—¿Señorita Chaves?
—Sí —contestó ella.
—Esto es para usted —dijo dándole un jarrón con un ramo de flores dentro.
Paula las miró fijamente y se quedó sin palabras. ¿Quién se las habría mandado? El repartidor se dió la vuelta para irse.
—Espera, deja que te dé... .
—No se preocupe, que tenga un buen día.
Paula entró en su casa y cerró la puerta con el pie. No era el típico ramo de rosas o margaritas. Eran orquídeas, lilas y muchas otras flores de las cuales desconocía los nombres. Colocó el jarrón de cristal en la mesa de la cocina. Había un sobre con su nombre escrito a mano con letra muy masculina. Tenía que estar equivocada, se dijo, no podía ser Pedro quien le enviara aquellas flores. Seguramente se llevaría una desilusión. Abrió el sobre y sacó la tarjeta:
"Gracias por anoche. ¿Quieres cenar conmigo ? Pedro".
Dejó caer la tarjeta y se sentó a la mesa, luego apoyó la cabeza en los brazos cruzados. ¿De verdad estaba dispuesta a hacer aquello? ¿Iba a salir con aquel hombre que le hacía sentir tantas cosas? Un hombre tan variable... Se levantó y descolgó el teléfono, pero enseguida reparó en que no tenía el número de Pedro. Así que llamó a la emisora y preguntó por Federico.
—Alfonso—dijo Federico contestando al primer timbre.
Ella se dió cuenta de que estaba de buen humor por su voz alegre. Federico se tomaba las cosas muy en serio, como los bajos niveles de audiencia que tenían.
—Fede, soy Paula.
—Hola. ¿Qué tal? ¿Estás enferma?
—¿Cómo? No, necesito un número de teléfono.
—Pídeselo a la operadora —dijo él riéndose.
Ella siempre había sentido que Federico no sólo era su jefe, sino también su amigo. Los dos tenían mala suerte con el sexo opuesto y alguna vez habían salido a tomar margaritas para reírse de sus patéticas relaciones. ¿Qué pensaría él cuando le pidiera el número de su hermano?
—Necesito el número de Pedro.
—¿No te lo ha dado ya?
—¿Estás intentando enfadarme? —dijo ella pensando que a lo mejor no había sido una buena idea llamarlo.
—¡Claro que no! —dijo Federico y enseguida le dió los números de teléfono de su hermano, el de su casa, la oficina y el móvil.
—¿Tú le has dado mi número? —preguntó ella.
Su dirección se guardaba en secreto porque años atrás tuvo un problema con un hombre que la acosaba.
—No, pero me llamó para pedirme que Catalina diera tu dirección a la tienda de flores de abajo.
—¿Me deberías haber dado su número?
—No hay problema. Creo que mi hermano mayor sabrá cómo protegerse de tí—respondió Federico riéndose.
—Sí, yo también lo creo, gracias.
Se despidió de Federico y marcó el teléfono de la oficina de Pedro rápidamente para no cambiar de idea. Mientras oía el timbre del teléfono, pensó en lo que iba a decirle a su secretaria.
—Aquí Alfonso—dijo Pedro.
Su voz era grave y profunda, tal y como ella la recordaba.
—Hola —dijo Paula.
Se le quedó la mente en blanco. Deseaba haber tenido un momento más para haber recurrido a su ingenio antes de llamar. Tenía que calmarse, al fin y al cabo era sólo un hombre más.
—¡Paula! ¿Cómo estás?
—Bien. Gracias por las flores.
Su mente no estaba siendo muy rápida. Le parecía increíble que pudiera hacer un programa de radio en directo. Respiró hondo un par de veces, necesitaba calmarse.
—De nada. Les dije que te las llevaran por la tarde, ¿Te han despertado?
—Sí, pero ya era hora de levantarme.
—¡Vaya! Te imagino saliendo de la cama...
—Pero, ¿qué clase de pensamiento es ése?
—La clase de pensamiento que una chica como tú no quiere escuchar.
—¿Para mayores de dieciocho años?
—Sólo si lo suavizo un poco —dijo él.
Paula se echó a reír. Le gustaba aquel hombre y lo sincero que se mostraba con ella. Pedro era algo más que un hombre más y lo había sabido desde el momento en que la había ido a recoger después del programa.
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