martes, 15 de agosto de 2017

Una Esperanza: Capítulo 41

—Sabes dónde encontrarme —murmuró Paula con voz ronca.

—Así es, Pau—apartó la mirada, no soportaba verla un segundo más—. Lo he sabido siempre…

Toda la esperanza de la chica murió. Quizá todavía la deseara Pedro, mas no lo suficiente... No soportó más, y un temblor interior la dominó. Se alejó, con la cabeza en alto, y la mirada nublada. Fue en busca de Pablo. Se acercó a él, e ingnoró la sorpresa de Virginia. Apartó hacia un lado a Pablo, con mano temblorosa.

—Sácame de aquí, Pablo. Por favor.

Pablo la asió por el codo, y en segundos, no la sacó de la galería, sino que la llevó a su oficina privada. Cerró la puerta y la llevó a un sillón.

—Te traeré una copa —indicó.

Paula sólo pudo asentir, y enterró el rostro entre las manos. Con manos temblorosas aceptó el whisky y lo bebió. Le quemó, pero en segundos se sintió mucho mejor, y con más control. Se puso de pie de un salto, al ver que Pedro entraba en la oficina. Pablo arqueó las cejas, y preguntó:

—¿Puedo hacer algo por tí? —se dirigió a Pedro.

—Me gustaría hablar con Pau... a solas —respondió.

—Seguro —Pablo encogió los hombros.

Se tomó su tiempo, mientras se servía un whisky y lo bebía, antes de salir de la oficina. Con la boca seca, Paula observó cómo la puerta se cerraba, y Pedro empezaba a caminar por la oficina. Al fin, se detuvo frente a ella. Su cara expresaba su tormento.

—De acuerdo... tú ganas... Vamonos... — murmuró.

—¿Irnos? —repitió Paula.

—No juegues conmigo, Pau. Sabías que no soportaría el ver que te alejabas con Pablo. Fue tu jugada final, ¿No es así? Ponerme tan celoso para que no pudiera pensar con claridad. ¡Resultó! Vamos... —le tomó una mano y tiró de ella hacia la puerta.

Paula apartó la mano y se detuvo, muy sorprendida.

—¡No!—exclamó Paula.

La expresión de Pedro se endureció todavía más.

—¿No? ¿Te atreves a decir que no en este punto?

—Bueno, yo... yo... —tartamudeó Paula.

—Quieres que te haga el amor, ¿No es así? Por eso viniste aquí esta noche. ¿Acaso no se trata de eso? —Paula lo miró sin responder—. ¡No me digas que buscas matrimonio! —Ella quedó muda por completo. El hombre que hablaba no era su Pedro, sino un loco—. No pensé que lo desearas, pues el matrimonio es para los anticuados. No te preocupes, ya cambié de opinión sobre ese punto. Decidí unirme a la generación moderna, y ceder ante lo que deseo, cuando lo deseo, sin ataduras o compromisos... y te deseo a tí, Paula Chaves, desnuda y deseosa, en mi cama. Quiero hacerte el amor durante horas sin fin, quiero tomar tu cuerpo virgen, hacerlo responder de todas las maneras que se me ocurran —la abrazó contra su pecho—. ¿Es eso lo que querías escuchar? Diré cualquier cosa que quieras que diga, con tal de tenerte.

Pedro gimió y le besó la boca de forma posesiva, y con la pasión y ansiedad de un alma atormentada. Besó sus labios húmedos muchas veces, hasta que Paula sintió la boca hinchada y adolorida.  Al principio, la violencia de la pasión de él la impresionó, así como la ira que veía detrás de esa pasión; sin embargo, poco a poco comprendió que esa ira y violencia iban dirigidas a él mismo y no a ella. Luchó contra ese amor desde un principio, y desconfió de él, pero la coraza con la que se protegió fue apartada, y Paula no tenía intenciones de permitir que él volviera a ocultarse en esa coraza. Lo ataría a ella de una forma sexual, haría que necesitara su cuerpo, y el placer que éste le daba. Poco a poco, él aprendería a confiar y la clase de amor que Paula deseaba en realidad de él, florecería y crecería.  Empezó a acariciarle la nuca, y le devolvió los besos, al tiempo que permitía que su cuerpo hablara por ella. Su cuerpo le decía a él que lo amaba. Con un gemido, Pedro se apartó de su boca de, y con manos temblorosas le oprimió la cabeza contra su pecho y le acarició el cabello. Murmuró mientras la acariciaba:

—¿Tienes idea de lo que me haces? ¿Tienes alguna idea?

—Sí —musitó Paula y lo miró con ojos apasionados. Entreabrió los labios, expectante.

—Cielos... —Pedro suspiró, antes de saborear los labios de Paula una vez más—. Te deseo, Pau—murmuró contra su boca—. Ahora... esta noche. Ven conmigo. Iremos a algún sitio privado. Le pediré a Pablo las, llaves de su casa en la playa. Podemos llegar allí en unas horas. No habrá tránsito.

Un estremecimiento recorrió a Paula al pensar que al fin sería de Pedro.

—Sí... oh, sí... —respondió.

—Espera aquí —ordenó Pedro—. Iré a hablar con Pablo. ¡No te muevas!

No hay comentarios:

Publicar un comentario