—¿Quién sabe? Cuéntame más cosas sobre tí, Paula. ¿Qué es eso que ves en mí y qué es lo que te hace desear? —preguntó él encogiéndose de hombros.
—Pensé que te olvidarías de ese comentario, dijo ella echándose hacia atrás y tomando un sorbo de té.
—Yo nunca olvido nada.
—¿En serio?
—Es verdad, tengo memoria fotográfica. A veces es una molestia.
—¿Como yo? —preguntó ella.
Quería evitar aquel tema. Pero, ¿Cómo demonios había dicho aquello?
—Yo no diría eso.
—No, pero lo piensas —contestó ella.
Debería acabar el té, darle las gracias y salir de allí antes de decir otra cosa de la que tuviera que arrepentirse.
—Claro que no. Háblame de tí.
—¿Crees que nos conocemos lo suficiente como para contarnos secretos? — preguntó ella.
—Yo ya te he contado mi secreto, que quiero verte desnuda. Ahora me tienes que contar tú un secreto.
—¿Buscas una aventura de una noche?
—¿Te gustaría eso? —preguntó él.
Paula valoró aquella posibilidad. Una noche de placer no era su estilo, pero había algo en Pedro que conseguía llegar a una parte de ella que no quería revelar. Algo tan delicado que todos los hombres que la habían amado y después abandonado, habían herido y no estaba dispuesta a correr el riesgo otra vez.
—No, yo quiero algo más contigo.
—Lo sabía, confía en mí —dijo él tomando la mano de Paula y besándola.
Ella intentó soltar la mano, pero él se lo impidió. Estaba claro que aquel hombre no haría nada que no estuviera en sus planes.
—Ojalá siguiera creyendo en los príncipes azules, porque tienes todas las cualidades para ser uno —dijo ella mirando las mesas de alrededor.
—¿Un príncipe de cuento, eh?
Paula lo miró fijamente. Él la estudiaba como si fuera la primera vez que la veía.
—No te confundas por mi actitud atrevida. En el fondo quiero tener mi verja blanca como toda mujer. Lo que pasa es que me he tirado los últimos diez años besando sapos.
—Así que la experiencia te dice que aunque parezco un príncipe, en el fondo no soy más que un sapo, ¿No?
—Exacto.
—¿Qué hace falta para demostrarte que estás equivocada?
—Mucha confianza, un poco de amor... y dar con el hombre de mis sueños.
—Eso es mucho pedir, ¿Qué tal mucha diversión, un poco de atrevimiento y yo? —dijo él.
Pedro sabía que él no era un príncipe de cuento. De hecho, por su reputación y su estilo de vida era más parecido a los sapos que Paula había besado. Pero no quería dejarla escapar así como así.
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