sábado, 19 de agosto de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 7

El semáforo se puso en verde y Pedro aceleró.

—Qué amable, Chaves, muy amable. Pero no has dado en el clavo. No soy agresivo.

Paula apretó los labios y por un momento, él quitó el pie del pedal. Quería sentir aquellos maravillosos labios junto a los suyos.

—Sí, pero tampoco te gusta esperar.

—Cuando estoy contigo no.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.

—Que normalmente no salgo de casa en mitad de la noche para ir a tomar café con una mujer.

—¿Debo sentirme halagada?

—No te pongas interesante.

—Lo siento, es que tengo miedo.

—¿De mí?

—Creo que sí. Hay algo en tí, Pedro, que me hace desear...

 —¿El qué?

—Algo que por experiencia he aprendido que no existe.

Pedro no quería saber de qué se trataba. La tristeza inundaba su voz y sus ojos y él deseó abrazarla y prometerle que nunca se sentiría así otra vez. Pero sabía que no era la clase de hombre que hacía esas promesas. En ese momento, reparó en que la idea de tomar un café había sido un error y no estaba dispuesto a que se repitiera. Paula no era como las otras mujeres con las que había salido en el pasado. Ella no estaría satisfecha con sólo seis meses de relación. Por primera vez en su vida, él se preguntó lo mismo.

Paula pidió un té y Pedro un café. Él se puso un poco de leche y un silencio incómodo se hizo entre ellos. Ella  no sabía qué decir. Aunque se acababan de conocer, sentía como si lo conociera de toda la vida. Jugueteó con su cuchara y de pronto él puso su mano sobre la de ella. Su mano era grande y cálida. Sus uñas eran cuadradas y estaban cuidadas. Eran más bonitas que las de ella, que a pesar de los sermones de su madre, seguía mordiéndoselas. Se sintió un poco incómoda y separó su mano.

—¿Nerviosa? —preguntó él.

Su voz sonaba más grave que cuando había hablado con él por teléfono. Llevaba un jersey grueso y unos vaqueros desgastados y suaves que marcaban sus muslos. Paula deseaba sentarse a su lado, acurrucarse junto a él, apoyarse sobre su hombro y escucharlo.

—No. Eres sólo un hombre y ya tengo tu número.

Pedro acarició sus nudillos y después la palma de su mano. Paula se sintió relajada y apoyó la espalda en el respaldo del asiento.

—Sólo un hombre... Eso es duro. ¿Cuántos hombres te han ido a buscar después del trabajo y te han llevado a un sitio con tanta clase para tomar café?

Paula miró a su alrededor. Aquel local tenía su propio carácter. Las mesas eran cromadas y los asientos tenían cojines de vinilo que nunca estarían en una revista de decoración. Pero a ella le gustaba.

—Tampoco está tan mal este sitio.

—¿Y qué me dices de la compañía? —preguntó Pedro. Paula tomó su mano y acarició las líneas de su palma, intentando no mirar su rostro—. ¿Paula?

—La compañía tampoco está mal —dijo ella soltando su mano y tomando la taza para evitar cualquier contacto con Pedro. Se sentía aturdida.

—¿Y cuál es el problema?

Estaba hecha un lío. Debería acudir al programa de su madre: Chicas que no pueden confiar en sus propios instintos. Eso provocaría que los niveles de audiencia subieran y todo el país le daría razones por las cuales no debería estar allí sentada con Pedro Alfonso.

—Es que todo esto es muy raro. ¿Por qué me has llamado esta noche?

—Porque quiero conocerte mejor.

—¿Hasta dónde?

—¿Qué te parece desnuda? —dijo él enarcando una ceja.

También a ella le gustaría verlo desnudo. Probablemente todo su cuerpo estaría bronceado y, por cómo le sentaba la ropa, no tendría un gramo de grasa en su cuerpo.

—Eso es ir al grano sin tonterías.

Él se echó hacia delante, tratando de mostrarse al mando de la situación. Ella se estremeció y se acercó a él. Sus caras estaban separadas por escasos centímetros. Podía sentir su respiración.

—Para mi gusto, tú eres demasiado lenta.

—No me gustan las prisas.

—A mí, sí —dijo Pedro mirando sus labios.

—Entonces deberías participar en Un kilómetro de hombres.

—No, gracias.

—¿Por qué no?

—Porque no quiero estar en una fila y que una desconocida me escoja. Te quiero a tí.

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