Paula no sabía si le iba a gustar estar en antena por las mañanas, con más oyentes escuchándola, pero no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Se ajustó los auriculares mientras la canción Sexual healing de Marvin Gaye terminaba. Era una de sus canciones favoritas y se la había pedido un hombre que salía de trabajar pronto y regresaba a casa junto a su esposa. Las tres de la madrugada era una hora extraña de la noche en la que era habitual que sus oyentes llamaran para hablar de sus problemas. Aquella noche estaba distraída. No podía dejar de pensar en Pedro Alfonso. Había visto su fotografía en la revista Radio y discos, en una entrevista en la que hablaba de la pasión que ponía en todo lo que hacía y cómo había convertido lo que le gustaba en un negocio emprendedor. Speed Demon Records sólo producía a los nuevos artistas que creaban música basada en los clásicos de Motown de los años cuarenta y cincuenta.
—Esto ha sido Marvin Gaye para José, quien está de camino a casa para encontrarse con su esposa. Si acabas de incorporarte a nuestra sintonía, quiero que sepas que el programa se emitirá por la mañana desde la semana que viene. Y recuerda, sigo buscando al hombre ideal. Esta noche les propongo que os apuntéis a la primera edición del concurso Un kilómetro de hombres que organiza la WCPD. Estamos buscando a los hombres más sexis de Detroit para que formen una fila desde la avenida Woodward hasta el Teatro Fox. Las mujeres interesadas podrán pasar y seleccionar al que quieran fijándose en el número que llevara en el pecho. Las parejas pasarán un día juntos para conocerse y después todos estarán invitados a una fiesta en el Hotel Hilton de la ciudad. Las bases del concurso están disponibles en nuestra página web. Amigos oyentes, saben que estoy en busca del hombre perfecto, así que, por favor, ayudenme a escoger uno entre los que participen en este gran evento.
Oprimió el botón para hacer una pausa comercial y miró las luces parpadeantes de los teléfonos, que no paraban de recibir llamadas. Rodrigo, su productor, estaba respondiendo las llamadas y enviándole la lista de llamadas a su ordenador. Llevaba tres años trabajando con él y se entendían a la perfección. Leyó los nombres de los oyentes que llamaban. Por la línea dos, había un tal Pedro. ¿Sería Pedro Alfonso? Pero enseguida bajó de su nube. Eran las tres de la madrugada. Alguien como Pedro tendría mejores cosas que hacer que escuchar su programa. Todavía le quedaba un minuto y treinta segundos antes de volver de publicidad, así que oprimió el botón de la línea dos.
—Hola, oyente.
—¿Paula? —preguntó él.
Aquella voz llegaba a sus oídos como una brisa cálida. Respiró profundamente. Era él. No sabía qué decir y por un momento, casi le cuelga. Nunca había sido cobarde para responder las llamadas y 110 era el momento de empezar a serlo.
—¿Pedro Alfonso?
—¿Estoy en antena? —preguntó él pensando que así sería.
—No —contestó ella.
—Bien, no me gusta hablar en público.
—Pensé que no escuchabas mi programa.
—Después de conocerte tenía curiosidad por oír tu programa —dijo con voz seductora. Parecía relajado.
Paula se lo imaginó sentado frente a la chimenea en una casa lujosa y con una copa de brandy en la mano y los reflejos de las llamas en su piel. En su mente, ella también estaba con él, sentada en el sofá. Aquella clase de sueños era peligrosa. Nadie sabía eso mejor que ella. Había sido amada y abandonada muchas veces. Sergio era el último que lo había hecho. Siempre se sentía atraída por hombres que no le convenían.
—¿Qué te parece el programa? —preguntó ella.
No necesitaba su aprobación, pero quería saber si le gustaba su trabajo. Aquel programa era muy importante para ella. Más que un trabajo, era una vocación y le gustaba la noche.
—Tenía razón sobre lo de tu voz. Entre eso y las canciones sensuales que no has dejado de poner en toda la noche, me estás volviendo loco —respondió él.
Ella también había pensado en él cuando ponía aquellas canciones, recordando el calor de su mano sujetando su brazo. ¿Qué sentiría si él acariciara su piel desnuda? Se estremeció. Estaba en el trabajo y no podía olvidarlo. Rodrigo golpeó el cristal que los separaba y señaló el reloj para indicarle que que—daban cuarenta y cinco segundos para que con—cluyera el descanso publicitario.
—¿Quieres pedirnos alguna canción? ¿Es por eso por lo que has llamado?
—No. He llamado para hablar contigo. Para tenerte unos minutos sólo para mí.
Paula no sabía qué responder a eso. Era como si él hubiese descubierto una parte de ella que estaba oculta. Le gustaba pensar que podía ser la fantasía nocturna de aquel hombre. Al contrario que Sergio, quien la dejó a medianoche porque se sentía inseguro al verla tan independiente.
—Tengo que seguir trabajando.
—¿Podemos vernos después de tu programa para tomar un café?
—¿Por qué? —preguntó ella.
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