía si alegrarse o no. Aquel hombre tenía la palabra «peligro» escrita en la frente. No daño físico, pero estaba segura de que dejaría cicatrices en su corazón.

—Quiero conocerte mejor, Paula.

Ella cerró los ojos. Debería haber colgado, pero ya era demasiado tarde. Ella también quería conocerlo mejor. Quería estar equivocada sobre él. Claro que también tenía que recordar que Rolo pensaba que Jack era el hombre perfecto para Un kilómetro de hombres.

—Déjale tu número a Rodrigo y te llamo después.

Pedro se hundió en el asiento de su Jaguar mientras escuchaba la voz sensual de Paula. Estaba solo en el estacionamiento de la WCPD. Lauren había aceptado ir con él a tomar café. No le preocupaba la razón por la que sentía tanto interés por ella, sólo sabía que la tenía que volver a ver. Habían pasado horas desde que la conociera aquella misma mañana y no había podido dejar de pensar en sus hombros, en la suavidad de sus dedos y en aquellos labios que incitaban a ser besados. Había llamado a la mujer con la que había estado saliendo últimamente para decirle que no podía seguir viéndola. Se había mostrado molesta, aunque no demasiado. Al fin y al cabo, la relación sólo había durado cuatro meses y lo habían pasado bien mientras duró. No estaba dispuesto a cesar en su empeño de saber todo sobre Paula. ¿Sería eso lo que sentía su padre cada vez que conocía a una mujer? ¿O sería lo que separó a sus padres y los hizo seguir buscando? La oyó despedirse en el programa y apagó el motor. Salió rápidamente del vehículo y se dirigió a la entrada del edificio. Podía haber llamado a Federico y preguntarle el código de seguridad para entrar en el edificio, pero no quería que su hermano supiera lo que sentía. Así que se había quedado fuera, en la fría noche de Detroit, refugiándose en su abrigo y esperando a la mujer que podría protagonizar un nuevo capítulo de seis meses en su vida. Al cumplir los dieciséis años, se había dado cuenta de que su vida cambiaba cada seis meses. Sus amistades, los novios de su madre, las novias de su padre, los deportes... Todo duraba seis meses. Había probado su teoría un par de veces y siempre había funcionado. Su interés por las cosas nuevas duraba seis meses. Lo único que era permanente era su amor por la música. Mujeres, música, coches y casas. Siempre se rodeaba de lo mejor que hubiera en el momento y nunca sentía lástima cuando llegaba el momento de dejarlo. Era su manera de ser y estaba acostumbrado. La puerta se abrió y entró dentro. Por un momento no pudo respirar. Aquel sedoso cabello negro y ese precioso rostro. Ella ladeó la cabeza y lo observó.

—Hola, Pedro.


Su voz era aún más potente en persona y sintió un escalofrío en la espalda. Quería sentir aquellos sensuales labios junto a los suyos.

—Paula—dijo él.

—¿Quieres venir a la cafetería que te dije por teléfono? —dijo ella sacándose unos guantes de piel del bolsillo y poniéndoselos.

—Yo conduzco.

Él la tomó por el codo y se dirigieron hacia su coche. Sabía perfectamente que ella no necesitaba su ayuda, pero quería sentir su tacto, aunque fuera de aquella manera. Sabía que no podría sentir la suavidad de su piel por toda la ropa que llevaba puesta. Ojalá fuese verano para que visiiese otra ropa más ligera.

—¿Has escuchado mi programa? —preguntó Paula.

—Sí —contestó él apagando la radio y saliendo del estacionamiento—. Explícame eso de que los oyentes estén buscando a tu hombre ideal.

—Pues la verdad es que no tengo suerte con los hombres. El último fue mi prometido, Sergio, que me dejó en mitad de la fiesta que mis padres estaban dando por el Año Nuevo. íbamos a anunciar nuestro compromiso esa noche.

—¡Qué contrariedad!

—Sí, pero una vez me recuperé de la rabia y la vergüenza que sentía me di cuenta de que no echaba de menos a Sergio. Lo que me hizo pensar en la clase de hombres que me suelen atraer y decidí aceptar el consejo de mi madre.

—¿Qué consejo?

—Contar el problema a los oyentes del programa y escuchar sus consejos. Mi madre tiene un programa en la televisión.

—Sí, lo sé. Mi secretaria es una gran seguidora.

—¿Tú no?

—No, yo soluciono mis propios problemas.

—¡Qué duro eres!—exclamó Paula y se echó a reír.

Aquel hombre le hacía sentirse bien.

—Sí, ése soy yo.

—Entonces, ¿Cómo solucionas tus problemas? —preguntó ella.

Pedro reparó en que ella estaba haciendo lo mismo que él, intentando conocer a la persona que había detrás de la chispa que había surgido entre ellos.

—¿Tú qué crees? —preguntó él.

 Se detuvo ante un semáforo en rojo y la miró de soslayo. Sus rasgos parecían delicados bajo la suave luz que había en el coche. Tenía un aire angelical que parecía estar a punto de desaparecer en cualquier momento.

—Algo relacionado con salir por las noches —dijo ella levantando las cejas.

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