Paula encendió la lámpara de la mesilla antes de mirar a Pedro. Él se quedó parado en mitad de la habitación. Se quitó los zapatos y los calcetines. Le gustaba que no fuera tímida por nada. A pesar de su clase y de sus modales, era un hombre muy sencillo.
—Está bien. Ya me he quitado los calcetines. Pongámonos manos a la obra.
—Dame un respiro.
—¿Cómo?
—¿Alguna vez ha servido de algo esa frase?
—Estoy probando cosas nuevas contigo.
—¿Por qué?
—Porque lo habitual no parece funcionar contigo.
Ella se sentía halagada.
—Siéntate en la cama.
Él obedeció. Había unas diez almohadas en la cabecera de la cama. Pedro las colocó cuidadosamente detrás de su espalda, cruzó las manos detrás de la cabeza y se tumbó.
—Estoy listo —dijo.
Era una frase arrogante como una orden dada por un hombre que sabía que estaba al mando.
—Pues yo no —repuso ella.
Todavía llevaba los mismos vaqueros y el jersey con los que había ido aquella mañana a trabajar. No eran precisamente prendas para seducir, pero Lauren se sentía sexy. Encendió las velas que había sobre la cómoda y apagó la luz. Después, entró en su vestidor y se quitó la ropa. Sacó un camisón corto de uno de los cajones, se lo puso y volvió al dormitorio. Pedro dejó escapar un silbido de admiración y arqueó las cejas.
—Muy bonito.
Se sentía atractiva con aquella prenda, a pesar de que no tuviera el cuerpo de una modelo. Ella era toda una mujer y sabía disfrutar en la cama. El aroma de las velas invadió la estancia. Pedro se había quitado la camisa y el cinturón mientras ella se cambiaba. Paula admiró las líneas de su pecho y advirtió que una fina línea de vello recorría su vientre. El botón de sus pantalones estaba abierto, pero no así la cremallera. Sus pezones estaban duros y su erección era evidente a través de los pantalones. Paula fue hasta el equipo de música tratando de controlarse. Revisó todos los álbumes que tenía y finalmente se decidió por las canciones de amor de Norah Jones.
—Si ese disco es Manilow, me gusta.
Ella afirmó con la cabeza, disfrutando del movimiento de su pelo sobre su espalda. Se giró y lo miró por encima del hombro. Él estaba observando su trasero. Se le cayó el estuche de los CDs y se agachó para recogerlo. Él se puso de pie de un salto.
—Deja ya de provocarme. Lo único que tienes que hacer es meterte en la cama —dijo Pedro y antes de que Paula pudiera contestar, la tomó entre sus brazos y en dos pasos, la depositó sobre la cama y la sujetó poniendo una mano sobre su estómago mientras él se colocaba entre sus piernas—. Esto está mejor que la música y las velas.
Colocó sus manos por encima de su cabeza y la sujetó agarrándola por las muñecas. Hundió el rostro en su cuello y comenzó a besarla. Paula trató de soltarse, pero él la sujetó con más fuerza. Ella deslizó una de sus piernas entre las suyas y acarició con los dedos de los pies la parte trasera de sus piernas. Le gustaba el tacto del vello masculino. Ella arqueó el cuerpo contra el de Pedro , que dejó escapar un gemido. El comenzó a lamerle los senos, cada vez más cerca de sus ardientes pezones, pero sin llegar a rozarlos.
—Pepe, por favor —dijo ella, agitándose para tratar de llevar uno de sus pezones a la boca de él.
—Por favor, ¿Qué? —preguntó él apoyando la barbilla sobre el esternón de Paula y mirándola fijamente.
—Deja de torturarme.
—Creía que de eso se trataba todo esto —dijo él señalando con la cabeza las velas y las almohadas.
Paula estaba muy excitada y necesitaba sentir sus caricias por todo el cuerpo.
—Estás equivocado.
Pedro se reclinó hacia la izquierda y Lauren pudo sentir la calidez de su respiración sobre el pecho. Su pezón se endureció aún más. Ella arqueó la espalda y trató de colocarse a su lado, pero él se incorporó apoyándose sobre el codo izquierdo.
—Maldita sea.
—Shhh. Ahora estoy yo al mando.
—Siempre lo has estado —apuntó ella.
—¿Por qué dices eso?
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