sábado, 5 de agosto de 2017

Una Esperanza: Capítulo 33

A Paula no le importó, mas sentía nerviosismo por el comentario que su tío podría hacer respecto a que continuara su amistad con Pedro. Nadie respondió cuando entraron, por lo que suspiró aliviada.

—Creo que mi tío no está en casa. Tu obra está en la mesa del vestíbulo. Adelante. Cerraré la puerta —al reunirse de nuevo con él, Pedro  observaba el mármol, sonrió, y colocó los anillos en dos hondonadas del asa, donde tenían una simetría perfecta—. ¡Oh! ¿Se supone que allí van?

—No necesariamente... Es sólo otra perspectiva —comentó Pedro.

—¡Eres un hombre malvado, Pedro Alfonso! —rió y le dió  un golpecito en el brazo—. ¿Nunca me dejarás olvidar las cosas estúpidas que dije e hice en la playa?

Pedro le tomó la muñeca, y muy despacio, la atrajo hacia él, mirándola a los ojos. Paula le sostuvo la mirada, sin aliento.

—No quiero olvidar más —murmuró—. Deseo recordar todo. La forma como sentiste, como respondiste ante mí. He deseado hacer esto —la abrazó y oprimió contra él—, desde el momento en que te ví ayer —la besó, tomó sus labios entreabiertos e introdujo la lengua entre ellos. La hizo gemir, y mil estrellas explotaron en la cabeza de Paula—. ¡Cielos! —murmuró al soltarla.

Paula lo miró con ansiedad. A pesar de que el beso la excitó, también la hizo sentir temor.

—Pedro, yo…

Pedro colocó un dedo en sus labios para callarla.

—No es lo que piensas, Paula. Mis intenciones son honorables. Me importas, cariño, mucho más de lo que pensé. ¿Tengo razón al pensar que sientes lo mismo?

—Oh, Pedro... —Apenas si podía hablar. Sentía una gran alegría—. Sabes... que sí... te amo.

Volvió a callarla al colocar un dedo sobre sus labios.

—No hablemos de amor todavía —sugirió Pedro—. Tomemos las cosas con calma. No hay necesidad de apresurar las cosas.

Paula se desanimó un poco. Resultaba evidente que a él todavía le preocupaba su edad.

—No soy tan joven como piensas, Pedro—insistió—. Las chicas del campo pueden ser muy maduras.

—Eso noté—indicó él y sonrió. Fijó los ojos en los senos.

—¡Basta, Pedro! Creo que bajo esa apariencia pomposa, eres terrible.

 —Soy culpable —aceptó él y volvió a besarla.

El sonido de la puerta posterior los sorprendió. Todavía tenían expresión sorprendida, y quizá culpable, cuando segundos después, el tío Juan apareció en él vestíbulo.

—Oh, eres tú, Pau. Pensé escuchar algo. Estaba en el cuarto de lavado. Hola, Pedro—lo recorrió con mirada fría—. Me da gusto volver a verte —su voz no demostraba ningún placer—. Me alegró enterarme de la buena noticia respecto a tus ojos.

—Gracias —Pedro frunció la frente, lo que indicaba que notó la frialdad del tío Juan. Miró pensativo a Paula—. Creo que debo irme. ¿En qué fecha dijiste que sería tu fiesta?

—El sábado de la próxima semana —tartamudeó, impresionada porque él daba a entender que pasaría todo ese tiempo antes de verla de nuevo.

—¿A qué hora empieza? —preguntó Pedro.

 —Como a las ocho —su rostro expresaba su confusión y desmayo.

—De acuerdo. Gracias, una vez más, por tu ayuda con las compras, Paula, y con el pedazo de mármol. Au revoir, Juan.

—Adiós —murmuró el tío, antes de volverse.

Pedro sonrió un poco, tomó la mano de Paula y caminó despacio, junto con ella, hasta la puerta principal.

-Tu tío no me aprueba. Es probable que piense que soy muy viejo para tí.

—¡Sólo me sobreprotege!  

 —Tal vez.

—Pedro... —lo miró suplicante—. ¿No te veré antes de mi fiesta?

Antes de responder, él dejó escapar un suspiro de frustración.

—Tengo que recuperar meses de trabajo, Pau. Sólo faltan nueve días para tu fiesta —cuando ella iba a protestar, le dió un beso ligero—. Confía en mí. Quiero probarle a tu tío que lo que piensa no es correcto.

—¿Y qué es eso?—quiso saber Paula.

—Con exactitud, lo mismo que tú pensaste... que lo único que deseo de tí es tu hermoso cuerpo.

—¡Pero no es así! —exclamó Paula—. ¿O sí?

—Esperaba que viniera con el paquete —respondió él y sonrió.

Se fue poco después. Paula permaneció de pie en la acera, y lo siguió con la mirada, hasta que el vehículo desapareció en la esquina. Un gemido escapó de sus labios al pensar que faltaban nueve días para volver a verlo. No sabía cómo soportaría esa ausencia.

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