sábado, 5 de agosto de 2017

Una Esperanza: Capítulo 36

—Vaya, vaya... Ya maduraste, ¿No es así? —inquirió Pablo—. Me pregunto cuánto.

Al estilo Valentino, le inclinó la espalda sobre las escaleras y la besó. Cuando Paula intentó golpearle el pecho, le asió las manos, con una sola mano, mientras con la otra le sostenía la cabeza. Era un hombre fuerte, con manos grandes. Paula retorció la cara de un lado al otro, mas esto sólo lo inflamó más. Sintió que con la lengua intentaba abrirle los labios apretados. Abrió mucho los ojos y su pánico fue en aumento. Miró por encima del hombro, con la esperanza de encontrar a alguien que la ayudara, y se encontró con la cara de Pedro. En cuestión de segundos, la expresión de él cambió de gran sorpresa a un enfado total. Al notar que mal interpretó lo sucedido, ella encontró fuerzas para apartar su boca de Pablo.

—Pablo... por favor. Suéltame, Pedro está aquí.

Pablo se apartó un poco, y sin soltar la mano de Paula, colocó la suya en su pecho.

—¿Pedro? —preguntó Pablo. Miró por encima del hombro—. ¡Es Pedro Alfonso! — arqueó las cejas—. Vaya, vaya... —soltó las manos de Paula con gran velocidad, y ella se puso de pie, consciente de que su rostro ardía.

Acomodó su falda e intentó que su pecho no se elevara tanto al respirar.

—Pablo sólo me daba un beso de cumpleaños. ¿No es así, Pablo? —su tono era de súplica.

—Naturalmente... ¿Qué más podía ser? —respondió Pablo—. Es un mundo pequeño —se puso de pie—. No tenía idea de que conocías a Paula, Pedro.

La mirada de Pedro recorrió a Pablo, después a Paula. Ella notó  que miraba su escote con desaprobación.

—La sorpresa es mutua, Pablo—aseguró Pedro.

—Pau y yo somos viejos amigos, ¿No es así, cariño? —informó Pablo—. Nos conocimos en la playa, hace un año. Supongo que tú también la conociste allí. Parece que tu estancia en la playa le hizo bien, Pedro. ¡Tienes un bronceado magnífico! ¡Y recuperaste la vista! ¿Acaso no te dije que no te preocuparas por eso? Los médicos pueden hacer milagros hoy día, ¿No es así, Pau?

Paula emitió un sonido de aceptación, sus ojos no se apartaban ni un segundo de Pedro, quien estaba espléndido con pantalón oscuro y camisa de seda azul con el cuello abierto.  Sin embargo, lo que la dejaba muda era lo que él pensaba.

—¿Hace cuánto que regresaste del extranjero, Pablo? —preguntó Pedro.

—Dos días. Iba a llamarte el próximo lunes, para averiguar si ya esculpías de nuevo. Después de todo, han pasado casi quince días desde tu operación —sonrió con ironía.

—¡Qué bien me conoces, Pablo! —indicó Pedro.

—Oh, no lo sé... —Pablo miró de reojo a Paula, quien deseó que el suelo se la tragara—. Tengo la sensación de que se sabe muy poco de tí en algunos aspectos... Dime, ¿Virginia se puso en contacto contigo?

Paula notó que Pedro se tensaba. La pregunta de Pablo lo sorprendió.

—¿Virginia? —inquirió Pedro con frialdad.

—Sí, la encontré en el aeropuerto de París, hace unas semanas, y le informé acerca de tu operación. Quedó impresionada, y dijo que iría a verte. ¿Lo hizo?

 —Sí —admitió Pedro.

—Supongo que su visita no logró reconciliación —observó Pablo.

Pedro ignoró el comentario y se volvió hacia Paula, quien permanecía de pie, aterrada. Tenía la terrible sensación de que todos sus sueños y esperanzas se desvanecían, y que no podía hacer nada para evitarlo.

—Me gustaría hablar en privado contigo, Pau—anunció Pedro, con demasiada compostura

—Muy bien —intervino Pablo—sé cuando no soy deseado —rió—. Iré a ayudar a Juan en el bar. No olvides darle un beso de cumpleaños, Pedro—añadió por encima del hombro al alejarse—. Creo que lo ha estado esperando.

Quedaron a solas en las escaleras angostas, a pesar de que la fiesta continuaba a su alrededor. Pedro subió hasta el escalón sobre el que se encontraba inmóvil Paula, tenía expresión de ira.

—No esperaste demasiado, ¿No es así? —inquirió Pedro—. ¡Una miserable hora!

Durante unos segundos, Paula sólo pudo mirarlo, sorprendida porque la condenaba con tanta rapidez, sin haber escuchado lo que tenía que decirle.

—No besaba a Pablo—se defendió —. Él me besaba. No quise que lo hiciera, pero me atrapó.

Al escucharla, Pedro rió sin ganas.

—Mírame a la cara, Pau, y dime que es la primera vez que Pablo te besa. Después de todo, cuando dice que conoce a una chica, sólo se refiere a una cosa. Oh, sé que no dormiste con él, en el sentido literal. Sin embargo, hay muchas otras actividades para una pareja imaginativa.

Paula abrió mucho los ojos, resentida por la opinión injusta. La ira la invadió.

—No hice nada de lo que me avergüence. Yo... pensé que lo amaba, yo…

Cualquier otra explicación fue cortada por la mirada de Pedro. No fue ira lo que Paula vió en esos ojos, sino una exasperación total, y algo de desesperación.

—No digas más, Paula—manifestó Pedro—. Toma... —le entregó una caja pequeña y rectangular, envuelta en un bonito papel de color de rosa—. Felíz cumpleaños —iba a volverse, pero ella lo asió por la manga.

—¿Te irás? —preguntó.

La mirada helada de Pedro la estremeció.

 —¿Acaso esperas que me quede? No soy masoquista.

Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas, mas no permitió que rodaran, no quería demostrarle que la hería.

—Entonces, vete. ¡Vete! Ya no te quiero. ¡No sé por qué te quise! ¡Sólo eres un cobarde! —Pedro quedó muy sorprendido ante el ataque—. ¡Sí! ¡Un cobarde! Temes tener una relación verdadera conmigo. ¡Temes! ¡Nada más porque soy joven! Estás equivocado, Pedro...muy equivocado. Un día lo comprenderás. Pudimos ser felices juntos. Sé que pudimos...

La voz de Paula se quebró. Tenía los ojos inundados de lágrimas. Emitió un grito de desesperación, se volvió y subió las escaleras. Al llegar a su habitación, dió un portazo, y sollozando, se dejó caer en la cama. El regalo de Pedro se deslizó de sus dedos y cayó en la alfombra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario