jueves, 31 de agosto de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 25

—Mi abuela me enseñó a cocinar. Mi madre siempre estaba demasiado ocupada para aprender y mi abuela llegó a pensar que nunca tendría cerca a una niña a la que enseñar todo lo que ella había aprendido en su vida. No sé cómo explicarlo, pero me sentía tan especial cuando estaba con ella en la cocina...

—Tu familia está muy unida y mantiene muchas tradiciones —dijo Pedro.

 Su tono parecía de envidia, pero era imposible. Tenía todo lo que cualquier hombre querría tener. ¿Por qué iba a sentir envidia de ella? Nunca antes lo había pensado, pero él tenía razón. Su familia conservaba tradiciones que casi parecían rituales.

—Estoy segura de que la tuya también. ¿No decías que tu madre te llama muy a menudo?

—Sí, pero mi familia no tiene nada que ver con la tuya. Mi madre era huérfana y mi padre... digamos que tuvo sus diferencias con su familia antes de triunfar.

Paula se sintió triste por lo que le acababa de decir. Su familia estaba compuesta tan sólo por su hermano Federico, su madre y él.

—¿Le aceptaron después de hacerse famoso?

—Lo intentaron. Pero el viejo Horacio no estaba dispuesto a perdonar y olvidar, así que se desentendió de ellos, claro que lo dijo con otras palabras más vulgares y no hemos vuelto a tener noticias de ellos desde entonces.

—Puedo hablar con mi madre si queréis ir a su programa. Se le da bien arreglar ese tipo de entuertos.

—No, no nos gusta la publicidad.

 —¿Por qué no?

—Quizá porque mi padre siempre la buscó —dijo Pedro.

 Paula sabía que no quería seguir hablando. Recordaba haber visto una fotografía en el despacho de Federico de los dos hermanos junto a sendas motos, vestidos con idénticos trajes de la bandera estadounidense. Aunque no iba a hacer ninguna pregunta más, estaba segura de que la foto había sido hecha después del accidente de su padre. No entendía cómo alguien podía mostrar tan poco interés en las cuestiones de su propia familia.

—Siento que no conocieras a tus abuelos. A mi abuelo le encantaba mimarnos a Gonzalo y a mí. Siempre nos compraba caramelos y bromeaba con nosotros en la mesa mientras comíamos. No puedo imaginar no haber tenido esos momentos.

—Uno nunca los echa de menos si no los ha tenido.

 Pedro no dijo nada más y siguió comiendo.

—Gracias por el CD.

—¿Lo has escuchado?

—No. Ya te dije que a los hombres no nos gusta esa clase de música.

—¿Qué te parece si te mando un CD que te guste?

—¿De qué?

—De mis mejores peticiones.

—¿Tienes eso?

—Sí. La Navidad pasada, la emisora editó un CD de mi programa para recaudar fondos para causas benéficas. Todos tus favoritos están ahí.

 —¿Cómo lo sabes?

—Porque son todas lentas y sexys. Marvin Gaye, Stevie Ray Vaughan... todas aquéllas a las que te referiste la primera noche que me recogiste.

 —Debe de ser por eso por lo que me gustas —dijo soltando el tenedor.

—¿Por qué?

—Porque eres dulce y sexy.

No pudo contestar a eso porque sabía hacia dónde les estaba llevando la noche y temía intimar con él aún más de lo que lo estaba haciendo. Nada más acabar de cenar, el teléfono de Paula sonó.

—Es mi madre, ¿Te importa? —dijo ella mirando la pantalla del teléfono.

—En absoluto. Te dejaré a solas —contestó él.

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