Paula se arregló lo mejor que pudo. Escogió una falda recta negra y una blusa color escarlata, de manga larga, la cual parecía de seda, aunque en realidad era de poliéster. El color le quedaba bien, y daba vida a su rostro, que en esos días estaba muy demacrado. Ni el maquillaje podía ocultar la palidez de su piel, ni las ojeras bajo sus ojos. A pesar de todo, el taxista se la comió con la mirada, mientras subió los escalones hacia las puertas de cristal. La galería se encontraba repleta, y el olor a humo de cigarrillos llegó hasta April al entrar por las puertas giratorias. Con la mirada recorrió los grupos de personas que charlaban, bebían, reían, y sintió un nudo en el estómago. Deseó no haber ido. ¿Qué la hizo pensar que lograría algo? Aunque Pedro la hubiera amado, era en el amor de ella en lo que él no creía. No tardó mucho en ver a Pablo. Su cabeza sobresalía, charlaba le grupo en grupo. Llevaba puesta una camisa con rayas negras y blancas que hacía imposible no verlo. Pablo la vió y fue hacia ella, con los brazos extendidos y una amplia sonrisa en el rostro.
—¡Pau! ¡Querida! —se dirigió a ella con voz tan alta que todas las personas que se encontraban cerca los miraron.
Fue entonces cuando Paula vió a Pedro, cerca de una de las columnas de mármol, y a la rubia aferrada a su brazo. Nunca vió con anterioridad a Virginia; sin embargo, de inmediato supo quién era. Sintió que el cabello de la nuca se le erizaba al ver a la mujer de rostro frío. Llevaba puesto un vestido negro, que gritaba el mucho dinero que costó. Su cabello rubio lo peinó recogido, y llevaba un elegante collar de oro y pendientes que hacían juego. Observó que él decía algo, y que se soltaba del brazo de la rubia para ir hacia ella. Tenía una apariencia increíblemente masculina con su chaqueta de piel color camello, pantalón café oscuro, y camisa de seda color crema. Al acercarse, Paula notó que tenía apariencia cansada y parecía enfadado.
—Hola, Paula. ¿Qué te trae aquí esta noche? ¿Está Pablo contigo?
—De ninguna manera —respondió Pablo—. Discúlpenme. Alguien me llama.
—No tienes que quedarte conmigo, Pedro—sugirió Paula—. Regresa al lado de Virginia.
Pedro frunció el ceño de inmediato.
—No sabía que tú y Virginia se conocían —indicó, y confirmó la identidad de su acompañante.
—No fuimos presentadas —explicó Paula—. La ví de lejos, aquella noche en el hospital.
—Comprendo... hablando de hospitales, Paula, no tienes buen aspecto. ¿Has estado enferma?
Paula deseó decirle que estaba enferma del corazón, por él.
—Yo... tuve un resfriado hace poco —comentó.
—Necesitas comer bien —señaló Pedro—. Estás demasiado delgada —delgada o no, sus ojos no dejaban de estudiarla.
El corazón de Paula latió con fuerza al ver que Virginia se acercaba.
—Querido —dijo Virginia—. ¿No crees que deberías presentarme? —volvió a asir el brazo de Pedro.
—Por supuesto, Virginia... Te presento a Paula Chaves. Paula...ella es Virginia Underhill. Paula fue muy amable conmigo durante mi ceguera.
La rubia no pareció avergonzarse en lo más mínimo porque le recordaron que ella no estuvo presente en esa época. De inmediato, cualquier creencia que Paula tuviera en la sinceridad de esa mujer, desapareció.
—Fuiste muy amable, Paula—manifestó Virginia con voz dulce y ojos de hielo—. Pepe, un fotógrafo quiere tomarte una placa junto a tu nueva escultura. ¿Ya viste la última escultura de Pepe, Paula?—habló con tono condescendiente—. ¿O acaso no te interesas en el arte? La mayoría de los jóvenes no se interesan.
El énfasis que Virginia puso en la palabra "jóvenes" la molestó mucho.
—No estaría aquí, Virginia, si no me interesara —observó con dulzura Paula—. En realidad, vine en representación de mi tío, quien escribe la columna "Alrededor de la Ciudad".
Tuvo la impresión de que la noticia dejó satisfecha a Virginia, pues sonrió con los ojos en esta ocasión.
—Oh, comprendo —respondió Virginia—. Vamos, Pepe. El fotógrafo espera.
Paula observó cómo Pedro soportó la sesión de fotografía con poca paciencia. Al terminar, permaneció de pie y observó su escultura sin nombre, mientras Virginia fue a charlar con Pablo. También observó la escultura, y sintió un nudo en la garganta al ver la manera como Pedro convirtió su sugerencia en una obra de arte. Se acercó para estar junto a él, sin ser consciente de lo que hacía.
—Es magnífica —murmuró.
Pedro se volvió, y sus miradas se encontraron.
—¿Por qué estás aquí, Paula? —preguntó de pronto.
Paula iba a repetir su excusa, pero decidió no hacerlo. Pensó que merecía la verdad. Sonrió resignada y lo recorrió con la mirada; estudió su rostro, como si quisiera imprimirlo para siempre en su mente. No supo que lo miró con un deseo desesperado que le rompió el alma a Pedro, y estremeció sus defensas.
—Tenía que intentarlo por última vez, Pedro—confesó Paula—. Tenía que averiguar si todavía... —iba a decir que quería saber si todavía la amaba, mas recordó que él nunca dijo amarla—, me deseas.
—¿Y si es así? —inquirió Pedro.
Su cuerpo se tensó, en un intento de negar lo que sentía.
Me re atrae esta historia!!!
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