—No te estoy obligando —dijo Pedro soltando su brazo—. Si quieres comer sola, por mí no hay inconveniente.
Estaba cansado de ser el malo. Era cierto que no se había portado bien con ella, pero ya se había disculpado.
—Claro que me gustaría comer contigo.
—¿Adonde quieres que vayamos?
—A un pequeño restaurante que hay a las afueras llamado Molly's.
Paula apenas dijo nada mientras él conducía entre el intenso tráfico. En cuanto abandonaron el centro de la ciudad, Pedro hizo rugir el motor del coche. Le gustaban los coches veloces. Si fuera de otra manera, la hubiera llevado al campo a dar un paseo. Pero le gustaba la velocidad y quería demostrarle lo que era vivir con intensidad.
—¿Pedro?
—Dime.
—Te has pasado el cruce.
Pedro miró a su alrededor e hizo un giro de ciento ochenta grados. Era una maniobra que requería destreza por parte del conductor y conocimiento del coche. Y reunía aquellos requisitos. Miró a Paula y vió que tenía las manos fuertemente entrelazadas, pero aún así, sonreía. Se sintió ridículo, como si fuera un adolescente en el coche de su padre con una chica a la que quisiera impresionar. Aunque en el fondo, eso era precisamente lo que quería.
—Guau —exclamó ella.
Pedro confiaba en que Paula se hubiera dado cuenta de que le gustaba conducir.
—Lo siento. A veces me dejo llevar por la potencia del coche.
—No importa. Mi coche es muy aburrido. Creo que perdería las ruedas si tratara de hacer algo así.
—Es más fácil cuando uno sabe lo que está haciendo —comentó Pedro y de pronto se dió cuenta de que estaba sacando un tema que no quería tocar. Su padre le había enseñado algunas arriesgadas maniobras antes incluso de sacarse el carné de conducir.
Ella sonrió.
—No te imagino en mitad de un atasco.
—Carlos, mi chófer, dice que soy un mal pasajero.
—Te imaginaba más prudente.
Pedro estacionó el coche y apagó el motor antes de girarse hacia ella.
—¿Lo dices por mi padre?
—Sí —respondió ella y se ruborizó, arrepentida por su comentario. Pedro sabía que tenía que hacer algo para tranquilizarla, pero por otro lado quería ver cómo se las arreglaba. Carraspeó antes de continuar— Me refería al hecho de que se quedara paralítico después del accidente que tuvo.
—Gracias por aclarármelo —dijo él con ironía— Fede y yo no sabíamos el motivo por el que había dejado de caminar.
Paula se mordió el labio inferior y se cruzó de brazos.
—No seas irónico. Sabes que no trataba de molestarte.
Pedro retiró la mirada. ¿Qué podía decir? Había dejado pasar dos días sin llamarla y ahora estaba siendo...
—Lo siento. A veces soy muy cruel.
Ella sonrió con dulzura.
—Lo mismo me pasa con mis padres. La gente llama a mi padre Doctor Momia. Es egiptólogo y no sabes lo mucho que le molesta ese apodo.
—¿Por qué no nos olvidamos de nuestras familias? —dijo Pedro.
Quería probar sus posibilidades con ella. Aquella mujer no podía ser diferente del resto de las mujeres con las que había salido. En cuanto la conociera algo más, dejaría de fascinarlo.
—Me parece bien —respondió ella, pero había un brillo de tristeza en sus ojos.
Pedro salió del coche y vió que Paula vacilaba sin decidirse a salir. Lo había hecho cada vez que la había recogido. Le abrió la puerta y la tomó por el codo de camino al restaurante.
—¿Por qué me estabas mirando así? —preguntó.
Estaba empezando a nevar. Paula se detuvo y levantó el rostro dejando que los copos cayeran sobre su cara. Pedro olvidó lo que estaba diciendo, se acercó a ella y tomó su rostro entre las manos. Sentía que si continuaba así, junto a ella, no echaría a perder aquella relación.
—Decías algo del coche —dijo ella después de largos segundos.
Pedro dejó caer las manos y recordó de qué estaba hablando.
—Ah, sí, parecías dudar de si te abriría la puerta del coche o no. Estoy seguro de que sabías que lo iba a hacer.
—Al principio, todos los hombres lo hacen, pero luego se olvidan. No estaba segura de que...
—Yo no soy como los demás hombres —dijo Pedro abriéndole la puerta del edificio—. ¿Qué voy a hacer para demostrártelo? ¿Quieres que haga malabarismos con fuego?
—¿De verdad sabes hacerlo? —preguntó Paula quitándose el abrigo.
—Sí —contestó Pedro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario