El gemido que emitió él, fue como música para los oídos de Paula.
—No quiero lastimarte.
—No lo harás —aseguró Paula.
Paula cerró los ojos, en espera del dolor, pero en esta ocasión, de sus labios no escapó un grito, sino un sonido de sorpresa al ver la facilidad con que la poseía.
—Abre los ojos, Pau—pidió Pedro con voz ronca.
Cuando ella obedeció, le capturó los labios entreabiertos con un beso. Mientras le hacía el amor, la acariciaba con la lengua, volviéndola loca. Fue transportada hacia otro mundo, hacia momentos mágicos que han mantenido juntos a un hombre y a una mujer, desde el principio del mundo. Se amaron con una intensidad increíble. El cuerpo de Paula estaba dominado por las sensaciones más agudas, se contraía. Muy pronto llegaron al climax. Pedro dejó de besarla y se estremeció, una y otra vez, y con la garganta emitió un grito animal. En seguida, gimió de manera profunda. Ella sabía que sentía lo mismo que ella, que se hundía y hundía. Sentía los músculos pesados, su mente un torbellino. Él se dejó caer sobre ella, y Paula le acarició la piel húmeda con manos tiernas, mientras le decía cuánto lo amaba.
Al despertar, Paula descubrió que estaba sola. Encontró una nota de Pedro sobre la almohada, la cual decía: "Fui a caminar". Se recostó sobre la almohada y suspiró, mas no era el suspiro de una mujer con pesar, sino el suspiro de una mujer a la que le hicieron muy bien el amor. Su corazón se contrajo al recordar cuántas veces hicieron el amor, y la manera como él le dió placer. El reloj marcaba las dos de la tarde. Durmió pocas horas, pero se sentía maravillosa. Se estiró y se levantó de la cama, consciente de su cuerpo de una manera como nunca lo estuvo. Sentía los senos pesados y muy sensibles, la piel sonrojada. Fue hacia la ducha. Sabía muy bien que Pedro sólo tendría que tocarla, y en ese instante, estaría lista para él de nuevo. El agua cayó sobre su cabeza, y cerró los ojos. Sin abrirlos, extendió la mano para buscar el jabón líquido y al fin lo encontró en la repisa. Antes que pudiera ponerlo en su cabello, le quitaron la botella de la mano.
—Permite que yo lo haga —le pidió Pedro.
Paula abrió los ojos, y lo encontró desnudo a su lado. Le sonreía. Ella rió.
—¿Fuiste a caminar así? —preguntó.
Él bajó la mirada hacia su cuerpo excitado.
—Bueno... no así, con exactitud —respondió, y Paula volvió a reír.
Pedro entró en la ducha, y Paula observó, con la boca seca, colmo deslizaba el líquido jabonoso por sus senos. Con suavidad, como si modelara un pedazo de barro. Le dió masaje, la acarició, formó círculos hasta hacerla gemir. Se inclinó bajo el agua de la ducha, que corría por el rostro de ella , y le besó los labios. Murmuró entre besos:
—Nunca adivinarás lo que sucedió. Creo que mi bloqueo mental terminó. Mientras caminaba, ideas creativas pasaron por mi mente. Apenas si podía creerlo.
Paula le sonrió y lo adoró con los ojos.
—Me siento muy feliz por tí —musitó.
—No tan feliz como yo. Sé quién es responsable —indicó Pedro con voz ronca—. Tú lo eres, Pau. Tú lo eres... Te amo, querida. Te amo.
—Oh, Pepe... —la alegría de Paula no tenía límites, Pedro le acarició la mejilla con la mano.
—Sin tí, no puedo funcionar — confesó él—, no puedo pensar. Te quiero en mi vida, cariño. Te necesito. No sólo durante un fin de semana, sino todos los días, cada noche...
—Yo también quiero casarme contigo —aseguró Paula.
Él gimió, torturado.
—No, Pau. No... Eso no es a lo que me refiero.
—¿No es a lo que te refieres? —repitió Paula y se sintió enferma.
—No me casaré contigo en este momento —explicó Pedro—. Eres... tan joven, querida...tan joven... No comprendes lo mucho que la gente puede cambiar a tu edad. Sus ideas, sus necesidades... Sería muy egoísta de mi parte atarte a mí en este momento. Ven a vivir conmigo, y después, en uno o dos años...
April lo miró, se le dificultaba ocultar su desilusión. No era a ella a quien Hugh trataba de proteger, sino a él mismo. Todavía no confiaba en su amor. Pensó en la decisión que tomó la noche anterior, y por un segundo dudó y lamentó, mas de inmediato apartó esos pensamientos. Amaba a Pedro, y él llegaría a saber cuánto.
—¡Oh, Pepe, es maravillosa!
Paula admiraba la última escultura de Pedro , una versión semiabstracta de un caballo y un jinete, llamada "Rodeo", con el caballo parado en dos patas, intentando tirar al jinete. Él trabajó en esa escultura toda la semana, y ella apenas si lo vió.
Paula colocó la escultura sobre la mesa de la cocina y se retiró un poco, para observarla desde lejos; en seguida añadió:
—¡Es una de las mejores esculturas que has hecho! Se ve bien, aun en medio de esa vieja mesa.
Pedro se acercó para colocarse detrás de ella, y le acarició el cuello, mientras murmuraba con voz seductora lo que preferiría hacer sobre la mesa de la cocina en ese momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario