Cruzó el salón y abrió la puerta de cristal. Salió al patio y se quedó escuchando los sonidos de la noche. La nieve que había caído durante el día lo cubría todo. Hacía frío, pero se sentía a gusto. Le ayudaba a pensar en otras cosas que no fueran Paula. Pero eso sólo funcionó durante unos minutos. Le gustaba su casa. Era un fiel reflejo de la mujer que vivía en ella. Era evidente que su familia se mantenía muy unida. Además de las fotografías que había visto en la cocina, también había otras en el pasillo y sobre la chimenea. Le habría gustado que sus padres hubieran visto la casa de ella. Quizá así se habrían dado cuenta de que tener una pareja tras otra no era la solución para el tipo de familia que trataban de formar.
—¿Quieres un chocolate caliente? —preguntó ella desde la puerta. Él se giró para mirarla. La veía a contraluz. Apoyaba el peso de su cuerpo sobre una cadera y estaba descalza. Se la veía más atractiva que a una modelo de pasarela—. Las únicas respuestas posibles son sí o no —añadió Paula, ofreciéndole su mano.
Deseaba tomar su mano, pero no quería entrar en la casa para seguir charlando y revelarle más detalles sobre su desapegada familia. Quería dejar aquella fase para pasar a la siguiente.
—Sí, quiero algo caliente —dijo Pedro tomando su mano y atrayéndola hacia él.
Advirtió que estaba temblando y decidió que debían volver adentro. Pero le gustaba la idea de darle calor en aquella fría noche, por lo que la estrechó entre sus brazos y le frotó la espalda con energía hasta que dejó de temblar. Le gustaba cómo las curvas de su cuerpo encajaban a la perfección con el suyo.
—¿Te importa si es chocolate instantáneo? De hecho, es así como me gusta el chocolate.
—Te estás yendo por las ramas —comentó él.
Paula debía de estar nerviosa y se imaginaba por qué. Las cosas entre ellos habían cambiado y sospechaba que los dos deseaban el mismo final para aquella noche. Pero eso siempre llevaba algunos pasos que podían ser lentos y laboriosos.
—¿En qué estabas pensando ahí fuera? —preguntó ella ladeando la cabeza.
Él se inclinó. Tenía la boca más deseable que nunca había visto. Rozó con sus labios los de ella y ella lo tomó por los hombros. La deseaba tanto que nada más le importaba en ese momento. Ella recorrió con la lengua la forma de sus labios y acarició su cabeza. Se puso de puntillas y lo besó apasionadamente. Por primera vez, él permitió que fuera ella la que controlara la situación y tomara la iniciativa. Y eso le gustó. No era tímida ni dubitativa.
Pedro acarició su espalda de arriba abajo y dejó que fueran los lentos movimientos de su boca los que marcaran el ritmo. Era agradable disfrutar del momento y del sabor y de las caricias del otro. Su sangre corría con fuerza por sus venas y ya no sentía frío. Cada vez sentía más calor. Sólo había algo que le podía aliviar y estaba entre sus brazos. Ella se apartó y lo miró con sus grandes ojos. No quería volver a su casa a dormir solo. Paula tomó su rostro entre las manos y acarició su incipiente barba. Pedro deseó quedarse así para siempre.
—¿En qué estabas pensando? —repitió ella.
—En lo mucho que te deseo —respondió él con sinceridad—. Te deseo más que a ese chocolate caliente.
Ella se mordió el labio inferior.
—¿Quieres que veamos una película? —preguntó Paula y él negó con la cabeza— ¿Prefieres verme a mí?
—¿Y qué harás?
—Seducirte con los secretos que he aprendido de una amiga mía que estuvo en un harén.
—Si estás nerviosa o tienes dudas, me iré.
—¿Quieres irte? —preguntó ella con voz sensual.
—No, querida. Quiero quedarme aquí toda la noche.
Paula lo condujo al interior de la casa, hasta su dormitorio.
—No decía en broma lo de mi amiga y el harén. Voy a hacer que sientas cosas que nunca has sentido, Pedro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario