Llamaron a la puerta de la habitación de Paula.
—¿Pau? Déjame entrar.
La chica sollozaba, recostada en la cama, y no podía responderle a Pedro. Oyó que la puerta se abría y se cerraba; en seguida, los pasos de él por la habitación. Sintió que el colchón se hundía cuando él se sentó a su lado. Sin embargo, no intentó tomarla en sus brazos, o negar la acusación de ella. Antes de volver a hablar, dejó pasar un momento.
—No, Pau. Por favor, no... Sabes que no fue mi intención herirte.
—No, no lo sé —sollozó contra la almohada. Al ver que Pedro no decía nada, volvió la cara para verlo—. Te amo —confesó con voz estrangulada.
El dolor se reflejó en el rostro de él. Se puso de pie y caminó por la habitación, antes de volverse y mirarla.
—Sólo piensas que me amas —aseguró con voz agitada—. En unos meses, será alguien más. Admitiste que el año pasado creíste estar enamorada de Pablo. Pau, si pensara que hay oportunidad para nosotros, ¿crees que no la aprovecharía? —le acarició el cabello—. Te deseo, Pau. ¡Te deseo como un loco! Sin embargo, he visto lo que sucede cuando un hombre mayor se relaciona con una mujer mucho más joven. Ví las escenas de celos, los berrinches infantiles, las manipulaciones sexuales... No quiero eso. Deseo paz y seguridad, así como serenidad. Lo necesito para mi trabajo. No quiero preocuparme al pensar que algún día despertaré para descubrir que la mujer a quien entregué mi corazón, se cansó de mí y se fue. Tampoco deseo una de esas relaciones casuales, basadas sólo en la gratificación sexual. Tengo treinta y cuatro años, quiero casarme... y tener familia, así como una esposa lo bastante madura para que se mantenga a mi lado, aunque las cosas resulten difíciles.
Paula se sentó de pronto, y colocó los pies bajo la falda de su vestido.
—¿Cómo Virginia se fue, cuando las cosas se pusieron difíciles? ¡Tu Virginia madura y mayor!
Pedro tensó la mandíbula y apartó la mirada.
—Hubo circunstancias mitigantes en su caso —indicó Pedro.
—Todavía la amas, ¿No es así?
—¡Si piensas eso, eres todavía más inmadura de lo que pensé! —manifestó Pedro y la miró con enfado—. Debes saber que Virginia apareció esta noche ante mi puerta, antes que saliera para tu fiesta. Me suplicó que le permitiera hablar, explicarse. La escuché y sentí lástima por ella, pero eso fue todo. ¿No comprendes? Vine aquí... a buscarte.
—No sé para qué —señaló Paula, sin emoción en la voz.
—Tampoco yo —opinó Pedro con voz fría—. Deben examinarme la cabeza. No dejaba de repetirme que eras diferente. ¡Qué tonto soy! Al menos, ahora comprendo por qué el pobre de Gabriel actuó como lo hizo.
Paula sintió una gran desesperación al comprender que él no creía ni una sola palabra de lo que le dijo acerca de Pablo. No quería creerle. Lo miró con ojos angustiados, y pensó que estaba ciego. Pedro añadió después de un momento:
—No estés tan desolada, Pau. Una joven como tú no estará sola mucho tiempo.
Paula bajó la mirada, pues no quería que viera el sufrimiento que reflejaba. Al volver a mirarlo, logró que su mirada fuera de indiferencia.
—Tienes mucha razón, Pedro—se puso de pie y se acomodó la falda—. Esta noche ya recibí una proposición. Tal vez acepte a Pablo.
—No volverás a tener nada que ver con Pablo Goldman, ¿Me escuchas? —la ira de Pedro fue tan repentina que ella se sorprendió.
Paula levantó la barbilla, tenía las mejillas sonrojadas.
—¿Y quién eres tú para decirme lo que debo hacer? No eres ni mi padre ni mi amante. ¡Ni siquiera eres ya mi amigo!
—Pau... no seas tonta... —aconsejó Pedro y cerró los puños, a los costados—. Pablo tiene mala reputación... No podría soportar si él...
—¿Si él qué? —insistió Paula—. ¿Si él toma lo que tú no aceptaste?
—¡No puedes hacerlo, Pau! —exclamó Pedro—. ¡No con un hombre como él!
—¿Por qué no? Creo que sería un buen amante. Tiene suficiente experiencia. Una chica necesita que su primer hombre sepa con exactitud lo que hace.
Dejó de hablar, al ver, por la expresión de Pedro, que perdía el control. Caminó hacia ella, y cada paso estaba lleno de amenaza y pasión.
—No puedes entregar tu virginidad a un hombre como ese —manifestó —. No lo permitiré.
Paula se alejó de él, hasta que las piernas tocaron un lado de la cama. Levantó las manos para protegerse.
—Pedro... no fue mi intención... yo no...
Era demasiado tarde. La asió por las muñecas y la empujó contra la cama. Le cubrió el cuerpo con el suyo, y la besó en la boca. Sus piernas fuertes le separaron los muslos, y Paula sintió su cuerpo excitado a través de la ropa. Estaba muy impresionada. Los labios de Pedro la obligaban a abrir los suyos, para introducir la lengua con una pasión violenta. Apenas podía respirar, la sofocaba... Con un gran esfuerzo, logró apartar su boca y exclamó:
—¡Pedro, no!
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