—Sobre la cena... —dijo ella.
—Si me disculpo, ¿Cenarás conmigo?
—Te he llamado para decirte que aceptaba tu invitación. No te disculpes, me gustan tus fantasías.
—Si ni siquiera sabes de qué tratan —dijo él.
—Sé que tratan sobre tí y sobre mí.
—Eso es cierto.
—Eso es todo lo que necesito saber —dijo ella rápidamente.
—¿Te gusta pasear al aire libre?
—Me gustan más los centros comerciales.
—Será divertido, lo pasarás bien.
—Si no, me deberás una.
—¿Como qué?
—Lo que yo quiera, como llevarme a un balneario.
—Trato hecho —dijo él.
—¿Estás tan seguro?
—Claro que sí.
—¿Cuándo nos vemos, antes o después de mi programa?
—Después. Te recogeré en tu casa y te llevaré al programa. Así, no tendrás que preocuparte por tu coche después.
—Lo tienes todo planeado, ¿Verdad?
—Me gusta recoger a mis citas y luego llevarlas a casa—dijo él tranquilamente.
Paula le dió su dirección y colgó el teléfono. Era consciente de que había empezado algo con él, algo que no estaba dispuesta a dejar que se acabase, costara lo que costase.
Pedro esperó en el coche, escuchando el programa de Paula. Era la última vez que lo hacía a esa hora y los oyentes estaban llamando para despedirse. Era evidente que se había convertido en alguien imprescindible para ellos y la iban a echar de menos. Sintió envidia. Había trabajado con mucha gente durante años, pero nunca había llegado a mantener una relación como la que Paula tenía con sus oyentes. Llevaba cuatro días seguidos escuchándola y había aprendido mucho de ella. Parecía una mujer extrovertida y sensible. Por fin sonó la canción de despedida del programa, Shake for me, de Stevie Ray Vaughan y salió del coche. El ambiente era húmedo, lo que anunciaba que en breve nevaría. A pesar del frío que hacía, se sentía acalorado y no por culpa de la calefacción del coche ni del abrigo de cachemir que llevaba puesto. Ella le estaba llevando a la locura. Cada noche la escuchaba hablar y sentía que la ansiedad por tenerla iba en aumento. Su cuerpo deseaba algo que hasta entonces nunca había deseado de aquella manera: la completa posesión de una mujer. Pero no de cualquier mujer, sino de Paula Chaves, la única que podía hacer realidad su sueño.
Cinco minutos después, Paula salió del edificio y se detuvo. Su pelo se movía suavemente por su espalda y, por las ondas que lucía en algunos mechones, era evidente que había estado jugueteando con él. Pedro advirtió que llevaba los labios recién pintados. Se había tomado su tiempo para arreglarse antes de encontrarse con él. Aquello le hizo percatarse de algo: a pesar de que ninguno de los dos estuviera seguro de lo que estaba pasando, ambos necesitaban que ocurriera algo, lo necesitaban. Ella lo miró fijamente y él sintió un nudo en la boca del estómago. Aquello era más que una simple atracción. Quizá tenía frente a él a la mujer que rompería los ciclos de seis meses de los que se componía su vida.
—Hola —dijo ella con voz suave y sexy. Ahora, sólo hablaba para él.
—Hola —contestó él sin poder evitar acercarse lentamente a ella.
Quería sentir los hombros de ella bajo sus manos, la frescura de su cuerpo junto al suyo y su boca contra la suya. Quería dejar claro que él tenía el control de la situación, porque en el fondo sabía que no era así. La estrechó entre sus brazos hasta que sus cuerpos se tocaron y en ese momento se dio cuenta de lo vacíos que habían estado hasta ese momento. Ella ladeó la cabeza y lo miró con sus grandes ojos.
—Parece que te alegras de verme, ¿No?
—Oye, no te hagas la inocente conmigo. Has estado seduciéndome toda la noche con esa voz de alcoba que tienes. Además, todas las canciones que has puesto eran muy sensuales.
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