—Ahora, trabajo en un proyecto mucho más pequeño —comentó Pedro—,que una persona común puede colocar en una habitación común. Un pajarito me aconsejó en una ocasión que no hiciera esculturas muy pesadas —Paula rió—.A propósito, Mati no podrá asistir a tu fiesta. Consiguió un empleo como conductor de autobuses a Surfer’s Paradise, cada fin de semana. Dijo que lo lamenta; sin embargo, creo que se alegró, pues las fiestas lo enervan.
—Está bien, comprendo —aseguró Paula—. Si tú no vienes, te mataré. ¡Y no llegues tarde!
—¡Nada me mantendrá alejado! —habló con voz íntima que la hizo estremecer.
El día de su cumpleaños, estaba muy excitada, y su entusiasmo iba en aumento a medida que transcurrían las horas. No dejaba de mirar el reloj, y contaba las horas que faltaban para volver a ver a Pedro. Su único pesar ese día fue que deseaba comprar un vestido bonito para la fiesta, mas su corto presupuesto no se lo permitió. Tendría que usar su mejor falda negra y una de sus blusas bonitas. A las siete, ya estaba duchada, con el cabello lavado, y sentada en bata ante el tocador. Cuando se maquillaba, su tío llamó a la puerta. Entró y trató de ocultar detrás de la espalda una caja grande y envuelta.
—Feliz cumpleaños, querida —sonrió y le entregó la caja.
Paula se puso de pie, un poco perpleja.
—¡Pensé que abriría mis regalos hasta más tarde!
—Ah, pero este no puede esperar —indicó su tío y sonrió—. Vamos, ábrelo.
—¡Un vestido! —exclamó Paula al abrir la caja—. ¡Tío Juan, me compraste un vestido de fiesta! —sacó el fino vestido de la caja—. ¡Oh, gracias, gracias! —lo besó.
—Te quedará bien, pues saqué un vestido de tu armario para ver, la talla. Ya no te entretengo más. Bajaré para tener listos los vasos y las bebidas. También pondré un poco de música. Será mejor que bajes a las ocho, por si alguien llega temprano.
Al salir su tío, Paula se quitó la bata para ponerse el vestido. Era una prenda blanca de algodón, con una franja bordada. El estilo le hacía recordar el tipo de vestido que usaría una camarera de taberna en los días de Robin Hood, con mangas abultadas que llegaban a la altura del codo; escote cuadrado, y talle ajustado. La falda amplia le llegaba casi a los tobillos. Resultaba obvio que no podía usar sostén, por lo que se lo quitó. Al mirar en el espejo cómo le quedaba el vestido, casi se desmayó. ¡No podía bajar así, pues los senos salían demasiado por el escote. ¡Era casi indecente! La única solución era aflojar las cintas de la parte superior del vestido, para que los senos quedaran en una posición más baja, aunque quedaba a la vista gran parte del valle entre los pechos. Nunca vistió de forma tan atrevida, y a pesar de que su tío le compró el vestido, cuando al fin bajó, se sentía cohibida. Su tío se encontraba de pie detrás del pequeño bar, en la esquina de la sala, y pulía los vasos, mientras tarareaba una canción de Bette Midler. Al verla, dejó de tararear, y exclamó:
—¡Santo cielo! —quedó con la boca abierta.
—¿No... te gusta? —preguntó Paula con voz temblorosa.
—Bueno, yo... —se controló de inmediato, y puso expresión resignada—. Estás encantadora, Pau. Sólo me sorprendí al ver... lo diferente que se ve el vestido en tí, que cuando estaba colgado en la tienda —sonó el timbre—. Alguien llegó temprano —murmuró Juan—. Apenas faltan cinco minutos para las ocho. ¿Quieres abrir la puerta, Pau? Todavía no termino con los vasos.
Al caminar por el vestíbulo, el corazón de Paula latió con tuerza, pues pensó que podría ser Pedro. Tal vez estaba ansioso por verla. Dudó un segundo antes de colocar la mano en el picaporte. Respiró profundo para calmar los nervios, pero al ver lo que esto hacía a su escote, gimió y acomodó el busto con las palmas de las manos. Una sonrisa apareció en su boca al abrir la puerta. Pablo Goldman se encontraba en la puerta, con un ramo de claveles blancos en una mano, y en la otra, una caja de regalo. Paula abrió la boca al verlo. Estaba tan guapo como siempre con esa camisa estampada y los pantalones de color crema. Su cabello rubio exhibía un nuevo corte de cabello.
—Mmm... —murmuró Pablo, y la recorrió con la mirada, al entrar en el vestíbulo iluminado. Le entregó las flores y depositó un beso en su mejilla—. Feliz cumpleaños, muñeca.
Paula todavía se encontraba con la boca abierta, cuando su tío se reunió con ellos.
—¡Pablo! ¡Viniste! —exclamó Juan y le estrechó la mano.
—No me perdería por nada los veintiún años de Pau—le sonrió a la chica—. Significa que oficialmente es una persona adulta —pareció pensar que también ya estaba lista para cualquier cosa.
Paula controló un gemido. ¿Por qué no le habló al tío Juan acerca de su altercado con Pablo? Eso hubiera evitado esa situación.
—Atiende a Pablo por mí, Pau. Tengo que sacar hielo del refrigerador.
—Supongo que no me esperabas —comentó Pablo, cuando el tío se alejo.
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