Ella sabía muy bien que si la audiencia no aumentaba, la emisora cerraría. Al fin y al cabo, lo hacía por su trabajo. Jumpi la rodeó con un brazo, acercándola hacia él por unos instantes.
—No te hubiera dado esta tarea si no supiera que eres la indicada.
Él esbozó una amplia sonrisa, y Paula percibió una cierta maldad en su expresión.
—No paras hasta que consigues que las cosas salgan a tu manera, ¿No?
—Nena, no tienes ni idea —dijo él con un guiño.
La condujo a la recepción.
—Catalina, Federico necesita que lo ayudes a preparar la sala de conferencias para las entrevistas —dijo Rolo dirigiéndose a la recepcionista mientras se acercaban a la entrada del edificio.
La zona de la recepción era de madera. Federico decía que daba la impresión de ser una emisora de gran éxito. Pero lo cierto era lo opuesto, los niveles de audiencia estaban por los suelos y estaban dispuestos a hacer lo necesario por levantarlos. Por eso, habían decidido organizar el concurso Un kilómetro de hombres para el día de San Valentín. Catalina Mallery había trabajado en la emisora más tiempo que nadie. Le gustaba su puesto, donde se enteraba de todas las cosas que pasaban, además de los chismes. Paula la apreciaba.
—Por supuesto, jefe. ¿Y qué pasa con las llamadas? —preguntó Catalina.
Rolo miró a Paula.
—No. Yo... no puedo —dijo Paula.
Rolo se encogió de hombros e hizo ademán de sentarse sin dejar de mirarla.
—No hay problema, yo me encargo de atender los teléfonos.
Paula se apresuró por el pasillo, alejándose del nuevo extraño que ahora era el director. De pronto, se chocó con alguien y levantó la vista para disculparse. El hombre que estaba delante de ella tenía los ojos azules y la mirada fría. Su pelo era negro, con algunas canas. Sus hombros eran anchos y su traje parecía ser caro. Era Pedro Alfonso.
—Lo siento —dijo ella, dándose cuenta de que se había quedado mirándolo fijamente.
—Ha sido culpa mía. Iba distraído —se disculpó él.
Aquella voz, suave y profunda, despertó sus sentidos, como si de un rayo de luz en un día nublado se tratara. Sintió un cosquilleo en la nuca. Le gustaban mucho las voces profundas y masculinas. Él seguía sujetando su brazo, de donde la había agarrado para evitar que se cayera. Paula sentía su calor a través de la blusa de seda que llevaba. Deseaba llevar algo encima que la protegiese de aquel calor y de las sensaciones que recorrían su brazo.
—Soy Pedro Alfonso, ¿Y tú? —dijo alargando la mano.
Paula estrechó su mano y advirtió que tenía las uñas impecables. Todo en él era atractivo. El sujetó su mano durante unos segundos y después la soltó.
Aquel hombre era el hermano tan guapo del jefe, que no había estado más de seis meses con una mujer. Había sido definido en una revista de Detroit como un soltero de oro, de los más deseados de la ciudad. No era lo que Paula se esperaba.
—Paula Chaves.
—¿Eres locutora de radio? —preguntó él.
Obviamente, él no era un seguidor suyo. A veces pensaba que la única gente que oía su programa eran personas con insomnio y los trabajadores nocturnos de las fábricas de coches.
—Sí. Soy el Corazón solitario. Hago el programa que va desde la medianoche hasta las cuatro de la madrugada.
O, al menos, eso hacía antes. ¿Cómo iba a pedirle que participase en Un kilómetro de hombres?
Él ladeó la cabeza mientras la observaba. Paula se pasó un mechón de pelo detrás de la oreja. Su pelo era rebelde y rizado.
—Estoy seguro de que rompes muchos corazones con esa voz.
—¿Qué voz? —preguntó ella.
Sabía que a los hombres les gustaban sus curvas. Su cuerpo tenía forma de botella, con pechos grandes, cintura estrecha y generosas caderas. Pero nunca antes un hombre se había fijado en su voz.
—Esa tan dulce y sensual que tienes. Parece que estuvieras hablando en susurros en un dormitorio —dijo él.
Sonaba a frase hecha y seguramente lo era. Con toda probabilidad estaba coqueteando, teniendo en cuenta su reputación. Sin saber por qué, se sintió defraudada y retiró la mano. Dió un paso atrás separándose de él. ¿Qué clase de comentario era ése?
—No te asustes, no pretendo nada contigo –dijo él.
Se pasó la mano por el pelo y echó la cabeza hacia un lado mirándola. Su mandíbula era cuadrada y tenía marcas de sol bajo los ojos. Su piel estaba morena a pesar de estar en invierno, lo que significaba que pasaba mucho tiempo al aire libre. ¿A lo mejor esquiando?
—Pues a mí me ha parecido que sí.
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