—Pepe—gimió Paula, y entreabrió los labios con impaciencia.
Pedro soltó una carcajada sensual, y no la besó.
—No —indicó Pedro y colocó tres dedos sobre los labios de ella—. Pasé cinco horas recuperando el control sobre mi cuerpo, y no quiero perderlo. Lo haré si beso tu boca voraz.
—¿Voraz? —repitió Paula y frunció eí ceño.
—Sí... voraz, avariciosa, insaciable.
—Quiero que me beses —insistió Paula.
—Lo haré... en el momento indicado —aseguró Pedro—. Primero, quiero desvestirte, verte, acariciarte... con los ojos abiertos en esta ocasión.
Pedro levantó la mano hacia la blusa roja, y la soltó de la cintura, antes de desabotonarla despacio, de abajo hacia arriba. Paula intentó permanecer calmada, como parecía estar él, mas no podía. Escuchaba los latidos de su corazón, en el silencio de la habitación, temblorosa.
—¿No deberíamos ir al dormitorio? —preguntó Paula sin aliento.
—Si lo deseas —respondió Pedro, y la llevó a la habitación pequeña, ya tibia por el calor del radiador.
La colocó de pie al final de la cama de agua, las pantorrillas de Paula tocaban la madera. El último botón cedió ante los dedos de Pedro, y abrió la blusa. Entrecerró los ojos al deslizar la prenda por los hombros y brazos. La blusa se detuvo al llegar a los puños, todavía abotonados, pero él dió un tirón, y las mangas pasaron al fin por la muñeca. Arrojó la blusa al suelo, hacia un rincón.
—Esa es mi mejor blusa —reprochó Paula con voz ronca.
—Te compraré un ciento —respondió él, con voz profunda.
Pedro deslizó los dedos por los brazos y hombros de Paula, hasta llegar a los huesos de la base del cuello, después los movió hasta acariciar los senos. No intentó quitarle el sostén, parecía fascinado por la manera como los senos se levantaban y juntaban por la sedosa prenda. Moldeó los senos con las manos y murmuró:
—Tienes unos senos hermosos, Pau.
Paula intentó controlar sus sentimientos tumultuosos que pedían quedar libres. Se impacientaba con la forma lenta de hacer el amor de Pedro. Al fin se rindió ante el placer que contenía esta tensión que iba en aumento. Quiso esperar todo lo que él deseara. Podía imaginar cómo esas increíbles sensaciones irían en aumento, hasta convertirla en una criatura temblorosa e incoherente, que permitiría cualquier caricia e intimidad. Lo amaba de una forma total, con locura, mental, emocional, física y sexualmente. Deseaba lo que él deseara, y si Pedro deseaba tomarse mucho tiempo para hacerle el amor, no pondría objeciones. Eso fue antes que sus pulgares empezaran a frotar sus pezones, proporcionándole una tortura exquisita.
—¡Oh, cielos! —gimió Paula, y se inclinó por las caricias.
Pedro la enderezó, al sostenerla por los brazos, y la observó con ojos apasionados. Paula cerró los suyos, para bloquear la evidencia del deseo de él, pues apenas si podía soportar el que ella sentía. Suspiró con alivio al sentir sus manos en la parte posterior del sostén, sintió cómo el broche cedía y le retiraba la prenda. Tenía los senos sensibles, excitados, y éstos atrajeron de nuevo la atención de Pedro. Por supuesto, no eran sus manos las que quería en ellos, deseaba sus besos húmedos, hasta gritarle que se detuviera. Casi podía sentir los labios húmedos en los pezones, y la lengua acariciante. Sus gemidos la sorprendieron, y abrió los ojos, impresionada al descubrir que su fantasía dejaba de serlo. Levantó las manos hasta la cabeza de él y le acarició el cabello. Oprimió la parte posterior de las piernas contra la cama, para no caer al suelo. Al fin, esa boca atormentadora abandonó los senos y se deslizó, hasta besarle el vientre. Pedro se arrodilló para quitarle la falda y todo lo demás. Paula no sintió timidez al ver cómo él arrojaba hacia un lado su ropa. Deseaba que la acariciara con intimidad, haría lo que él deseara. Sintió las manos de él en sus muslos, y las caricias íntimas de sus labios y lengua. Gimió temblorosa, tanto, que él se detuvo, pero ella demostró su desilusión. Pedro se puso de pie y la tomó en sus brazos, para recostarla con suavidad sobre la cama de agua.
—Relájate —pidió él, y empezó a quitarse la ropa.
El decirle que se relajara era como pedirle que no respirara. No estaría contenta hasta que fueran uno, hasta quedar saciada con esas sensaciones que sabía encontraría en el cuerpo de Pedro. La pasión de Paula aumentó al verlo ante sus ojos, y cuando se reunió con ella en la ondulante cama, se aferró a él con las manos. La necesidad de Pedro parecía igualar la de ella, pues ya no continuó con ninguna exploración lenta. Él le tomó el rostro con las manos y murmuró:
—Pensé que podría aguantar más, pero no puedo —sonrió.
—Bien —Paula suspiró y él rió.
—¿Sabes que eres un diablillo?
—Sí —aceptó con impaciencia y arqueó el cuerpo, para tocar el de Pedro—. ¡Sí, sí, sí.!
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