Los sentidos de Paula despertaron. Fue de esa manera desde que regresaron, después del fin de semana en la playa, y empezaron a vivir juntos. Pedro terminaba una de sus sesiones creativas y de inmediato sentía esa pasión por ella. La volvió y empezó a desabotonarle la blusa, y Paula murmuró:
—Estuvo bien que Matías se fuera a vivir con el tío Juan—gimió, pues los labios de Pedro encontraron un pezón.
Juan estaba furioso con Pedro cuando éste la llevó a casa, el domingo por la noche, y anunció que vivirían juntos. Él pidió hablar a solas con Juan, y cuando salieron del estudio, diez minutos después, parecía que llegaron a un acuerdo. Aunque no con mucho entusiasmo, dió a Paula su bendición.
Sin embargo, los padres de Paula todavía no estaban informados. Dudaba hacerlo, pues temía que después de todo, Pedro no la amara de verdad. Por supuesto que se entendían sexualmente, de eso no quedaba duda, y cada día que pasaba, disfrutaban más el estar juntos. No obstante, siempre que mencionaba el tema del matrimonio o compromiso él cambiaba el tema, y por lo general, le hacía el amor. Por lo tanto, cuando telefoneaba a su familia, cada semana hablaba de todo, menos de él, y se repetía que les informaría acerca de él después que se graduara, al final del año escolar, y si Pedro y ella todavía estaban juntos. Una nube negra pasó por su alma se estremeció. Pedro se encontraba de pie, y la asía por los hombros.
—¿Sucede algo malo? —preguntó Pedro y la miró—. Pareces... tensa.
Paula pensó en su visita al médico, el día anterior.
—No—respondió — no sucede nada malo —el médico le informó que era la viva imagen de la salud, y que el estar encinta le iba bien.
Por supuesto, desde hacía tiempo Paula sospechó que estaba embarazada; en cambio, Pedro no tenía idea. Resultó fácil ocultarle la posibilidad, puesto que él vivía una vida bastante extraña, sin horario fijo. Cuando él trabajaba, lo hacía con fervor y sólo salía de su estudio para comer. En ocasiones, transcurrían días sin que hicieran el amor, lo que significó que ella no tuviera que explicar la falta de sus períodos. Notó que él fruncía el ceño, y se preguntó lo que diría si le daba la noticia. Sabía que asumía que todavía tomaba la píldora, y a ella le preocupaba mucho que la noticia causara problemas entre ellos. Su idea original de que un bebé lograría que su amor fuera permanente, parecía ahora ingenua. Decidió que no debería darle la noticia todavía, pues, apenas tenía dos meses de embarazo. Apartó esos pensamientos y le dio un beso ligero en los labios. Con voz seductora, preguntó:
—¿En dónde estábamos?
El alivio de Pedro fue instantáneo, y le devolvió el beso con fiereza. La apoyó contra la mesa, y sus manos regresaron a los senos, para acariciarlos no con demasiada gentileza. Debido a que estaba encinta, Paula sentía los pechos demasiado sensibles, y tuvo que hacer uso de todo su control para permitirle continuar, pues el placer se mezclaba con dolor. De pronto, él se detuvo, y casi exclamó aliviada. También dejó de besarla, y fijó la mirada en los senos.
—Has subido de peso —comentó Pedro. Paula cerró los ojos. Debió saber que él lo notaría. Después de todo, era un escultor, con manos de escultor, y un sentido de la forma y proporción—, pero me gustan de cualquier manera —murmuró con voz ronca—. Encantadores, llenos y pesados. Antes estabas muy delgada —tomó un seno y lo besó.
Paula sintió alivio al darse cuenta de que él no llegó a ninguna conclusión; sin embargo, muy pronto no soportaría sus caricias enérgicas.
—No —exclamó Paula y se apartó.
Pedro se alejó como si lo golpeara.
—¿No? —preguntó él.
Su rostro se endureció, y entrecerró los ojos con sospecha. Paula comprendió que él mal interpretó que se alejara.
—¡Oh, Pepe! —suspiró. Por su mente pasó la idea de que él siempre dudó de su amor, y eso la deprimió. Comprendió que se había engañado todo ese tiempo, y que su relación no funcionaría. ¿Cómo podría funcionar sin la confianza mutua?—. No es que no lo desee —empezó a abotonarse la blusa—, pero tengo los senos adoloridos. Verás, Pepe... —lo miró con resignación—... estoy embarazada.
Pedro la miró, con mirada indescifrable.
—¿Encinta? ¿Cómo?
—Dejé de tomar la píldora, después de la fiesta de mi cumpleaños, Pepe— explicó Paula—. En ese momento me pareció que no tenía objeto continuar tomándola —decidió comprobar si su período todavía era doloroso, puesto que ese era el único motivo por el que continuaba tomando la píldora, y descubrió que ya no sentía dolor.
Pedro no dejaba de mirarla pensativo.
—Entonces, lo supiste... desde el principio... sabías que podrías quedar encinta.
—Sí.
—¿Por qué no me dijiste que ya no tomabas la píldora?
Antes de responder, Paula encogió los hombros.
—Me deseabas, Pepe. Esa noche me deseabas tanto como yo a tí. Tuve que tomar una decisión rápida.
—¡Hay otras formas para cuidarse, Paula!
—Lo sé... —suspiró—, pero quería que todo fuera... perfecto. No quise... — hizo una pausa, para meditar el asunto, antes de continuar—. La verdad es que deseaba un hijo tuyo. Te amo, Pepe y sé que me amas, a tu manera, pero supongo que no creí que te quedaras a mi lado. Temí que un día encontraras algún motivo para romper nuestra relación. Quería tener algo tuyo para amar y cuidar. Sé que dirás que es algo estúpido y romántico, y que soy inmadura, mas no lo veo de esa manera. Te amo, y lamento que no creas que mi amor durará.
Paula se sorprendió por su compostura, pues durante todo el discurso no dejó escapar una sola lágrima. Observó a Pedro, y sintió satisfacción, pues habló con la madurez que sentía. Al ver que él continuaba mudo, preguntó:
—¿Y bien, Pepe?
Él la observó con expresión pensativa.
—Sólo tengo una cosa que decir, Pau... sólo una cosa...
—¿Qué? —preguntó Paula.
El corazón le latía con fuerza. Una sonrisa lenta apareció en la boca de Pedro.
—¿Quieres casarte conmigo?
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