—No lo hagas.
—¿Que no haga qué?
—No pretendas hacerme creer que soy diferente o empezaré a tener esperanzas en esta relación.
—Eso está bien.
—No, no está bien, Pedro. Puede ser doloroso. ¿Por qué no me has llamado en dos días? Esperé junto al teléfono creyendo que... Bueno, creyendo en algo que no debería creer.
Paula lo siguió a través del restaurante y decidió mostrarse distante durante la comida. No era la primera vez que salía con un hombre que luego no volvía a llamarla. Pero Pedro seguía hablando de que él era su caballero de reluciente armadura y ella había empezado a creérselo. Leyó el menú sin apenas prestar atención. De pronto, él se lo quitó y tomó su mano.
—Lo siento.
«Olvídalo», pensó Paula. Pero por otro lado, quería hacerle sentir tan mal como se había sentido ella.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Por no llamar.
—No importa. No es eso lo que me molestaba, era que... —comenzó, pero se detuvo. No estaba dispuesta a decirlo otra vez.
—¿Recuerdas lo que me contaste sobre tu madre el otro día en la nieve? — preguntó Pedro. Ella asintió con la cabeza. No quería hablar en aquel momento porque su voz revelaba el dolor que sentía—. Mi madre es igual. He tenido que amenazar a Fede para que no le hablara de tí.
—¿Dudas de mí? —preguntó Paula.
—No, no dudo, pero no quiero que mi familia lo eche todo a perder —dijo Pedro. Paula comprendía lo que no le estaba diciendo, que si la presentaba a su familia, creerían que había algo entre ellos—. Eso no es excusa para que no te haya llamado.
—Está bien, de verdad. Siento haber sacado el tema.
—¿Saben ya lo que van a tomar?
Paula miró a la camarera, quien esperaba impaciente junto a la mesa.
—No, denos unos minutos más —respondió Pedro.
La camarera se marchó. Pedro continuó estrechando su mano, sin decir nada. Paula sintió por primera vez que era suficiente para un hombre y que no tenía que pasar ningún examen. No tenía que demostrar nada, sino ser ella misma. Retiró la mano y tomó el menú.
—¿Habías estado ya aquí?
—Sí, la comida es excelente. Los especiales del día son un acierto seguro.
—A menos que estés a dieta —dijo ella sin pensar.
Siempre le había sobrado algún kilo y en ocasiones había estado a dieta. Y en aquel momento, sentada frente a Pedro, que parecía sacado de la portada de una revista, con sus impresionantes abdominales...
—¿Lo estás? —preguntó estudiándola.
—No, no puedo renunciar a los carbohidratos. He tratado de hacer más ejercicio, bueno, ¿Para qué voy a mentir? Si alguna vez me ves desnuda, comprobarás que no soy demasiado deportista.
Él se rió y Paula se alegró de haberle provocado aquellas carcajadas.
—Me gustan las mujeres blandas.
—¿Es eso un eufemismo? —preguntó Paula.
Pedro esperó a que sus miradas se encontraran antes de responder.
—No, es la verdad. Prefiero a una mujer con curvas que un cuerpo musculoso. Lauren escuchó atentamente sus palabras. Nunca tendría grandes músculos.
Nunca le había gustado hacer ejercicio, aunque le gustaba correr y en ocasiones lo hacía con una vecina, Jane, que tenía un horario de trabajo igual de extraño que el de Paula.
—Háblame del programa de esta tarde.
—¿Qué quieres saber?
—Lo justo.
—Hablaremos con los concursantes y los dejaremos que se presenten y que nos digan lo que buscan en una mujer. A Rolo le gusta improvisar, así que no me extrañaría que te haga participar.
—¿Concursantes?
—Sí —respondió Paula enarcando las cejas.
Sus platos llegaron y continuaron hablando de la música que les gustaba.
—Me gusta mucho Barry Manilow. Es uno de mis secretos ocultos. Mi amiga Sofía y yo siempre vamos al menos a un concierto de cada una de sus giras — admitió Paula.
—Me sorprendes.
—No digas eso. Todo el mundo canta sus canciones.
—No empieces.
—¿A qué? Estoy segura de que hay al menos una canción suya que te gusta.
—A los hombres no les gusta Barry Manilow.
Paula sonrió divertida. Él estaba muy serio, pero había un brillo especial en sus ojos.
—Eso es una tontería. Apuesto a que conoces la letra de Copacabana.
—Perderías la apuesta, pero si te empeñas en seguir adelante puedo aprender esa canción.
Ella sacudió la cabeza. Había sido un comentario estúpido, pero le había parecido adecuado en el momento. Se sentía muy cómoda junto a él y no tenía que fingir ser diferente a como era. Podía olvidarse de todos los consejos de los libros sobre citas que su madre le había ido mandando a lo largo de los años y de todos los hombres con los que había salido antes de Pedro.
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