—Yo... no creo que me gustaría —confesó Paula con voz estrangulada. El admitir eso la sorprendió, ya que hasta ese momento, pensó que gustosa permitiría que Pedro le hiciera el amor, en el momento en que lo deseara. Notó que fruncía la frente—. Pedro, lamento si pensaste que…
Él la calló al tocarle la mano.
—Está bien, Paula, no es necesaria ninguna disculpa. Me da gusto que no seas la clase de chica que se va a la cama con cualquiera.
—Pedro, no pienso en tí como en "cualquiera". Lo sabes. No me importaría si me hicieras el amor... —él contuvo la respiración—... pero sólo si en realidad te interesas en mí, y no porque extrañes a Virginia.
Pedro se quitó los anteojos.
—¿Es eso lo que piensas? ¿Que te usaría como una especie de substituto sexual?
—No intencionalmente.
—Pensé que ya había demostrado que no soy esa clase de hombre —suspiró exasperado.
Paula encogió los hombros.
—Sólo eres humano, Pedro.
—En realidad no eres tan joven, ¿No es así? —la observó pensativo. El corazón de Paula dió un vuelco, y mantuvo la mirada fija en los ojos de Pedro.
—No lo creo, aunque lo que importa es lo que tú pienses —respondió Paula.
—En este momento, no estoy seguro de lo que pienso...
—Entonces, quizá sería mejor que olvidáramos esta charla y entráramos —sugirió Paula. Pensó que nunca actuó tan bien—. ¿No querías mostrarme alguna de tus piezas de mármol?
—¿Cómo supiste lo que quería mostrarte? —interrogó sorprendido.
—Una persona no puede estar cerca de tí cinco minutos sin conocer tus prioridades en la vida. Tu trabajo queda en primer, segundo y tercer lugar. Cualquier otra cosa, viene después.
—¿Así es? —preguntó Pedro y arqueó una ceja. Fijó la mirada en la boca y senos de Paula, antes de deslizaría hasta los ojos—. Últimamente, mis prioridades han cambiado.
Paula se conmovió por el deseo profundo que expresaban los ojos de Pedro.
—Entremos —indicó Paula y colocó la mano en el picaporte—. Hace calor aquí — Pedro rió cuando bajaron del vehículo. Ella se ruborizó, confundida, sin darse cuenta de que dijo algo de doble sentido—. ¿Dije algo gracioso?
—De ninguna manera,—se apresuró a responder Pedro, con expresión divertida.
Cuando caminaron hacia la reja, Paula comprendió lo que había dicho, y se ruborizó todavía más. Se preguntó por qué reaccionaba de esa manera ante los coqueteos de Pedro, ¿Acaso no era lo que deseaba?
La respuesta llegó de inmediato. Sólo quería a Pedro como amante si él se interesaba en ella en realidad, y si la relación física los conducía a una más permanente. Eso no parecía probable, ya que Paula no lo imaginaba con una novia de su edad, mucho menos que se casaría. Al encontrar la reja y la puerta principal cerradas con llave, preguntó por Matías. Pedro respondió mientras la pasó al vestíbulo y a su taller.
—Dijo que yo ya no necesitaba un cuidador, y que él no tenía intenciones de vivir de limosnas.
—Así es él —señaló Paula y sacudió la cabeza—. Finge ser un hombre duro, pero no lo es. Tal vez algún día vuelva a confiar en las mujeres y se enamore.
—Lo dudo —opinó Pedro—. Lo hirieron mucho. Mira esto —destapó un pedazo de mármol que estaba sobre la mesa de trabajo—. Dime en lo que piensas al verlo. Dime lo que ves.—Paula aspiró profundo y se acercó. Era un bloque rectangular, de color azul grisáceo, con vetas y puntos blancos en la sección superior. Era un pedazo de mármol virgen, en espera del toque del maestro—. ¿Y bien? —insistió con impaciencia.
Paula pasó la mano por la superficie tersa y fría.
—El mar... eso es lo que veo... El mar, durante una tempestad, con olas que rompen en la playa... —dejó de hablar y se volvió para mirarlo.
Pedro la miraba con la boca abierta. Cerró la boca, se acercó, la levantó y giró con ella por la habitación.
—¡Eres un genio! —exclamó. La colocó en el suelo y se acercó a la mesa para examinar el pedazo de mármol desde todos los ángulos. El corazón de Paula latió con fuerza al observarlo. Deseó ser ese pedazo de mármol que él acariciaba, deseó que la adorara con pasión—. Tú le pondrás nombre —ofreció —. No ahora... cuando esté terminado.
—Creo que será mejor que me lleves a casa, Pedro, para que al regresar, puedas empezar a trabajar.
La miró con expresión sorprendida.
—¿Entiendes que debo hacerlo? ¿No te sentirías ofendida?
—¿Habría alguna diferencia si me ofendiera? —preguntó Paula y sonrió.
—No —respondió Pedro. Paula lo invitó a su fiesta de cumpleaños durante el trayecto a Balmain, y le pidió que extendiera la invitación a Matías. Aceptó de inmediato, pero expresó duda respecto a que su amigo fuera, pues odiaba las multitudes y a los extraños—. Haré todo lo posible por convencerlo.
Paula esperaba que la dejara y se fuera, sin embargo, él pidió entrar en la casa para ver la pieza de mármol que comprara el tío Juan.
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